Imaginemos, por un momento, que la selección de Argentina tuviera el mismo récord que Cuba en fútbol tras cuatro partidos de un torneo internacional. Sería un escándalo de proporciones bíblicas. La prensa explotaría, los fanáticos exigirían cabezas y las redes sociales arderían de indignación. Pero en el béisbol, ese deporte que una vez fue sinónimo de Cuba, el público, la prensa y los cubanos en general parecen haber aceptado el papel de eterno perdedor.
En la Serie de las Américas, torneo de modesto nivel si somos generosos, Las Tunas, representante de la otrora poderosa maquinaria cubana, marcha último en la tabla con un balance de 1-3. ¿Sorpresa? Apenas. Más llamativo es que comparte ese vergonzoso récord con Argentina, un país que apenas está descubriendo qué hacer con un guante y una pelota. Para ponerlo en perspectiva, los bateadores argentinos tienen mejor promedio (.254) que los cubanos (.237) en los mismos 114 turnos oficiales.
La debacle no es nueva, pero cada torneo parece superarse en ridículo. Ya no hablamos solo de quedar en el onceno lugar de 12 países en un Premier 12, o de perder contra Alemania y El Salvador. Ahora es habitual que Islas Vírgenes deje al campo a Cuba o que el equipo entre al terreno sin alma, recibiendo nocauts consecutivos. El espectáculo en la Serie de las Américas no solo es bochornoso; es la confirmación de que Cuba ha perdido su identidad beisbolera.
¿Tiene solución el béisbol cubano?
¿Y la solución? Algunos podrían pensar que despedir a todos, empezando por Juan Reinaldo Pérez Pardo, presidente de la Federación Cubana de Béisbol, serviría de algo. Incluso podrían traer a los mejores dirigentes de la MLB, y el resultado sería el mismo. Porque el problema del béisbol cubano no es organizativo ni de falta de talento. Es un problema de sistema.
El gobierno cubano, con su eterna incapacidad para gestionar incluso lo más básico, ha arrasado no solo con el béisbol, sino con todo lo que alguna vez funcionó en la isla. Mientras los mismos ineptos dirijan el país, el béisbol seguirá cayendo al abismo, y lo que es peor, el país también.
Resulta irónico que la Serie de las Américas pudiera ser el detonante para una limpia en los despachos del béisbol cubano. Pero cambiar nombres no solucionará el desastre. Hace falta mucho más que eso: un cambio estructural, profundo, de un sistema que lleva décadas destruyendo todo a su paso.
Mientras tanto, los fanáticos seguirán viendo cómo el béisbol cubano se convierte en un chiste. Y en cada carcajada habrá una dosis de tristeza por lo que una vez fue y lo que nunca volverá a ser. Al menos no bajo este sistema que lo ha destruido todo.
¿Hasta cuándo soportará el pueblo cubano ser un hazmerreír? Esa es la verdadera pregunta. Pero mientras tanto, los nocaos seguirán cayendo… en el béisbol, y en la vida.