Por Juventud Rebelde
Antes de llamarle «Gordo» al receptor pinareño Yosvani Peraza, toda Cuba le decía así, con cariño, a Romelio Martínez. El cañonero de Bejucal fue un pelotero muy querido, quizá porque nunca alardeó de sus jonrones y tenía la nobleza pintada en el rostro.
Romelio fue el cuarto bate natural de aquella «tanda del terror» de los equipos habaneros, donde coincidieron también Nacho González, Gerardo Miranda, Pedro Luis Rodríguez y Juan Carlos Millán. Nunca ganaron un campeonato, pero nadie quería cruzarse con ellos en el camino.
A sus 46 años, mientras chequea algunos juegos como comisario técnico en la serie nacional, Romelio tiene fresca la memoria. Pero no guarda rencores cuando mira para atrás.
«Llegué a las series nacionales en la temporada de 1983-1984. El manager en aquel momento era Orlando Leroux. Pero tuve una lesión y me perdí la mitad de la competencia. Así, prácticamente mi carrera se inició de verdad en el campeonato siguiente, con José Miguel Pineda como mentor».
«Comencé en los jardines, sobre todo en el izquierdo. Ahí estuve entre 1985 y 1992. Después se hizo una reestructuración y entró Luis Ignacio González a la alineación, así que en lo adelante asumí el rol de bateador designado la mayor parte del tiempo. También se retiró Eduardo Leal, y Juan Carlos Millán, que era el designado, pasó a defender la primera base».
—¿Acaso ser designado durante tanto tiempo fue una limitación para que Romelio integrara el equipo nacional?
—Creo que no. En realidad, por aquella época el equipo nacional no variaba mucho, pues había una serie de atletas extraordinarios como Víctor Mesa, Lourdes Gourriel, Orestes Kindelán y otros. Coincidir con ellos fue una suerte, pero una desgracia al mismo tiempo, en el mejor sentido.
«Quizá hubo algún momento en que pude entrar a la preselección y no me llamaron, pero eso nunca me quitó el sueño. Estuve en los Juegos Panamericanos de La Habana, en 1991, y el resto del tiempo me quedé en el segundo equipo».
—Entonces se decía en la calle que usted no iba al equipo Cuba porque estaba gordo. ¿Hubo algo de verdad en eso?
—Esa fue una de las razones que me comunicaron en algún momento, aunque más diplomáticamente. Se me dijo que yo no encajaba en la dinámica del equipo.
—¿Cuál era su peso en aquel momento?
—Cuando hice el equipo Cuba pesaba 105 kilos, pero yo jugaba las series nacionales con 110 kilos más o menos.
—¿Tenía algún plan especial para bajar de peso?
—No, hacía las cosas por mi cuenta, aunque los médicos del equipo Habana sí me mandaban una dieta. Creo que el exceso de peso no influyó demasiado en mi rendimiento como atleta. Claro, sí me trajo algún que otro trastorno de salud.
—Aquellos equipos de La Habana tenían un bateo tremendo, pero les faltaba pitcheo. Hoy es al revés. ¿Cómo se invirtieron los papeles?
—El béisbol tiene esas cosas. Ahora, casi sin batear, el equipo Habana está entre los grandes del país. Cambió la generación de peloteros y en la provincia hubo que adaptarse a los nuevos tiempos.
«Nos mantuvimos trabajando con fuerza en todas las áreas. Oscarito Martínez era el entrenador de pitcheo en aquel momento y Javier Gálvez se iniciaba en el asesoramiento de los lanzadores.
«Hoy, a la vuelta de los años, vemos que Gálvez ha concretado una labor magnífica con el pitcheo. Pero también influyen las apitudes de los muchachos».
—¿Usted mismo decidió retirarse?
—Sí. En ese momento yo tenía 14 series y 32 años a cuestas. Nos explicaron que para jugar en el exterior era obligado retirarse. Entonces los peloteros no teníamos las condiciones de ahora. Eso, lógicamente, influyó en la decisión que tomó cada cual. Finalmente, pude jugar en Nicaragua y Colombia. Después regresé un año, pero las cosas no me salieron bien y decidí no jugar más.
—¿Cómo le ha ido después?
—Estuve un tiempo en Italia, como entrenador. Al regreso, me batí cuatro años en el puesto de comisionado provincial en La Habana. Actualmente trabajo en el municipio de Bejucal, pero estoy prestando servicios en la provincia. Este año me integré a la preparación del equipo Habana durante tres meses, junto a Luis Ignacio. Ambos estuvimos a cargo de la ofensiva.
—¿Cómo ve usted el futuro de las nuevas provincias de Mayabeque y Artemisa en el béisbol?
—Artemisa sale favorecida por el pitcheo y algunos jugadores importantes que son de esa zona. A Mayabeque le costará más trabajo competir, pero en unos años ese equipo dará sorpresas.
—¿Los jonroneros nacen o se fabrican
—Generalmente el jonronero nace, pero con los planes de entrenamiento actuales se pueden crear algunos fenómenos. Hoy vemos muchachos que no son tan corpulentos y dan tremendos batazos.
—Pero los jonrones de Romelio eran a pura muñeca, ¿no?
—(Sonríe) Yo tenía el físico y solo me quedaba prepararme día tras día. Mi tren inferior era fuerte y me lesionaba poco. Trabajaba mucho con los dumbles (pesas cortas) y hacía ejercicios específicos para la aceleración del swing.
—¿A usted le hacían daño los llamados lanzamientos de rompimiento?
—Como a todo el mundo. En el deporte todo es cuestión de entrenamiento. Nadie conecta más de 300 jonrones con lanzamientos por el centro. Eso es un cuento. Muchas veces había que tirarle a bolas malas, que rondaran más o menos la zona de strike. Ahora bien, si sales a buscar un jonrón, fallas más.
—¿Algún lanzador le resultó particularmente difícil?
—Tengo algunos en mente, pero también les di a ellos mis buenos batazos. Cuando uno está bien, todo rompe a favor. Pero si andas mal todo va en tu contra. Así es la vida.
—¿Qué cambiaría Romelio de la pelota cubana actual?
—Podemos intentar una serie especial, más concentrada, con seis equipos y alrededor de 48 juegos, como se hacía antes. Yo recuerdo aquellas selectivas y de verdad eran muy competitivas.
«El reto es que los fanáticos se identifiquen con el torneo. Pero al final la gente va a cooperar, porque a la larga, cuando se acaba la serie nacional, todo el mundo se queda con tremendo vacío. El cubano tiene la pelota en la sangre.
«Pienso que las series de 90 juegos han dado buen resultado. Los play off, por ejemplo, siempre son muy emotivos y dejan la chispa prendida. Eso nadie puede discutirlo.
«En estos años, contra viento y marea, el béisbol cubano se ha mantenido. Quizá el pitcheo haya bajado un poco el nivel, sobre todo el de relevo, pero hoy tenemos bateadores tan grandes como los de cualquier época».
—¿Ha pensado en dirigir algún equipo, quizá el de Mayabeque?
—Todavía no me han dado la posibilidad. No obstante, prefiero trabajar con el bateo, cerca de los atletas, sin subirme en el trono.
Para su archivo
- Romelio Martínez tiene la mejor frecuencia de jonrones en la historia del béisbol cubano. El cañonero de Bejucal botaba una pelota cada 12,84 veces al bate.
- Detrás le siguen Orestes Kindelán (13,32) y Lázaro Junco (14,27). Los otros dos que necesitaron menos de 15 veces al bate para pegar un jonrón fueron Cheíto Rodríguez (14,58) y Omar Linares (14,76).
- Entre los peloteros activos la mejor frecuencia la tiene el granmense Alfredo Despaigne (15,63), sin contar la presente temporada.
- Romelio Martínez también es el primero en la variable factor poder (mide las bases que alcanza un bateador producto de sus hits). Recordemos que con un jonrón se alcanzan cuatro bases.
- El factor poder de Romelio es 2,01, por delante de Junco (1,94), Kindelán (1,92) y Cheíto (1,90).
(Tomado de Juventud Rebelde)
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