Foto: Web Screen Shot
Por Joel García León
Cuando comencé a ir al Latinoamericano, Rodolfo Puente ya no estaba ahí, en el lugar preferido para los jugadores más felinos del infield. Ya se había ido sin dejarme disfrutar esa imagen de torpedero feliz, de manos elegantes para soltar una esférica sin apenas acariciarla. Lo contaban mis tíos, lo extrañaban en las gradas, lo añoraban ver los niños.
Los apodos El Jabao Puente, El Chico Puente siempre me parecieron asociados a que entraba al terreno de pelota a hablar poco y jugar mucho; para recibir aplausos y no rechiflas; con ganas de deleitar en fildeos hacia delante o hacia la mano del guante, aunque acabaran comparándolo con Agustín Arias o Pedro Jova, por esa manía de discutir y polemizar que le sobra al fanático, sin percatarse que los peloteros no son para echarlos a fajar desde frías o complejas estadísticas, sino para quererlos y amarlos, solo para eso.
Es fácil encontrar a Puente en las páginas amarillas de los diarios Granma, Juventud Rebelde o Trabajadores, en la revista Bohemia y en las voluminosas Guías de Béisbol, pero sobre todo en un inolvidable Noticiero ICAIC que ponía más de diez veces, que digo diez, ¡11, 12, 13 veces!, el famoso corrido y deslizamiento de Puente en tercera base durante un partido contra Nicaragua en el Coloso del Cerro.
Puente se pasaba de la almohadilla, pero una mano, solo una mano fue suficiente para burlar el guante rival y desatar una protesta de minutos, con expulsión incluida del mentor nica. Ese episodio lo ha explicado luego el santiaguero de nacimiento y habanero adoptado decenas de veces, aunque lo más interesante es que lo hace riéndose, divertido, despacio, inteligente, atributos que lo hicieron merecedor de la condición de novato del año en la temporada 1967-1968 y luego campeón mundial por ocho ocasiones en línea. ¡Ocho veces! Nadie lo ha superado ni lo superará.
Al comenzar la vida reporteril descubrí al Puente federativo, director de equipo, analista, comisario, ejemplo, que saludaba como si te conociera toda la vida y polemizaba casi sin discrepancia. “Leí el trabajo tuyo esta mañana, quizás pudo enfocarse también por….” y ahí daba otra disertación de respeto y conocimientos, aunque terminaba reconociendo que “lo mío no son las letras, sino batear, correr, fildear y tirar”.
Sin ser jonronero marcó la cruz de tres bambinazos fuera del parque en un encuentro con Matanzas el 19 de enero de 1970. En su carrera deportiva daría apenas 21. No era la fuerza con el madero ni el brazo para tirar lo que más lo distinguió dentro del campo. Tenía otras habilidades envidiadas por muchos: tocar la bola casi perfecto, batear por detrás del corredor, empujar una carrera a la hora buena, tener excelentes reflejos para una posición tan dinámica, saber jugar para el equipo no para su average personal, ser el primero en llegar y el último en irse del terreno.
No quiso retirarse sin ser campeón de bateo y lo consiguió con Metropolitanos en 1980 (394 de average), cuando algunos comenzaban a tildarlo de veterano y de haber perdido facultades. Sus combinaciones alrededor del segundo cojín con Félix Isasi, Rey Vicente Anglada o Alfonso Urquiola son cátedras que incluyeron la “yunta ideal” para varias bolas escondidas del matancero Isasi en eventos internacionales.
Rodolfo Puente Zamora. Foto: Archivo
Dentro de su archivo cuenta además con el título de bateo en el campeonato mundial de 1971 en La Habana (21-9 para 428), en tanto su hoja de premios o medallas, además de los ocho títulos del orbe (1969, 1970, 1971, 1972, 1973, 1976, 1978, y 1980), tres coronas en Juegos Panamericanos (1971,1975 y 1979), igual cantidad de primer lugares en Juegos Centroamericanos y del Caribe (1970, 1974 y 1978), así como el oro de la Copa Intercontinental (1979) y la sufrida plata de este certamen en Edmonton 1981, última ocasión en que se puso el traje del equipo Cuba tras 13 años inamovible en esa nómina.
Por no haber escrito una crónica antes sobre quien pudiera calificarse sin reparo ni altanería “el Caballero del Campo Corto” no he podido revelar que fue él quien inspiró las escapadas de Germán Mesa en primaria y secundaria para verlo jugar e imitar luego cada paso hacia delante, cada tiro sin mirar a primera base, cada robo, cada lección de humildad y maravilla, incluso como mánager, pues Puente dirigió a Industriales (1988-1989) y finalizó segundo, con balance de 38 victorias y 10 reveses, detrás de Santiago de Cuba.
Tampoco he contado con qué humildad hablan todos los de su generación de su entrega y generosidad dentro y fuera de un estadio; que no he encontrado todavía a sus enemigos, solo pocos rivales enconados por hacerlo mejor que él a la defensa y con el madero, pero que a la postre son grandes amigos, como Pedro Jova o el ya desaparecido Agustín Arias.
A ese Puente de mi niñez, adolescencia y adultez le he dado muchas veces la mano para saludarlo, sin embargo, no he tenido el valor de decirle que es “mi torpedero soñado” porque para jugar béisbol también hace falta imaginación y sencillez. Quien lo dude, acérquesele rápido. A sus más de 70 años las mantiene intactas para repartir.
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