POR JORGE EBRO
Más que del Encanto, este es el equipo de la Isla del Milagro. O quizá el equipo de los renacimientos, de las remontadas, de no creer en obstáculos, de crecerse cuando todo parecía más oscuro y difícil. Puerto Rico es campeón de la Serie del Caribe por obra y fuerza de su perseverancia.
Los Criollos de Caguas se convirtieron en bicampeones del máximo evento de la región al derrotar el jueves por la noche 9-4 a las Águilas Cibaeñas, tras darle vuelta a base de fuerza bruta a otro encuentro que no pintaba nada bien para los boricuas. Y es que este conjunto no se rinde nunca, ni ante nadie.
Por tercera vez en el Estadio Panamericano de Guadalajara, Puerto Rico remontó una desventaja y se llevó una victoria con resonancias especiales, que significa mucho en lo deportivo y todavía más en lo emocional. Los Criollos son los campeones en México, pero también campeones del corazón.
Nadie daba a los Criollos como favoritos y no por la calidad de su personal, sino por la accidentada manera en que este conjunto llegó a Guadalajara, tras un circuito local recortado a una veintena de juegos, con choques casi en su totalidad diurnos por la falta de energía eléctrica.
Estos jugadores salieron a defender los colores de su isla con un nudo en la garganta y una convicción en la mente: había que regresar con el título costase lo que costase y ante el oponente que fuera.
La tormenta se llevó muchas cosas materiales en Puerto Rico, pero dejó intacto la estirpe de su béisbol y una garra que, una vez más, volvió a manifestarse en el choque decisivo contra los dominicanos.
Durante seis entradas, el cubano Raúl Valdés adormiló a los boricuas con sus rondas de lanzamientos dormidos, de rompimientos calculados, al punto que la única carrera de los campeones defensores había llegado en forma de cuadrangular de un compatriota suyo: Rusney Castillo.
Puerto Rico había jugado pésimamente, con desespero en la caja e impresión a la defensa, hasta que en el séptimo Valdés vio derrumbarse su hermético control al conceder dos boletos que serían el principio del fin.
Nada más Valdés puso un pie fuera del juego y la avalancha boricua se llevó por delante la alegría de los dominicanos con cinco carreras en la séptima y tres más en la octava. El huracán del béisbol arremetía ahora contra las Aguilas.
Castillo y el también cubano Dayron Varona se llevaron una victoria especial, al primero le servirá para mirar con confianza la colosal faena que le espera en la primavera de Boston, al segundo le dará fuerzas para rescatar una carrera al borde del retiro.
Desde que Cuba retornó a estos torneos en el 2014, siempre ha habido algún pelotero de la isla mayor que ha levantado el trofeo de campeón del Caribe: en esa edición ganada por Hermosillo le tocó a Yunesky Sanchez y Luis Yadier Fonseca, en el 2015 ganó Pinar del Río, en el 2016 fue rey Yuniesky Betancourt con Mazatlán y en el 2017 Castillo estaba con Caguas.
Esta fue una serie irregular, donde primó la ofensiva sobre un pitcheo generalmente pobre y una defensa paupérrima, pero lleno de emociones de principio a fin y con un justo campeón, ese que secretamente muchos querían, ese al cual ningún ciclón podía amedrentar.