POR JORGE EBRO
Michel Abreu siempre supo que podía jugar Grandes Ligas, pero le deja a Dios la pregunta de por qué nunca llegó a la mejor pelota del mundo. El siempre vivirá con esa pena, pero al menos ha encontrado un paliativo: ser coach y maestro.
El que fuera estelar pelotero de los equipos de Matanzas y la selección nacional cubana se prepara para comenzar su segunda temporada como instructor en la Clase A fuerte de los Azulejos de Toronto, afincada en Dunedin.
“Te mentiría si digo que no me duele, que no pienso en eso de no haber llegado a las Mayores”, apuntó Abreu. “Es algo que ni yo me explico, porque creo que lo tenía todo para haber llegado en su momento. Ya ni me lo pregunto. Ahora solo trato de enfocarme en mi trabajo”.
¿Qué no le pasó a Abreu? Tras salir de Cuba en el 2004, llegó a México y luego a Costa Rica, pero luego no pudo asegurar un contrato con los Medias Rojas por problemas de residencia y discrepancias con la edad.
Luego firmó con los Mets -tuvo excelentes números en las Menores- y se vio imposibilitado de continuar con la franquicia de Nueva York debido a una visa de trabajo que expiró. Nada le parecía funcionar al hombre que en ocho Series Nacionales había conectado para .315 con 115 cuadrangulares.
El mínimo consuelo llegó con las ligas invernales al ganar el premio de Jugador Más Valioso con los Lobos de Arecibo en Puerto Rico, antes de pasar a los Olmecas de Tabasco y las Águilas de Mexicali en México.
“A donde quiera que fui siempre produje buenos números, siempre con la idea de que alguna puerta se iba a abrir en Grandes Ligas”, explicó Abreu, cuya mejor temporada en Cuba fue la del 2002, cuando bateó para .356 con 23 jonrones y 78 impulsadas, lo que le valió la Triple Corona. “Sin embargo, fue otra puerta la que se abrió”.
Poco acostumbrado a la fama, Abreu vivió un año inolvidable en el 2013. Japón le abría los brazos y el primera base respondía con una contienda excelente con los Nippon Ham Fighters de la Liga del Pacífico.
Con .284 de promedio, 95 impulsadas y una marca histórica en ese momento de 31 cuadrangulares, de pronto Abreu estaba en cada cartel, sus jugadas se pasaban constantemente en la televisión y los aficionados le bautizaron como “abuchán”, que era algo así como “nuestro Michel”.
Abreu pensó que había encontrado ese lugar donde sería feliz durante mucho tiempo como pelotero, pero poco tiempo después tres operaciones de espalda servían de aviso: el final de su carrera se encontraba odiosamente cerca.
“Me sometía a sesiones de terapia, hice lo imposible por volver al terreno, pero todo fue en vano”, reconoció el yumurino. “Uno no sabe que duele más, si los dolores físicos o el de saber que no vas a jugar más. Afortunadamente, no me he alejado por completo del terreno”.
Con la ayuda de varios amigos, como los también coaches Jorge Collazo y Yoel Monzón, Abreu supo que los Azulejos estaban buscando a alguien con experiencia para trabajar en los aspectos del bateo y los jardines en las Menores.
En su primera temporada como instructor, Abreu trabajó con prospectos importantes como Vladimir Guerrero Jr., Lourdes Gurriel Jr., el hijo de Craig Biggio, y ahora va a su segunda temporada con más confianza.
“Ser coach reconforta mucho, porque uno se ve reflejado en cada muchacho y se imagina que es él”, explicó Abreu. “Quiero seguir creciendo en este trabajo. Ayudar a estos jóvenes a lograr la meta que nunca pude alcanzar”.