POR JORGE EBRO
La lengua larga de Yasiel Puig no se equivocó en su predicción. Tras asegurar que habría un Séptimo Juego, muchos contemplaron al cubano con esa mezcla de incredulidad, casi bordeando la burla. ¿Cómo se atrevía, después de ese choque rompecorazones del domingo, tan largo y tan cruel para Los Angeles?
Justo cuando la noche era más oscura para los Dodgers, Puig se revelaba como el comunicador mayor, él que se metió en tantas controversias por sus palabras libres y sueltas, ahora no podía ser más serio en sus frases lapidarias: “esto no se acaba aquí”.
“Mi equipo no va a ser derrotado el martes”, afirmó rotundamente Puig tras pegar un cuadrangular que envió el choque a extra innings. “Va a haber un Séptimo Juego. “Quiero agradecer a nuestros fanáticos, pedirles que nos apoyen el martes, porque esto no se va a acabar en el Sexto Juego”.
Y no se acabó. No importaba que la Serie Mundial estuviera 3-2 con los Astros mirando a los Dodgers desde el retrovisor, que tomara la pelota el tremendo Justin Verlander, que la ofensiva contraria hubiera barrido con el relevo de los azules.
A Puig le impulsaba un deseo donde el riesgo es demasiado elevado, casi temerario, pero nadie más se atrevió a hacerlo. En un juego poblado de lugares comunes y frases manidas, las palabras del jardinero cubano son un canto al oído de los periodistas, porque rompen la monotonía.
De haber perdido su equipo, muchas baterías mediáticas estarían enfiladas sobre Puig. ¿Quién se habrá creído que es? Habrían dicho algunos fanáticos. Las garantías triunfales están destinadas para los grandes, los elegidos, un Pat Riley en la NBA con los Lakers, un Joe Namath en la NFL con los Jets.
Pero si no es Puig, ¿quién se hubiera atrevido dentro de estos Dodgers tan comedidos y fundamentados a encender la antorcha en la oscuridad de una de las peores derrotas en la historia de la organización? Nadie, absolutamente nadie.
Claro que ninguno mostró espíritu de derrota y se comentaron las palabras de rigor acerca de la lucha no terminada y jugar fuerte. Hacía falta algo más, sin embargo. Hacía falta alguien con el sano descaro de Puig, sin miedo al ridículo y al escarnio deportivo. Solo él podía ofrecer la garantía, ofrecerse a sí mismo a la complicad luz pública.
Quizá el Puig del 2016 no tuviera el respaldo moral para lanzarse al ruedo de una manera tan directa. Pero al de esta temporada nadie puede regatearle los galones, la entrega como el que más y, sobre todo los números, sus marcas personales. Esto podía hablar de garantía con toda la razón del mundo.
“Es una victoria, baby, una victoria”, escribió Puig en su cuenta de twitter tras el éxito en un Sexto Juego en el cual apenas fue factor, aunque eso estaba de más gracias a la respuesta de sus compañeros. “Llegó el tiempo del Séptimo Juego”.
Nunca sabremos si su predicción fue producto de una locura pasajera o nacida del convencimiento profundo del espíritu de los Dodgers, pero nadie podrá negarle el peso a sus palabras, ni el efecto de su alegría incombustible para levantar el ánimo de aquellos que dudan, de los no convencidos.
Ciertamente, llegó el tiempo del Séptimo Juego y quizá el tiempo de Yasiel Puig.