POR BORIS LUIS CABRERA
Cuando hablas con Alfonso Urquiola tienes la sensación de estar ante un oráculo de beisbol. Su verbo pausado, cargado de una filosofía natural y desprovisto de artificios, te va quitando poco a poco las capas de la cebolla de tus dudas, con una maestría que justifica en pocos minutos su aureola y su magia en el terreno.
“No soy mago, para dirigir un equipo de beisbol hay que tener mucha psicología. Cuando se dirige un colectivo de varios hombres hay que tener en cuenta que todos no piensan igual, hay que tener ética, profesionalidad y muchos conocimientos y dar el ejemplo en todo. Siempre he dicho que los juegos se ganan desde el primer día de la preparación, hay que conocer a los peloteros uno por uno, cómo reaccionan, sus problemas personales, de dónde viene cada uno de ellos”, explica.
“Otra cosa muy importante es el desarrollo de los valores de los atletas, la solidaridad, el colectivismo, el sentido del deber. Estos elementos son los que hacen que un grupo determinado sea grande, todo no es entrenar, ahí es donde está la clave del éxito. Un grupo donde priman estos valores, aunque no tenga una calidad determinada, es difícil de batir en el terreno. Un director tiene que concientizar a los atletas sobre todas estas cosas, no imponerlas”, dice tratando de justificar su título de “manager ganador”.
“El caballero del diamante”, como muchos le llaman, tiene muy claro que el factor psicológico en el beisbol puede más que el técnico táctico. “En la preparación del atleta hay un factor que se llama entrenamiento invisible, ahí entra a jugar un papel determinante la psicología desde etapas tempranas”.
“Hay que seleccionar bien a los profesores que trabajan en las categorías infantiles, desde ahí hay que formar integralmente al atleta. Si este no está preparado psicológicamente para enfrentar una situación determinada, no importa su calidad, está perdido. El cerebro lo guía todo, si no hay concentración y salud mental, no hay nada”, advierte.
Manager ganador
En el largo currículo de Urquiola hay un capítulo en el que algunos aficionados se detienen para avivar los fuegos de las comparaciones, y en el que los escasos detractores alimentan sus tesis: su estadía en Matanzas.
Cuando nadie quiso asumir el reto de levantar a la provincia desde los últimos lugares, el mítico número ocho sacrificó su misión deportiva en Panamá.
“Cuando llegué a Matanzas se había ido todo el mundo, eso era un equipo escuela, había que formarlo, era un trabajo para años. Siempre supe que mi objetico no era competitivo. No quiero criticar, pero yo tenía allí atletas solo de la provincia; no traje, como hizo Víctor Mesa, a gente de otras provincias, ya formada. Las condiciones desde el punto de vista social y económico no eran las mismas tampoco, mis atletas dormían en albergues ahí en el estadio, el apoyo no fue el mismo”, enfatiza mientras sus palabras suben de tono y velocidad.
Urquiola ha sido profeta en su tierra, Pinar del Río. Es en su provincia donde ha tocado la gloria con las manos, primero como jugador de altísima calidad y luego reconstruyendo tres veces equipos subvalorados y llevándolos al campeonato.
“A mucha gente le duele que esta provincia, que tiene poca cantidad de habitantes, que no tiene esa potencialidad económica, siempre este en la élite. Esta provincia es una de las que más aporte de atletas de calidad hace. Siempre nos subestiman; sin embargo, es la provincia que más campeonatos ha ganado en Cuba. No sé si es por problemas personales o rencillas, pero eso pasa muchas veces con nosotros. Esas cosas a los pinareños no nos pueden perjudicar, eso nos hace crecernos más en el terreno de juego”.
Es religioso, pero jamás ha estado en una iglesia ni ha visitado un altar. Tiene fe en los santos, pero cree en lo que es capaz de hacer por sí mismo: “No le puedo pedir a la Caridad del Cobre que me acompañe y me ayude si yo no trabajo. Lo que tengo me lo he ganado porque he trabajado como un caballo durante toda mi vida”.
Es sorprendente que ahora Alfonso Urquiola esté dándose sillón en la sala de su casa, mientras el beisbol pide a gritos su regreso y los aficionados sueñan con verlo entrar, como héroe legendario, por las puertas del estadio Capitán San Luis.
“Yo estoy aquí ocioso, nadie me ha dado esa oportunidad ni nadie me ha venido a ver más nunca para nada. Es cierto que estuve en México y en Panamá, pero ya estoy aquí hace varios meses y nada. Aquí estoy tranquilo y bien de salud, soy hombre de beisbol, sigo viendo la pelota y analizándola. El día que alguien necesite de mí en cualquier lugar, que me toquen la puerta; mientras, sigo viendo los toros desde la barrera”, dice con un tono nostálgico que estremece montañas.
“No sé si los directivos del beisbol le temen a mi sinceridad, pero honestamente te digo que, si le temen o no, yo no voy a cambiar. Yo tengo mi filosofía, voy siempre con la verdad en la mano, no soy autoritario, todo lo consulto, pero tengo mis ideas y hago lo que creo que es mejor para mi equipo”, aclara.
“Urquiola va a seguir siendo Urquiola. Si me equivoco trataré de buscar la forma de rectificar, pero mi sinceridad siempre va a estar ahí, esa no la voy a perder. Gústele a quien le guste, siempre voy a decir la verdad. Conmigo hay que debatir, no batir por detrás”.