Por: Raúl Rodríguez
Este sábado conmemoramos 20 años de una hazaña, la triple corona alcanzada por el lanzador habanero José Ibar Medina, durante la edición 37 de las Series Nacionales de Béisbol.
El 24 de marzo de 1998, Ibar consiguió su victoria número veinte de aquel campeonato, al derrotar a Sancti Spíritus. Con ella, redondeó un promedio de carreras limpias de 1,51; totalizando además 189 ponches en la Serie. Pero lo fabuloso de su resultado no queda en la triple corona. Hay otros datos que resultan de mucho interés.
Entre ellos, la duración promedio de la apertura, pues en 24 salidas como abridor consiguió 196 entradas y un tercio de labor; o sea, el promedio de actuación fue de ocho entradas completas. Su coeficiente WHIP, esto es, la suma de hits permitidos y boletos, dividida entre los innings, fue de 0,89. La interpretación es que se le embasó menos de un bateador por entrada. El 25 % de sus aperturas fueron vinculadas con lechadas: 4 bajo su responsabilidad directa y 2 participaciones. Completó once juegos, le batearon para 185 de average, en época de aluminio y con bateadores muy polivalentes. En ese contexto, propinó casi un ponche por inning, permitiendo solo tres cuadrangulares en casi 200 innings de labor. De las 20 victorias que alcanzó, catorce fueron consecutivas, igualando el récord con Rolando Macías. Este resultado fue superado, años después, por un lanzador que era novato del equipo Habana en 1998, Yulieski González Ledesma.
Si todo lo apuntado hasta el momento no bastara, en los play off José Ibar ganó cuatro juegos y no perdió, derrotando en par de ocasiones al intransitable Pedro Luis Lazo, en semifinales. Su equipo Habana no pudo discutir el título, pero las veinticuatro victorias que totalizó esa temporada, más las dieciocho que acumuló en la siguiente Serie Nacional, le proporcionaron un récord de imbatibilidad que será muy difícil de quebrar en los años venideros. Ya no se pide que los brazos sean de hierro, el pitcheo es cada vez más especializado y con adecuados descansos. Vivimos tiempos diferentes, pero la proeza del nacido en La Maya e inmortalizado en San José de las Lajas, merece recordarse por siempre.