Lo que pasó en la transmisión de la mal llamada Liga Élite entre Pinar del Río y Santiago de Cuba no fue un error técnico, ni un descuido de producción. Fue, simplemente, Cuba siendo Cuba. O mejor dicho, la TV cubana siendo la TV cubana: ese museo audiovisual de la censura donde todo está permitido… menos decir la verdad.
Ahí estaban, en pleno entreinnings, listos para el segmento de “Vamos a fingir que cuidamos a nuestras glorias deportivas”. Frente a la cámara, Omar Ajete, campeón olímpico, lanzador histórico, ídolo pinareño. Y entonces, la pregunta que activó todas las alarmas: “¿Cómo está la atención a las glorias deportivas en Pinar del Río?”
Ajete, sin filtro, sin diplomacia y sin miedo, respondió con lo que cualquier gloria de verdad diría si no dependiera de un pan con croqueta y un bono estatal:
—Hermano, usted me disculpa, pero aquí la atención a nosotros es mala en todos los aspectos.
Y en ese preciso instante, ocurrió lo inevitable: pánico en el control maestro. Corte abrupto. Adiós entrevista. Bienvenidos al plano fijo del estadio Capitán San Luis, donde el césped no habla, no opina y, sobre todo, no critica. Cuando volvieron al aire, los narradores no dijeron una palabra. Silencio total. Como si el momento no hubiese existido. Y de pronto, así sin transición ni vergüenza, retomaron la narración del juego como si estuviéramos en Suiza y no en un país donde hasta una entrevista de béisbol tiene que pasar por la guillotina ideológica.
Esto no fue un desliz. Fue un botón de emergencia. Un acto reflejo del sistema: cuando alguien se sale del libreto, se apaga el micrófono, se baja la cámara y se activa la negación automática. ¿Quién dijo eso? Nadie. ¿Qué entrevista? ¿Cuál Ajete?
La televisión cubana lleva décadas jugando a la pelota con un bate de goma y una bola de papel. Todo es una gran escenografía de cartón: ligas inventadas, estadísticas inútiles y homenajes vacíos a héroes que el sistema abandonó hace rato. Pero esta vez la bola se les escapó. Porque por muy vieja que sea la escenografía, a veces aparece alguien que recuerda que detrás del uniforme hay una persona. Y esa persona, como Ajete, se cansa de que lo traten como una postal antigua que solo sirve para adornar la pared cuando conviene.
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¿Es Omar Ajete el problema?
Lo ocurrido no es anecdótico. Es una señal de lo podrido que está el espectáculo cuando la verdad tiene que ser editada en vivo. El problema no es Ajete. El problema es todo lo que Ajete representa: el olvido, la hipocresía y el miedo institucional a que alguien diga, sin adornos, lo que todo el mundo sabe.
En cualquier país normal, esa entrevista sería tendencia, debate nacional, impulso para revisar políticas deportivas. En Cuba, fue una falla técnica. Punto. Y después se preguntan por qué la gente no va al estadio.