Realizado por Joe Cardona y Ralf González, en poco más de una hora este documental sirve de recordatorio de todo lo bueno que nos ha regalado el béisbol en las horas mejores y peores de nuestro camino como país, dividido, manipulado, pero siempre presto a aplaudir un gran batazo, una enorme faena en el montículo.
Major League Cuban, que tendrá su premier el 1 de marzo en el Actor’s Playhouse de Coral Gables y será transmitido por la cadena pública PBS, resulta un compendio de emociones y vivencias que se entrelazan con la historia y las vidas de los cubanos en cualquier dimensión y circunstancia.
No es un repaso cronológico ni aburrido, sino una narración vibrante -en voz de Carlos Oliva, el Juez de todos los Sobrinos- de un deporte que ha servido para definirnos tanto como las guerras de independencia, la música, la sensualidad y la gestualidad. Cabría preguntarse que habría sido de Cuba sin la pelota. Tal vez algo más triste.
Cardona y González, figuras muy conocidas en el ámbito artístico de Miami y con varios documentales y premios a sus espaldas, no buscan el hecho preciso sino el impacto que produjo en el cubano, ese individuo tan complejo al cual ninguna definición le alcanza, tan indescifrable y convulso al que lo unen muy pocas cosas, una de ellas y quizá la más, el béisbol.
Aquí está recogida la experiencia cubana que es una y múltiple, la que quedó atrapada en la Isla y la que se vino a Miami en una diáspora admirable y nostálgica, que intentó aferrarse a tablas de salvación emocionales, la pelota una de ellas.
«Cuando no había mucho de que hablar con el viejo mía durante los años difíciles de la adolescencia, siempre estaba el béisbol», recuerda Cardona. «Este documental no trata solo de bolas y strikes, sino de lo que ha significado el béisbol para cada cubano».
Se habla aquí de Adolfo Luque -por cierto, con imágenes inédita del irascible Papá Montero- y de Rey Vicente Anglada, se recuerda a Minnie Miñoso y se observan imágenes de Víctor Mesa, se reconoce el impacto de Luis Tiant y Tany Pérez sin dejar de mencionar a los hermanos Liván y Orlando Hernández.
Por mucho que otros traten de impedirlo escudados en un mar de consignas y solemnidades, la nación es una, como la pelota, que tal vez muestre un par de costuras rotas, pero nada imposible que unas manos amorosas y honestas puedan zurcir -¿filmar?- si se tienen el deseo y la voluntad.
«Este filme está dedicado a todos los cubanos», apunta González. «Específicamente a nuestros padres y abuelos que tanto disfrutan y disfrutaron el deporte».
Aunque no se aborda de manera explícita, queda la noción de que cuando acabe la noche y se limpien las márgenes, el béisbol volverá a servir de puente y guía para Cuba, como un lazarillo que lleva de la mano a una tierra cegada tantas veces, como un bálsamo para los residuos del dolor.
Ese es el mérito principal de Mayor League Cuban, pues pone de manifiesto lo que nos une y, ojalá, nos espera, a pesar de la tormenta del tiempo y los errores del hombre. Porque mientras haya pelota, habrá esperanza.