MIAMI.- Si la muerte de un ser querido es dolorosa y amarga para una familia, la del ídolo del béisbol José Fernández podría ser la pérdida que más lágrimas produjo en la enorme y convulsa ciudad de Miami, en el ya agonizante año 2016, por la forma como el pelotero de los Marlins se despidió de este mundo “ponchado por la muerte”.
Fernández, de 24 años, quien era la estrella de los Marlins de Miami, tuvo un funeral multitudinario en la denominada “Capital del Sol” y sus cenizas fueron arrojadas al mar por su familia en el mismo rompeolas donde se registró el penoso accidente en la madrugada del 25 de septiembre, cuando también murieron dos jóvenes que lo acompañaban en una lancha.
El lanzador, que iba a ser padre de una niña en pocos meses, era muy querido en Miami, en donde la cubana es la comunidad latina más grande en esta urbe del sur de la Florida. Pero el extrovertido pelotero también era poseedor de una historia que demuestra el drama que vive a diario la población de la isla mayor de las Antillas.
De niño, junto a su familia, Fernández intentó llegar a EEUU en balsa, en tres ocasiones, y no lo logró hasta la cuarta oportunidad cuando llegó a México en una frágil embarcación y de ese país se trasladó a Estados Unidos.
Con la sensible partida de José Fernández, conocido popularmente como “Joseíto”, Miami perdió a un joven provisto de una humildad a toda prueba. Ni la fama, ni el dinero, ni los titulares en primera plana, ni la muerte que lo rondaba desde muy niño, pudieron opacar el carisma y la pujanza de un ser que nació para brillar con luz propia.
Pero así como Miami lo recibió con los brazos abiertos hace cuatro años, el miércoles 28 de septiembre pasó a la historia como el día en que una ciudad, literalmente con lágrimas en los ojos, le rindió el más grande de los tributos a una persona que lo entregó todo por su familia y sus miles de seguidores.
Centenares de personas con carteles en las manos, flores multicolores, guantes de béisbol y pelotas autografiadas por el pelotero y camisetas con el apellido Fernández, entre otras formas de tributo, se sumaron al cortejo fúnebre que partió del estadio de los Marlins, hizo escala en La Ermita de la Caridad del Cobre y finalmente llegó a la iglesia Saint Brendan, en el suroeste de la ciudad.
Revisar los detalles de la vida de “Joseíto” es sumergirse en un mundo dantesco y, al mismo tiempo, atiborrado de realismo mágico, por cuenta del horror que en un principio tuvo que padecer para llegar a los Estados Unidos a cumplir el “sueño americano” y, más adelante, en virtud del hechizo que parecía envolver cada lanzamiento salido de su portentoso brazo derecho.
Una vida llena de dificultades
El pelotero nacido de la entrañas de Santa Clara, Cuba, ciudad a 270 kilómetros de La Habana, tenía su brújula en dirección hacia ‘el país de la libertad’. Las privaciones de un régimen opresor, como el de los hermanos Castro, lo condujeron desde muy temprano a lanzarse a las calles a vender productos comestibles para aportar unos cuantos pesos a las empobrecidas arcas familiares.
Más por necesidad que por ambición, el adolescente desertó de Cuba junto con su madre y un grupo de personas de su misma raza, anhelos y carencias. Era el cuarto intento. Todos los anteriores terminaron en una celda “por ser un traidor a la revolución”. En otras palabras, “Joseíto”, sin proponérselo, conoció por dentro el vientre de un sistema que se alimenta día a día de la desgracia colectiva de todo un pueblo.
Para la eternidad quedó grabado en su memoria que aquel momento en el vasto Mar Caribe actuó como un verdadero hombre. Primero se vio abocado a esquivar las balas de los guardacostas cubanos que dispararon contra la balsa para evitar lo que el Gobierno de la isla considera una “deserción”. Después demostraría coraje al rescatar a una mujer que había caído al agua. Era Maritza, su madre. “Joseíto” salvaba la vida de la persona que le había dado la vida; otra de sus grandes hazañas.
Los triunfos
El deseo de superación fue el derrotero que guio la vida del joven cubano. En Tampa, una pequeña ciudad del centro de la Florida, pronto sería la atracción en el montículo. Su padrastro, Ramón, se convirtió en el timonel de la naciente estrella.
Y vendrían los triunfos. Uno tras otro eran como eslabones de una cadena de acontecimientos fantásticos que pondrían el nombre de José Fernández, el humilde y risueño muchacho cubano, elocuente y pícaro en demasía, en boca de los más experimentados comentaristas del deporte de la pelota chica.
Caracterizado por una personalidad extrovertida, “Joseíto” llegó rápidamente a ser considerado uno de los mejores lanzadores del béisbol estadounidense. En síntesis, los Marlins contrataron al cubano pagándole 2 millones de dólares, en 2013 era premiado como el Novato del Año de la Liga Nacional y durante dos años hizo parte del equipo de las estrellas, al que solo son convocados los mejores.
Pero como la vida es una delgada línea de altos y bajos, cuando el cubano estaba saboreando las mieles del éxito una intervención quirúrgica “inevitable” aparecía frente a él como el peor de sus rivales en el cajón de bateo.
Alrededor de un año estuvo al margen de los diamantes de béisbol tras someterse a una operación Tommy John. Pero nada parecía vencerlo. De las luces artificiales de un quirófano frío pasó de nuevo a brillar con luz natural en la que, en el argot de la “pelota caliente”, se conoce como “la lomita de los suspiros”.
La muerte, su peor rival
Sin embargo, la muerte venía confabulándose contra aquel niño humilde que Santa Clara entera recuerda por su sencillez y calidad humana; el chiquillo que vendía frutas o verduras por las calles calurosas de la provincia cubana para ganarse el sustento diario. Más temprano que tarde el día de la cita fatal llegaría sin previo aviso.
Un inexplicable accidente a bordo de una lancha cerraría para siempre los ojos de “Joseíto”. La muerte le ganaría la partida en el mismo mar que le sirvió de plataforma para llegar al país que le dio fama y fortuna. Ese mismo país que aún no se repone del dolor infligido por la precoz partida de un ser bondadoso llamado a integrar la nómina de la ‘novena celestial’.
Miami y el mundo recuerdan su contagiosa sonrisa, su combativo comportamiento en el montículo y su amor y apego por la vida.
Olga, esa abuela candorosa que volvió a verlo gracias a las gestiones migratorias de las directivas de los Marlins, todavía se encuentra destrozada. No cree lo que ha ocurrido. Nadie lo cree. “Joseíto” sigue vivo en su memoria. “Joseíto” no ha muerto para los residentes de la ciudad de Miami.