Por: Juan A. Martínez de Osaba y Goenaga
Aunque no tengo la certeza del asunto, las líneas que a continuación aparecen pudieran tener algo de históricas. Quizás haya sido la primera comunicación directa del pitcher Pedro Ramos Guerra con la Isla, en muchísimos años.
Mi hermano Francisco José, a quien la familia y allegados llamamos Panchy y en el argot beisbolero es simplemente Catibo, quien en la década del setenta dirigió en varias campañas a los Vegueros y en las Series Selectivas a Pinar del Río, una tarde me presentó a Arsenio Ramos, amigo de la infancia de Pedrito (así se le conoce popularmente) con quien jugó a la pelota en la niñez y la juventud. Arsenio viaja a Nicaragua por asuntos familiares y de negocios tabacaleros y allá se reúne con Pedro, quien reside en aquel país, en la ciudad de Estelí. Aunque lleven el mismo apellido, no los unen lazos familiares.
Conversamos largo y tendido sobre Pedro y me contó un sinnúmero de anécdotas de su vida desde la niñez. Yo, que admiré y admiro a un pinareño que alcanzó la cima del béisbol, a quien vi infinidad de veces lanzando en el entonces Gran Stadium de La Habana, hoy Latinoamericano y por la tele, no tenía otra cosa que ofrecerle y le dediqué mi libro Mitos y realidades de la Pelota Cubana, publicado en el 2010 por Ediciones Loynaz. En ese texto aparecen varios jugadores de la Liga Profesional Cubana, entre ellos el natural de El Corojo, en el San Luis pinareño, que llegó al mundo el 28 de abril de 1935.
Cuál no sería mi sorpresa unos quince días después, cuando compartía con la familia un almuerzo de domingo y sonó el teléfono. Mi hija Nora Alina respondió: –Papi, es para ti. –Hola. –Hello, Osaba. –Sí, quién habla. –Pedro Ramos. – ¿Chiste de algún amigo? –Oiga, ¿quién me dijo que es? –Pedro, Pedrito Ramos, el pitcher del Corojo, en San Luis. –¡Coño Pedro! Usted llamándome a la casa. –Sí aquí tengo a Arsenio conmigo, quería agradecerle que haya hablado de mí en su libro. –Usted lo merece. La conversación parecía no acabar, él hablaba y hablaba. Cuando tuve la oportunidad, le pregunté por qué no venía a Cuba, que aquí la gente lo recordaba siempre. — Los jóvenes también tienen el derecho de conocerlo.
Lo noté confuso, habían pasado más de cincuenta años. –Me gustaría mucho volver a mi tierra, pero no sé qué hacer. –Yo ni siquiera tenía idea. Pregúntele a Arsenio que va y viene a cada rato. –Bueno, veré eso. Oiga, ¿usted cree que la gente se acuerde de mí? –Le repito que continúa siendo un ídolo en Pinar del Río y en toda Cuba. Decídase, será bien recibido.
Hablaba yo cual si fuese un funcionario de la Aduana o algo parecido, cuando jamás he salido de mi patria ni estoy al tanto de esos avatares, pero tenía la certeza de que su visita sería un “bombazo” en el mundo beisbolero de la Isla.
–Cuando vaya quisiera pitchear por Pinar del Río contra los Industriales. –¿Y cuántas millas está tirando?, porque esa gente batea duro. –Unas 33, pero los domino con la maraña. Yo veo los juegos desde aquí por Cuba Visión Internacional, sobre todo cuando juega Pinar del Río. Me gusta mucho ver lanzar a Yosvany Torres, tiene tremendo control, imprescindible para triunfar…
Recordamos sus años en La Habana, cuando llegó al Cienfuegos y a las Mayores. En fin, unos veinte minutos que debieron costarle un ojo de la cara, pero hablaba sin susto, más bien era yo el “apurado”. Quedamos en que volveríamos a hablar. Le insistí en su viaje a Cuba. –Voy a averiguar lo que tengo que hacer, me encantaría volver al Corojo, donde nací.
Unos días después efectuamos la Peña Deporte y Cultura, en el Centro de Promoción y Desarrollo de la Literatura “Hermanos Loynaz”. Tuvimos entre los invitados a Arsenio, a quien se le ocurrió llamarlo. Segunda conversación, esta vez con más de cuarenta personas. Le dije que allí estaba Roberto (El Guajiro) Llende, una figura legendaria de la pelota vueltabajera desde los años cincuenta del siglo XX, quien había tenido su amistad y hasta alguna vez lo dirigió. Preguntó por el cátcher de las Minas de Matahambre, Pedro (Tatica) Martínez, por René Melo y otros jugadores de mi pueblo.
El tema desembocó en la posible visita. –Ya estoy averiguando qué tengo que hacer, creo que los trámites se hacen en el Consulado de Cuba en Managua, o algo así, para activar el pasaporte. –Le llevaría más de un año.
Entre la primera llamada y su entrada en el aeropuerto José Martí, de La Habana, no podría contar las veces que hablamos, llenas de anécdotas, pero una nos marcó a los dos. En el mes de febrero de 2016 nos fuimos a la Feria del Libro en la Fortaleza de La Cabaña, para presentar Pedro Luis Lazo. El Rascacielos de Cuba (segunda edición).
De regreso en el ómnibus, hicimos una parada forzosa en la carretera (serían las nueve de la noche), para que mujeres, niños y hombres, descargaran los líquidos acumulados en las vejigas. Bajando del ómnibus recibo la llamada, con Lazo a mi lado. –Oye Osaba (ya nos tuteábamos), estoy viendo el juego entre Pinar y Ciego de Ávila, ahí hablan de muchos, pero nunca de mí. –Pedro, yo no sé cómo resolver eso. Entonces surgió la voz de Lazo: –Cuando lleguemos voy a llamar a alguien que conozco en las transmisiones. –Pedro, no dejes de ver el juego.
Efectivamente, Lazo llamó. Y un locutor dio la noticia: –Caramba, nos acaba de llamar el gigante Pedro Luis Lazo, que esta tarde presentó su libro en La Habana. Muchas felicidades. –Todo bien hasta ahí: –Nos dice Lazo que desde Nicaragua hay un cubano que fue lanzador y está viendo el juego, se llama Pedro Ramos y está cumpliendo misiones en el hermano país.
Lamentable confusión. Llamé a Lazo, a quien imaginé con la boca abierta. Le dije que aclarara las cosas y prefirió que quedaran como estaban, podía ser peor. Molesto colgué el teléfono y al instante: –Oye Osaba, es verdad que yo pitcheé en Pinar del Río y en Cuba, lo que tengo a mucha honra, pero también lo hice en las Grandes Ligas, en las Menores y en muchos otros países. –Ha sido un malentendido, al parecer no conocen tu historia. Así quedaron las cosas.
Cuando Ciego de Ávila luchaba contra vientos y mareas en la Serie del Caribe 2016 y los lanzadores flaqueaban, volvió a llamar. Lanzaba el zurdo Wilber Pérez, quien había perdido la brújula del home: –Oye, los pitchers están descontrolados (no fue Wilber el único), no dan strikes y así no se puede ganar. Cuando yo lanzaba le tiraba la bola por el medio a Ted Williams con tal de no llevarlo para primera, y se la anunciaba, por eso algunas veces lo dominé, aunque otras me dio tremendos batazos. Esa es la pelota. Un pitcher sin control está perdido.
Entonces, como lleva consigo la fama de galán, le comenté: –Oye, eso es verdad, pero qué bien lucen las bailarinas sobre los dugouts. –Están bellas, aunque hay una que tiene demasiado pelo para mi gusto. Ojalá gane Cuba, aunque la cosa la veo fea si siguen lanzando así. Y así fue.
Más llamadas, mensajes, recados. En fin, unos deseos inmensos de regresar a su país. Y el 5 de agosto de 2016, alrededor de la 1 pm, lo recibimos en el aeropuerto con un fortísimo abrazo.
Ya en la ciudad de Pinar del Río, la primera escala fue el Capitán San Luis, después de pasar por lugares que le deslumbraron, incluida las Ocho Vías, pues en su Pontiac verde y blanco de los años cincuenta, solo podía viajar por la Carretera Central. Admiró el Hospital Abel Santamaría, el Hotel Pinar del Río, la Sala Polivalente y tantas cosas nuevas para él. Desde la ya famosa “lomita” del jardín izquierdo, pidió detenernos en el Capitán San Luis.
Allí entrenaba el Pinar del Río que tan mal papel haría en la temporada. Localizamos a Yosbany Torres y se fue a conectarle algunos batazos. Parecía mentira que un hombre de 81 años le diera tan duro a la pelota, y a las dos manos. Pedro prefería batear, pero desde el montículo escribió su historia. Les entregó unas gorras recién confeccionadas para el equipo y charló un buen rato con los jugadores.
Un par de días después nos veríamos en más de una tertulia con mucho público entre añejos y mozos. Allí dejó confesiones para no olvidar, respondió a las preguntas con sinceridad, mencionó El Corojo infinidad de veces y derramó un par de lágrimas salidas del corazón cuando reconoció viejos amigos, los atronadores aplausos y momentos de tensión. “Todas mis victorias son para ustedes, las derrotas me quedo con ellas”.
Una noche después asistió al Capitán San Luis para ver el segundo juego Matanzas vs Pinar del Río. Antes de comenzar, Víctor Mesa lo invitó al dugout; oímos los aplausos. Mas no fue invitado por los Verdes. Algo parecido sucedió en diciembre, cuando Víctor le pidió retrasar el regreso e irse con él a la Ciudad de los Puentes para los play off; recibido con honores. Un punto a favor del villareño-matancero, gracias a la pelota.
En la despedida prometió volver en abril del 2017, para celebrar su 82 cumpleaños, pero no resistió la tentación y regresó el 19 de diciembre del 2016. Entonces recibió la sorpresa del documental Pedro Ramos: 55 años después, del realizador Tito Osaba, con guión de quien estas letras suscribe y entregó una parte de sus trofeos al Museo Provincial de Historia, celosamente guardados por Amparo Martínez, cuñada suya a quien conoció en su primera visita y conservó las reliquias durante casi seis décadas. En la ceremonia solo logró expresar: “Aquí queda parte de mi historia. En ningún otro lugar estarían tan bien guardados, porque aunque he recorrido medio mundo, esta es la tierra que me vio nacer”.
Pedrito Ramos, a quien en Cuba la prensa llamó El pitcher de las damas y en el exterior El Príncipe de los ojos azules, casado y divorciado seis veces, una especie de Rodolfo Valentino o un Casanova (no el pelotero), destruyó el siguiente adagio de un conocedor del béisbol:
Joe Cambria, el scout que me firmó, un día me lo encuentro en el pasillo del estadio y me dice: “Pedro, nunca tú vas a llegar”. Y aquello me dejó pensando. El americano (Cambria era de origen italiano), hablándome en inglés me dijo eso, casi ni le entendía: “Tú eres muy bonito para llegar a ser un grande”. Y en verdad por allá me decían El Príncipe de los ojos azules.[1]
De una amplia entrevista, que se aloja en más de veinticinco cuartillas y deberán ver la luz más temprano que tarde, adelantaré en sus propias palabras la siguiente anécdota:
Una vez estamos jugando contra los Yankees y Bob Turley “tumbó” a tres de mis compañeros con los Senadores: Bob Allyson, Billy Gardner y el cubano Joe Valdivielso. Aquello fue tremendo. Entonces, cuando vine a lanzar y saqué dos outs, se acerca Allyson y me dice: “Oye, ayúdanos”. Olvídate de eso, al primero que venga se la voy a meter, sea quien sea. Y resulta que el primero que viene es Mickey Mantle; todo un lío para mí, pero tenía que cumplir lo prometido. Viene Mantle para home y le he dado un bolazo bien duro, porque en Liga Grande cuando tiras tienes que hacerlo duro, si no es así te desprestigias. Yo lo admiraba mucho, como todos, pero tenía que hacerlo, desde el dugout me lo exigía el manager. Fue después de dos lanzamientos. Él no dijo nada, soltó el bate y se fue para primera. Para mí eso fue duro, porque lastimar a una estrella como Mickey Mantle no era bonito. Cuando tú lastimas a jugadores como Ted Williams, Willie Mays, el mismo Mantle y tantos otros, a la vez estás lastimando al béisbol, así lo veo, pero hay momentos y momentos. Al otro día me dijo: “Me golpeaste duro ayer”. Entonces le respondí que su pitcher había tumbado a tres jugadores míos y eso no se podía permitir, que me comprendiera. El problema es que te tocó a ti, yo estaba obligado a hacerlo. “Eso está bien, pero cuando vuelva a batear contra ti voy a tocar la bola hacia la segunda y cuando vayas a cubrir en primera te voy a rajar todo”. Eso no va a suceder. “¿Cómo que no va a suceder?”. No, tú tocarás la bola y te apuntas un hit, porque yo no voy a la primera. Tienes un hit, yo nunca voy a ir. No tocó, pero se desquitó metiendo la bola en el techo del estadio.
Días intensos de agosto y diciembre, que volverán cargados de pelota, tabaco y recuerdos de mujeres.
[1] Entrevista con el autor de este trabajo, el 21 de diciembre de 2016.