Escucharle a Víctor Mesa que quiere solo estar tranquilo y descansar puede parecer surrealista. Esas acciones no tienen mucho que ver con el sujeto de la oración, un hombre hiperactivo, que, aunque nos cueste creerlo, no dirigirá más a los Cocodrilos de Matanzas y, salvo alguna propuesta muy tentadora, tampoco volverá a ningún otro banquillo de las Series Nacionales de Béisbol.
Este es el fin de una era en nuestra pelota, y como suele suceder en el universo deportivo, ha llegado con un estrepitoso fracaso. En los clásicos de las bolas y los strikes, por ejemplo, Villa Clara ganó tres coronas seguidas a inicios de los noventa y después sufrió una maldición de 18 años sin saborear las mieles del éxito.
La «Aplanadora» santiaguera y los talentos de la generación siguiente en suelo indómito conquistaron seis títulos en una década, para luego sumirse en una crisis que los tiene en las colas de las clasificaciones, sin perspectivas inmediatas de rescatar los lauros de las gloriosas etapas pasadas.
La gran diferencia es que esas dinastías antes mencionadas coronaron sus campañas con trofeos, algo que no ha podido conseguir Matanzas en la cruzada de Víctor Mesa, a pesar de que en las últimas seis Series ningún elenco ha ganado más partidos. Un total de 373 victorias en 588 encuentros cosechó el mentor con los Cocodrilos, pero en postemporada se fue con balance negativo de 26-31.
La debacle tomó matices dramáticos en el Victoria de Girón, su feudo inexpugnable en fases clasificatorias (196 triunfos y solo 72 derrotas), donde en play off cayeron en un abismo de 13 victorias y 18 descalabros, con fatídico 3-8 en los últimos tres años.
Tres partidos en casa perdieron en la semifinal del año anterior contra Pinar del Río, y ahora los imponentes Alazanes granmenses les recetaron la misma dosis, enterrando al equipo que impuso récord de 70 sonrisas en campeonatos de 90 juegos.
¿Qué razones podríamos esgrimir para explicar este precipitado naufragio? En primer lugar, quisimos ver a Matanzas como un súper equipo y no lo era, básicamente porque estaba compuesto por nativos ya en la curva descendente de sus carreras y otros remiendos, descartes de otras provincias que encontraron allí una puerta de escape para seguir jugando en la máxima categoría del béisbol nacional.
Insisto, no creo que Matanzas haya sido un equipo reforzado desde el primer día. Jefferson Delgado llegó de la Liga Azucarera, descartado de las huestes villaclareñas, donde también dejaron «libres» a Yohandry Ruiz o Yosvany Pérez.
¿Quién quería y quién recuerda a Adrián Sosa en la capital? ¿Alguien se ha preguntado en dónde andaba Ramón Licor antes de volver a encaramarse en una lomita? ¿Contaban con Yasiel Santoya, Jarok Sandoval o William Luis en sus provincias? ¿Alguien demandaba a Alexander Rodríguez o Irandy Castro, quienes después de salir de sus terruños tampoco triunfaron con Industriales? Dudo que alguien se atreva a sacar una prueba de que esos jugadores fueron «robados» a sus territorios para reforzar a Matanzas.
Está también el caso de Yordanis Samón, la gran incorporación de los Cocodrilos para la Serie 56, quien llegó a los dominios matanceros por voluntad propia, y no precisamente por una petición u oferta de Víctor Mesa o las autoridades yumurinas.
Al margen de estos puntos endebles dentro de la novena, Víctor falló en decisiones de pequeños momentos que otra vez terminan costándole la gran celebración. Fue en ocasiones apresurado en el manejo de su cuerpo de lanzadores, incluso, con los jugadores de posición, a quienes sacaba antes de la mitad de cualquier pleito para aumentar las prestaciones defensivas.
Nos tomó un tiempo darnos cuenta, pero el 32 no tenía la completa confianza en sus hombres, sabía, a pesar de las 70 victorias y todos los halagos, que no disponía de una constelación de estrellas.
Pruebas hay muchas, pero tal vez la más clara es Yoanni Yera, ganador de 13 choques en la etapa regular y líder en ponches, quien tuvo que esperar al tercer desafío de la semifinal para realizar una apertura, y en el decisivo séptimo, tras retirar a nueve hombres en fila, fue sacado apresuradamente por permitir tres jits y una carrera en el cuarto inning.
La película se repitió año tras año, pero el rodaje ya ha terminado y la cinta no tiene un final feliz. Víctor Mesa se marcha de Matanzas sin el título que tanto anheló, él y todos los parciales de los Cocodrilos.
¿Se queda a deber? A mi entender, no. Revivió la pasión por el béisbol en toda la urbe yumurina y los llevó a seis podios consecutivos después de 14 años en el ostracismo. Eso tiene un valor, y tal vez solo seamos capaces de apreciarlo en toda su medida durante los próximos años.
1 comentario
Pienso que victor fue un gran jugador y su iperoactividad lo ha llevado a no lograr el triunfo deseado por los yumurinos.Es cierto que el equipo esta remendado por figuras desauciadas del beibol en sus provincias pero ya que la calidad del beibol en la serie nacional a mermado tanto ahora son estrellas que gracias a ellas y algunos jóvenes talentos que quedan han logrado darle un poco de colorido a la SNB al igual que Victor Mesa solo queda que el equipo Mtzas no caiga y que sigan los emigrantes como les llaman que existen en todas las ligas del mundo y algun dia los cocodrilos yumurinos con CORAZON alcanzaran el titulo.