Por Reynaldo Cruz
La decisión de emigrar es tan personal y común que tal vez el único lugar del mundo donde se convierta en un fenómeno tabú sea en Cuba. En el caso del béisbol es probablemente la esfera donde más recelo provoca la partida de alguien, al punto de que nos encontramos casos como el de los artistas que vuelven a la isla como lo que son, contraponiéndose a casos como el de Antonio Pacheco, que no ha sido aceptado en el Salón de la Fama del Béisbol Cubano. Sin embargo, hechos recientes nos demuestran cuán injusto se es en Cuba con los peloteros que se marchan.
Por estas fechas mucho se ha hablado de la actitud asumida por el vallista de origen cubano Orlando Ortega en los Juego Olímpicos de Río de Janeiro, cuando luego de ganar la medalla de plata en la cita estival dio la espalda a alguien que le lanzó la bandera cubana y la dejó abandonada en el suelo, como si fuese un trapo viejo. Las críticas no se han hecho esperar, pero desde un ángulo bien mezquino, todo lo sucedido tiene una enseñanza, y aunque a muchos les pueda parecer irónico —y haya quien me acuse de buscar relación siempre con la pelota— tiene un toque de bofetada a aquellos que han criticado a los peloteros que juegan en las Grandes Ligas o en otras ligas luego de haber abandonado el país.
La actitud de Ortega va mucho más allá de lo político… es como si Orlando “El Duque” Hernández hubiese decidido de golpe y porrazo dar la espalda a un fanático que desde la grada del Yankee Stadium le hubiese mostrado una camiseta azul del equipo de Industriales. Ortega no dejó en el suelo la bandera del gobierno cubano, ni la de los muchos millones que aún viven en Cuba: despreció la bandera de otros millones que viven fuera de Cuba y que vibraron de emoción porque ese que corría era, hasta ese momento, uno de ellos, uno de nosotros. Pero también dejó en el suelo la bandera que con mucho orgullo exhibió Yoan Moncada en el pecho, cuando fue el Jugador Más Valioso del Futures All-Star Game, como parte del equipo de las Estrellas del Mundo (World).
La identidad del cubano va por lo general más allá de ideologías políticas, dicen que dos cubanos se encuentran en el mundo y se abrazan, sin importar quién es de izquierda o quién es de derecha… y puedo constatarlo, lo viví en Estados Unidos. El colega Daniel de Malas de Swing Completo lo sabe bien, lo vivió cuando publicó la reacción que tuvo Yonder Alonso al ver su camiseta de Industriales, contando que el incialista de los Padres:
… que estaba en la lista de lesionados, pero en el banco acompañando a su equipo, me dijo en puro “cubano”: “…esta bueno eso (señalando para la camisa), gracias chamaco…”
O la historia de cómo le dio la mano a Odrisamer Despaigne en el PETCO Park de San Diego en ese mismo partido:
Pedí permiso, me llegue hasta la misma barda, le abrí los brazos y le grite: “mi hermano, mira que he dado vueltas para dar contigo”, el me sonrió, me pregunto dónde estaba sentado, me dio la mano y siguió para su calentamiento, no sin antes “cuadrar” que nos veríamos tras el juego.
Otro ejemplo es el de Alexei Ramírez, quien recibió un reemplazo por la medalla de oro que ganó en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, y que extraviara luego de su salida del país. Al recibir la presea, de manos de su ex compañero en Pinar del Río José Ariel Contreras, el paracortos (entonces con los Chicago White Sox), declaró:
Verlo caminar con la medalla me dejó de veras sin palabras. Me ahogué, porque sentí que estaba en Atenas, recibiendo esa medalla nuevamente.
El término “desertor”, según el diccionario Cambridge en inglés (la palabra en este idioma es defector), se le acuña a alguien que deserta, que significa abandonar un país, partido político, etcétera, por irse a otro. Si nos centramos en la acepción única de la palabra, podríamos llamar desertor a todo el que ha abandonado el país, por la vía que lo haya hecho. Resulta que de aquellos a los que han llamado traidores, desertores, y otras cosas más, la gran mayoría arde en deseos de volver a ponerse el uniforme del equipo Cuba, siente orgullo de que les llamen cubanos, y dan otras muestras de nostalgia o apego a la tierra que los vio nacer o hacia el equipo con el que jugaron en varias Series Nacionales.
Para nadie es un secreto que ningún pelotero cubano puede jugar en las Grandes Ligas como cubano legítimo debido a las leyes norteamericanas, y eso, en materia de nacionalidad, les complica las cosas. Sin embargo, cuando ponen un pie en un estadio del Show, no lo hacen como peloteros del país cuya nacionalidad poseen, lo hacen como cubanos, y cubanos orgullosos. ¿Acaso no le da a nadie emoción ver a Aroldis Chapman celebrando cada jonrón de Yoenis Céspedes en el Derby de Jonrones del Juego de las Estrellas de 2014 en el Target Field de Minnesota, diciendo “Ese es el mío”? ¿El suyo? ¿Si el único conjunto en el que compartieron fue en el Equipo Cuba del Clásico Mundial de Béisbol de 2009? Pero claro, esto último sí tiene sentido.
En el Citi Field de New York, en un partido no celebrado por tormenta eléctrica el pasado 25 de julio, me encontré con un grupo de cubanos que se decían ser el Aledmys Díaz Fan Club. Ese grupo, que tenía entre sus miembros un primo del villaclareño, fue esta el estadio con una gran pancarta con una foto del paracortos de los St. Louis Cardinals, y con ¿!una bandera cubana!? Sí, porque son cubanos, y tanto Aledmys como Yoenis Céspedes, que juega en los New York Mets (los dos estaban anunciados para alinear), reconocerían esa bandera desde el terreno durante el partido, y esto iba sin dudas a provocar una reacción de ellos… querrían fotografiarse con los cubanos que estaban allí, o al menos mirarían hacia las tribunas de cuando en cuando. Desgraciadamente el choque se suspendió antes de empezar, pero los cubanos se quedaron en sus puestos hasta el final, a pesar de que el estadio estaba siendo desalojado.
En una entrevista que me concediera Michel Abreu durante la única campaña completa que jugó en Japón, en la que terminó como líder de jonrones de la Liga del Pacífico, terminó declarando que:
… me siento Cubano 100 por ciento y que aunque no esté en Cuba siempre la traigo en mi corazón. Dondequiera que voy a jugar trato de mantener bien alta esa bandera roja, blanca y azul que tanto nos caracteriza.
¿De qué bandera hablaba Abreu? De la misma que Ortega no quiso mantener en alto… sus razones tendrá, pero yo, hoy más que nunca, me siento orgulloso de los peloteros cubanos, estén donde estén. Ellos, muchos de los cuales se fueron incluso resentidos por las circunstancias que rodeó su salida, antes de o durante la misma, nunca han negado sus raíces o de dónde vienen, siempre dicen que son cubanos, ante todo… y muchos quisieran, otra vez, vestirse con el uniforme del equipo Cuba. Eso les da más valor aún.