Fue el pasado sábado, en la Escuela Cubana de Wushu, que volví a ver aquella escena del 12 de mayo de 1988. Hace ya más de 28 años, eran pasadas las 10 y 30 de la noche cuando empuñó el bate. Hizo unas cuclillas, respiró y miró al lanzador villareño Roberto Almarales.
En aquella campaña iba de segundo en jonrones, igual posición en impulsadas y bateaba para 350. Era su última temporada y ese el último turno al bate en nuestras Series Nacionales. Cuando la ceremoniosa voz del también inolvidable Tony Veiga lo anunció, el Latinoamericano rompió en uno de sus aplausos más largos. No esperó, al primer envío blandió el madero y le salió un inofensivo roletazo al campo corto. Ninguna carrera de home a primera, y aquella parecía interminable, fue tan aplaudida. Pedro Medina, el 31 de Industriales, decía adiós al deporte activo.
Pero en la Escuela de Wushu, en el corazón del barrio chino de La Habana conducida por el maestro Roberto Vargas Lee, que no solo da campeones mundiales en el milenario arte marcial, sino que se ha convertido en algo aun más importante, un inagotable proyecto comunitario con dos pilares clave, salud y cultura, el homenaje hacia coincidir el 35 aniversario de otro gran momento de Medina con el 21 de ese epicentro urbano, en la calle Manrique esquina a Zanja.
El 18 de agosto de 1981 fue extraño no verlo detrás de home, como siempre, ante Estados Unidos en la final de la Copa Intercontinental de Edmonton. Luego se dijo que padecía de problemas estomacales, pero él se encargo de desmentirlo. Y lo hizo como mejor sabía, con el bate, y esta vez sí le pegó duro a la bola. Fue llamado de emergente, en el noveno inning. El choque favorecía a los estadounidenses 5-4. Recibió tres lanzamientos malos consecutivos y se amarró el bate al hombro para dejar pasar el automático, ese primer strike que casi siempre llega. En 3 y 1, en el conteo de los grandes, y él era un gigante, sacó sus enormes brazos, haló para su mano y la pelota viajó hasta mucho después de las cercas del jardín izquierdo. No se ganó el duelo, pero desde entonces todos hablamos del jonrón de Edmonton.
Pero el cuento es más largo. Al reclamarle al inicio del choque al mentor Servio Borges, porque no lo ponía a jugar, le dijo a este. “Me vas a necesitar y mira Servio, la voy a sacar por allá” y le señaló el jardín izquierdo. Julio Romero, estelar lanzador pinareño, dijo que cuando Medina disparó aquel cuadrangular toda Cuba saltó y al caer, la geografía nacional se hundió un centímetro.
Los practicantes del Wushu lo homenajearon y él devolvió el gesto cuando allí mismo le tenían preparada otra sorpresa. Medina y un pequeño hombre, pero también inmenso dentro de un diamante de béisbol, Rodolfo, “el Jabao” Puente, abanderaron al equipo de Centro Habana que competirá en el certamen provincial. Los niños y su director, el también ex industrialista Irakly Chirino, se sintieron igualmente reconocidos.
A mi manera, canción de cuatro autores, tres franceses y el canadiense Paul Anka, inmortalizada luego por Frank Sinatra y en español por muchos como Vicente Fernández, cantada en chino; Fantasía de un niño, canción de aquel hermano país, boleros de César Portillo de la Luz; el popular Cha cha chá Cuba es una maravilla, de un ícono de la música cubana, la orquesta Aragón, el sin par saxo de César López y las exhibiciones del wushu y el Tai chi, le tiraron con fuerza al homenaje, devenido un amasijo cultural, que desde el pelotero y desde la pelota, encontraron espacio en un rinconcito de China en La Habana y que al ritmo de la Danza del Dragón, nos recordaba que este fin de semana estamos llenos de estrellas en Matanzas y que en solo unos días seis equipos volverán a colmarnos de pasión en la recta final de la presente campaña.
En la escuela de Wushu, quienes aplaudieron las hazañas de Medina y del béisbol, no solo fueron los que vieron jugar al receptor capitalino. Muchos eran niños y otros jóvenes que no pasaban de los 25 años. Y es que para la pelota, el tiempo no pasa… ella se queda siempre. Entonces ¿Quién dijo que la pelota está perdida?