Por: Michel Contreras
Con la reciente firma del contrato de José Adolis García en Japón, las autoridades beisboleras nacionales ofrecieron una clase inmejorable de desamor por el dinero. El mundo –por lo menos esa parte del mundo que está atenta a los strikes- todavía no sale de su asombro.
Y es que cabría pensar que a estas alturas, en la segunda década del siglo XXI, se habían extinguido los románticos. Lo cual es un error, y como prueba está la oferta que nuestros dirigentes deportivos, educados en los más encomiables principios austero-solidarios, aceptaron a los Gigantes (mejor sería decir Los Zorros) de Yomiuri.
Vamos a la concreta. El club asiático alcanzó con García un acuerdo contractual por una temporada y sueldo anual de 91 mil dólares. Que parecen, es cierto, un montón de dinero, pero que no lo son si reparamos en que la cifra solo tiene cinco dígitos. Dos menos de los que se merece el avileño.
Con 23 años de talento, García es un Cinco Herramientas con la potencialidad de ser un jugador de impacto en la MLB, a criterio de una voz autorizada en el Big Show que accedió a evaluarlo para los lectores de Play Off: Brazo, 60; Velocidad, 60; Defensa, 55; Bateo, 45+; Poder, 45+. “Se trata, me aseguró la fuente, de un pelotero casi preparado para el máximo nivel. Con un año en Menores ya estaría listo”.
José Adolis García, a no dudarlo, es superior a su comprovinciano Rusney Castillo. Y a Castillo, Boston debe pagarle 72,5 millones por siete campañas. Entonces, ¿por qué darle el visto bueno a la oferta japonesa, leonina desde todas las perspectivas existentes? ¿Acaso no se pudo exprimir más la abultada cartera del interesado? ¿Será que en materia de negocios la pelota cubana vivirá permanentemente anclada al 28 de diciembre, con su inefable carga de inocencia?
Lo sucedido con García no es un caso excepcional, aunque sí definitivamente el más sonoro. Antes, cuando se decidió avanzar con los contratos en la Liga Independiente canadiense, consentimos que peloteros como Yordan Manduley y Alexei Bell se convirtieran en increíbles gangas de ocasión. Dicho en cuatro palabras: mano de obra barata.
A la sazón, escribí lo siguiente en otras páginas:
“Poco faltó para el furor. Algunos se apresuraron a elogiar el ‘histórico paso’, y otros emprendieron un alegre tour de force para probar la calidad del campeonato que nos abría las puertas. Pero todos mentían, no importa si a conciencia o por ese entusiasmo que siente el bailador que ve pasar la conga. Pobre René Descartes. Pobre del viejo Darwin, que confiaba en la evolución de las especies. Una liga de tan reducido pedigree no puede ser –no es- la solución. No lo será en lo deportivo ni tampoco en lo económico”.
Resumiendo: los acuerdos con Canadá son un fiasco de una punta a la otra, da lo mismo con el hilo que los cosan o los condimentos que se les agreguen. Con Japón, siempre y cuando convengamos en ser vistos como humildes inditos sonrientes, también.
Vuelvo al tema inicial. José Adolis García es el clásico diamante que solo requiere pulimento, pero lo vendimos al generoso precio de las piedras ordinarias. Entregamos el potro a precio de jamelgo, y encima celebramos la pírrica victoria. Y algo más: mal pagado en Japón, a García podría faltarle un nuevo trago amargo, porque Yomiuri tiene muchos jugadores extranjeros y solo cuatro pueden figurar al mismo tiempo en el roster activo del primer equipo.
¿A Segunda División? ¿En Japón? ¿Por tan poco dinero y con tanto talento? De lágrimas.
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