POR ELSA RAMOS
Como un acto de justicia histórica, Escambray rescata la historia de quien se considera el primer pelotero del patio en asistir a las Series del Caribe
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Octavio Rubert es el único pelotero espirituano en ser exaltado a un Hall de la Fama extrafronteras, el de Miami en 1997.
Quizás no con el esplendor que merece, tal vez apretujado en notas empolvadas, mas de todas formas Octavio Rubert Acosta brilla con luz propia en los anales espirituanos.
A él me llevó un correo electrónico de Esteban Romero, un amante del béisbol, cuyos artículos se leen en https://deportescineyotros.wordpress.com y quien hace un tiempo sugirió enmendar lo que él y otros calificaron un desaguisado histórico, cuando este propio órgano consideró a Ismel Jiménez como el primer espirituano en asistir a Series del Caribe, aunque la referencia aludía a las realizadas en la pelota revolucionaria.
Viva la polémica que abre archivos y restaña olvidos sobre quien no solo fue pionero cubano en esas lides, sino el único pelotero espirituano en ser exaltado a un Hall de la Fama extrafronteras, el de Miami en 1997.
En Rubert, nacido el 9 de abril de 1925, bastarían los números. Pero pesa el temple de quien con un solo ojo pudo llegar al estrellato. “De niño tuvo un accidente haciendo unas grampitas para jugar con ligas y perdió la visión del ojo derecho”, cuenta su sobrino Jorge Rubert Salabarría, profesor de Educación Física.
¿Cómo se convirtió en lanzador ilustre quien además fue aprendiz de zapatero y no sobrepasó las 170 libras? Escambray escudriña testimonios y abre documentos.
“En 1999 vino a Sancti Spíritus y pasamos por los antiguos terrenos de Lasalle, hoy cuerpo de bomberos —recuerda Jorge—, me contó que cuando niño para poder ver un juego de pelota tenía que trepar una mata de tamarindo o esperar a que una bola cayera fuera, la entregaba y lo dejaban entrar”.
Se trenzó así el cordón umbilical que lo ató al béisbol. Según prensa de la época, José Insa Omella, su patrón en el taller de zapatería, lo llevó hasta el equipo juvenil de Sancti Spíritus en la eliminatoria provincial de Las Villas en un campeonato anual de la dirección general de deportes. También se reseña su paso por los staff de La Salle y Placetas, de la Liga Interprovincial Amateur y los Góticos del Fortuna de la Liga Nacional Amateur.
Su nombre se estrena en el profesionalismo con el equipo Alacranes de Almendares desde la temporada 1947-1948 hasta 1954. Resultó champion pitcher de la liga cubana en las dos campañas siguientes con balance de 8-1 y 5-0, respectivamente. En las páginas de Bohemia se explica la clave del éxito, por la postura del mánager Fermín Guerra en relación con Octavio: “Cada vez que está en peligro la causa del Almendares, cada vez que están a punto de derramarse las lágrimas de metileno, el piloto vuelve los ojos al margen del diamante y llama a su relevista predilecto”.
En su momento Sancti Spíritus le prodigó honores, a juzgar por la reseña de Cayasso en América Deportiva a raíz de la hazaña que le mereció el regalo de un Ford y un homenaje apoteósico. “Se hizo una recaudación ascendente a 2 137.65 pesos, de los cuales más de la mitad fueron por aportes voluntarios de instituciones y fanáticos locales… Jamás en nuestra historia deportiva fue tan desbordante multitud de fanáticos se había apiñado en un coliseo deportivo del patio para rendir homenaje a un atleta local”.
El cronista destaca: “El Ayuntamiento del Término Municipal lo declaró Hijo Predilecto el 8 de marzo de 1949 como estímulo y en reconocimiento a su labor consagratoria en el campo del deporte, que ha proporcionado honor y gloria a Sancti Spíritus”.
En él —de quien se dice bateaba y lanzaba a la derecha— resaltaba su curva endemoniada, “como el arco de un barril”, al decir de Sergio Pérez Serrano, estadístico y quien atesora en recortes parte de la vida de Octavio: “Iba al Latino a verlo lanzar. Tenía un corazón en medio del pecho, lanzaba con una tranquilidad tremenda, imponía respeto, aunque no tenía un gran físico”.
Rubert pudo ser otra vez champion pitcher en la liga cubana, donde compartió con Conrado Marrero, Agapito Mayor, Rolando “Tata” Solís, Max Lanier. En la temporada 50-51 cerró con 1.80 PCL pero, con menos innings que Vicente López, quien sobre él afirmó, según consigna el colaborador Esteban: “Su especialidad era dominar a base de pronunciadas curvas hacia abajo a los bateadores, sobre todo con hombres en bases, pero también contaba con una buena recta que sacaba de paso a cualquier bateador (…) Todavía me parece verlo salir al rescate de nosotros los abridores, en aquellos inolvidables domingos en el estadio del Cerro, que parecía que iba a reventar, atestado de un público delirante”.
Con el traje de Almendares ganó una Serie del Caribe, la primera, en 1949 y luego ocupó tercer lugar en la edición de 1950 y segundo en la de 1954. Con tales atributos saltó hasta el béisbol norteamericano. A su paso por ligas menores (1946-1955) acumuló 123 victorias y 65 derrotas, con PCL de 2.53 y 1 536 entradas lanzadas.
¿Por qué no pudo lograr el gran salto? De acuerdo con Sergio Pérez, cuando el mánager de los Dodgers lo vio lanzar dijo: “Tiene una curva de Grandes Ligas, pero la recta no es ni de clase B”. “La mejor temporada fuera de Cuba fue en 1951 con los Búfalos, cuando logró record de 19-5 y PCL de 2.28 en la Liga Texas (AA) —hace saber Esteban Romero—. Rubert estaba a las puertas de las Mayores, pero en lo sucesivo, al nivel de ligas menores, no tuvo suerte y no llegó a resultar tan eficiente como de él se esperaba, solo ganó 22 juegos en las siguientes cuatro temporadas. En el seno de los Búfalos, es muy bien recordado. En 1954 lució en gran forma y fue invitado al campo de entrenamiento de los Piratas de Pittsburg, pero ya tenía molestias muy serias en su brazo derecho”.
De “carácter muy jocoso y jaranero” lo define su sobrino Jorge, quien consignó que su tío murió en la residencia del North West de Miami, el 30 de setiembre de 2005 a los 80 años de edad, luego de una seria dolencia en el hígado.
Prefiero mirar estas líneas como un acto de justicia hacia quien tuvo a Sancti Spíritus en el alma y en la sangre. También en la simbología de uno de sus íconos patrimoniales, desde que una travesura infantil le llevó a estampar su patente en el reloj de la Iglesia Parroquial Mayor: “Cuando vino acá nos dijo: ‘Esa partidura que tiene el reloj se la hice yo con una piedra’, mi prima mayor peleó con él y le dijo: ‘Eso no es una gracia’, y él respondió: ‘Ahora no lo es, pero cuando eso era joven y quería probar mi brazo’”.
Magalis Rubert, su sobrina, lo cuenta y nos devuelve a quien, sin saberlo, nunca se fue de su tierra: “Él vio la ciudad muy linda, elogió cómo se cuidaban las instalaciones porque fue el ‘Huelga’, mucha gente se acercó a él y compartió con ellos. Cuando murió sus cenizas vinieron a Sancti Spíritus, una mitad está en el cementerio y la otra quiso que la esparcieran por el río Yayabo, y así se hizo”.
1 comentario
Te felicito, Elsa, muy buen artículo. Octavio fue un lanzador muy popular en las filas del Almendares, un equipo que llenaba estadios.