El béisbol siempre ha sido mucho más que un simple deporte en Cuba. Es identidad, cultura y hasta religión. Sin embargo, cada vez que se habla del Clásico Mundial, la conversación se ensucia con la política. ¿La razón? Cuba necesita una licencia de la OFAC para poder participar. No es un trámite más, es el reflejo de que la Federación Cubana de Béisbol y Softbol (FCBS) no es independiente, sino un brazo más del gobierno cubano.
El gran problema es ese: la FCBS no es una federación como la de otros países, es un organismo controlado por el Estado. La política lo atraviesa todo y el béisbol no es excepción. Y en Estados Unidos eso tiene consecuencias legales: cualquier dólar que entre a esa Federación equivale a financiar directamente a un régimen señalado como dictadura.
Ya pasó con aquel supuesto acuerdo con MLB, vendido como histórico pero que se derrumbó porque estaba montado sobre una mentira. La FCBS se presentó como autónoma, pero todos saben que responde al poder. Prueba de ello es que fue el propio Miguel Díaz-Canel, y no un comité deportivo, quien eligió a Germán Mesa como manager del equipo nacional. Eso pinta el cuadro completo: en Cuba no se mueve una ficha sin la venia del Palacio de la Revolución.
El discurso victimista de la Federación Cubana se repite sin novedades
¿Por qué el béisbol cubano neceista una licencia de la OFAC?
Mientras la Federación siga siendo una oficina más del régimen, la OFAC siempre exigirá licencia. No es una “maldad” de Washington, es la única forma de evitar que la dictadura cobre dinero en Estados Unidos para luego usarlo contra sus propios ciudadanos. Pretender que ese dinero se destina a mejorar el deporte es un chiste de mal gusto.
Porque si de verdad los millones de los contratos en Japón o de otros acuerdos fueran para desarrollar el béisbol, alguien tendría que explicar por qué los estadios se caen a pedazos, por qué los peloteros no tienen implementos básicos y por qué la Serie Nacional es hoy un torneo desierto y de pésima calidad. El dinero entra, pero nunca se ve. Y todos sabemos por qué.
Y ahora, como si fuera poco, la propia FCBS admite que aún no ha recibido el permiso de la OFAC para este Clásico. Lo curioso es que el Clásico pasado esa licencia llegó recién en diciembre, pero ahora, con cuatro meses de anticipación, salen a llorar y a posar de víctimas. No es más que otro capítulo de su politiquería barata: convertir un problema creado por ellos mismos en una oportunidad para culpar al embargo y lavarse las manos.
La realidad es que Estados Unidos no tiene por qué financiar a una dictadura disfrazada de federación deportiva. La pelota cubana no necesita más discursos ni victimismo; necesita independencia, transparencia y dirigentes que piensen en el béisbol, no en complacer al poder. Y eso, hoy por hoy, no existe.
El Clásico Mundial es un torneo de béisbol, no una tribuna política. Pero para Cuba se ha convertido en lo segundo porque así lo ha querido su régimen. Mientras la FCBS siga siendo un títere del Estado, la licencia de la OFAC será obligatoria. Y cada vez que se hable de ella, quedará al desnudo la gran verdad: que la pelota cubana está secuestrada por un gobierno que la usa como herramienta política y que ha destruido, con sus propias manos, la pasión más grande de un pueblo.

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