La buena noticia de que los guantes capitalinos han recuperado algo de su tradicional prestigio es un bálsamo para la dirección técnica azul, sobre todo si se tiene en cuenta que —a pesar del nocaut que le propinaron el jueves a La Isla de la Juventud— la artillería habanera no está produciendo con la solidez propia de un conjunto que aspira a ganar un puesto en el podio de premiaciones.
Sin compilar los resultados del sábado, pues varios partidos se efectuaban al cierre de esta edición, los giraldillos bateaban para un pobre average de aproximadamente 244, lo cual seguramente ha incidido en el resultado de algunos choques en los que sus rivales les despojaron del éxito por un mínimo margen de diferencia de carreras.
Sin embargo, dadas las características de este certamen, ese muy modesto promedio ofensivo de 244 no era el más bajo entre los 16 equipos participantes en la lid. Incluso, con tales dígitos, La Habana se ubicaba en el noveno lugar en este renglón, con otras selecciones con peor labor productiva desde el cajón de bateo.
Semejante realidad avala el criterio de no pocos especialistas y aficionados que consideran que —salvo meritorias excepciones— en nuestro pasatiempo nacional suele suceder que, más que ganar el mejor, la victoria es para el colectivo con menos malas actuaciones.
Otro razonamiento, acaso más esperanzador y optimista, hace afirmar a algunos que los mal parados averages de todos los contendientes no son fruto de un mal manejo del madero, sino de magistrales faenas monticulares de los rivales de turno.
Más allá de una opinión o la otra, lo cierto es que una de las sempiternas esencias de este deporte radica en la constante lucha entre bateo y pitcheo: Uno eleva el listón y el otro se dispone a alcanzarlo —o superarlo— y en esa invariable relación se engendra la verdadera calidad del béisbol.
Con esa sencilla apreciación del provechoso conflicto entre bateadores y lanzadores salta a la vista, en el panorama que se dibuja en la III Serie Nacional Sub-23, la necesidad de que todos los conjuntos (ninguno llega a 300 de average) busquen la fórmula para estar a la altura de esos serpentineros fuera de serie (si es que lo son) que tanto dominio han mostrado en el primer tercio de campeonato.
Y el renovado elenco de la capital —con el nada desdeñable incentivo de ser el monarca vigente— no puede evadir la obligación de desentrañar el “secreto” para descifrar los lanzamientos de los pitchers oponentes. Solo así podrá comenzar a despejar el hasta hoy incierto camino hacia el trono en el que se ciñeron la corona hace apenas un año.