En el béisbol las historias de sacrificio y perseverancia son las que marcan el pulso de este deporte, y la de Orlando Ribalta tiene todos los ingredientes para ser contada. Nacido en Las Villas, el muchacho que salió de Cuba con apenas 12 años y se asentó en Miami ha recorrido un camino diferente al de la mayoría de sus compatriotas. No hubo paso obligado por República Dominicana, ni academias improvisadas. Rivalta creció en el sistema escolar de la ciudad, se formó en el high school, pasó por el college y fue moldeando, con paciencia y esfuerzo, un destino que lo ha llevado hasta las Grandes Ligas.
Este 2025 le regaló un momento que tenía guardado desde hacía tiempo. Subirse a la lomita en Miami, la ciudad que lo acogió, significó mucho más que una apertura en el calendario. Había quedado pendiente tras una lesión y, al lograrlo, no importó el resultado del partido. Rivalta sintió que el círculo se cerraba, acompañado por la ovación de un público que lo adoptó como uno de los suyos.
Entrevista con Orlando Ribalta
—Este año te vimos pichando en Miami. ¿Qué significó para ti ese momento?
Una oportunidad bien buena. Lo tenía planeado antes de la lesión y no pude hacerlo. Estaba muy emocionado por poder lanzar aquí, gracias a Dios volvimos a caer en esta posición y lo logramos.
—Luciste bien y el equipo confía en ti. ¿Cómo asumes ese respaldo?
Este deporte es un proceso y uno nunca puede estar conforme. Siempre hay que tener hambre y seguir mejorando. Cada vez que salgo al terreno trato de dar el 100% para ayudar al equipo y darlo todo.
—Eres un lanzador alto. ¿Cómo influye tu físico en la mecánica?
Es un poco difícil por el tamaño, uno a veces tiende a ser más lento. Por eso trabajé con Héctor Berrio en la temporada muerta para mover el cuerpo más rápido. Siempre intento llegar a la loma con agresividad y mantener una moción rápida.
—Has entrenado junto a figuras como Aroldis Chapman. ¿Qué aprendiste de él?
La ética de trabajo de Chapman es enorme. Se mantiene entrenando toda la temporada muerta, muy dedicado. Tiene un talento dado por Dios, pero lo complementa con un esfuerzo tremendo.
—Eres de Las Villas, la tierra de José Fernández. ¿Qué significó para ti su recuerdo?
Lo conocí una vez en Tampa cuando Chinea lo entrenaba de jovencito. Después lo seguí y fue imposible no ver su progreso en Grandes Ligas. Para mí siempre fue una inspiración.
—Llegaste con 11 años a Miami. ¿Qué recuerdas de tu infancia en Cuba?
Todo. Los juegos en el Sandinito de Santa Clara, los viajes en camión a otras provincias. Son recuerdos muy bonitos que no cambio por nada. Iba a entrar en la EIDE justo cuando salimos de Cuba, pero el destino me tenía otro camino.
—¿Quién te llevó por primera vez a un terreno de béisbol?
Mis padres siempre me apoyaron. Mi papá me llevaba a todas partes, y en la escuela un señor llamado Joel me puso en el terreno cuando tenía apenas cinco años. Desde entonces no paré más.
—Tu formación fue distinta. ¿Qué te aportó pasar por high school y college en Miami?
Mucho. Aquí el nivel es mejor, sobre todo en Miami-Dade. En Cuba hay talento, pero no siempre se desarrolla igual. Aquí pude jugar pelota completa, aprender lo que me faltaba y crecer como jugador.
—En high school fuiste bateador del año. ¿Cómo fue la transición al montículo?
Desde niño en Villa Clara jugaba todas las posiciones. Me gustaba batear, jugar jardines y primera base. Pero llegó un punto en que decidí enfocarme en ser pitcher porque tenía el tamaño y las condiciones. Gracias a Dios hemos llegado hasta aquí y pienso seguir trabajando fuerte para lograr más. Todavía no he logrado nada, falta mucho con el favor de Dios.

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