Por: Raúl Hernández Lima
Corría el año 1998, en el estadio Augusto César Sandino de Santa Clara se enfrentaban el equipo local, los azucareros de Villa Clara, a los Industriales de la capital. La fuerte amenaza visitante obligó a tomar la lomita al veterano José Ramón Riscart.
Los de casa observaron resignados como los azules ponían un hombre en cada almohadilla sin outs en el principio del octavo episodio. Javier Méndez ocupaba la inicial mientras su coequipero Antonio Scull corría en la intermedia y Lázaro Vargas aguardaba a 90 pies del home un batazo impulsor.
En la caja de bateo el intermedista capitalino Juan Padilla aguardaba, aluminio en mano, los envíos del recién llegado Riscart. El conteo de 3 bolas y un strike le favorecía enormemente. Entonces el lanzador soltó la bola hacia la goma y Padilla meció las muñecas amenazante.
El contacto caprichoso hizo rodar la pelota hasta el guante del Rafael Orlando Acebey que sin pensar un instante pisó la tercera almohada para forzar a Scull y despegó en carrera frenética tras Vargas poniéndolo out antes de llegar safe a la registradora. Entretanto el bateador reclamaba infructuosamente al principal Nelson Díaz, quien decretaba el fair, dando tiempo a Rafael de poner en su anatomía el tercer out sin la necesidad de una ayuda.
Ese jueves 12 de noviembre se coló en los libros como la única vez en Series Nacionales donde pudo verse ese animal extraño que es el triple play sin asistencias. Y tal magnitud alberga la gesta que aún con ayudas la triple matanza se erige como ave de paso escasamente observada.
Buscando en los números defensivos se puede observar como el mayor coleccionista de la jugada al pinero Michel Enríquez con la cifra de 5 en toda su carrera deportiva superando al fornido Leonel Moa Jals y al célebre Agustín «La Goma» Lescay quienes atesoran 4 cada uno.
Pero si entendemos que la maquinaria defensiva de un equipo necesita la precisión de un reloj suizo para construir la mágica jugada con el consiguiente cubo de agua fría sobre la ofensiva de turno, la hazaña adopta matices épicos si tenemos como protagonista un solo hombre.
El monólogo de marras requiere una investigación exhaustiva para encontrar de intérpretes protagónicos sin necesidad de un actor de reparto. Y mire usted que los hay. El primero que recoge la rica historia de la pelota cubana nos remite al teatro del Almendares Park en la lejana fecha del 2 de diciembre de 1918, nada menos que un siglo atrás.
Ese día los rojos del Habana alinearon a Baldomero “Merito” Acosta en el jardín central frente a los azules del Almendares. La prensa de la época reseña que Oscar Rodríguez soltó una línea a lo corto de la pradera del medio.
Merito corrió como bólido para atrapar la bola de cordón de zapato y aprovechó el impulso para pisar el segundo cojín donde debió estar Strike González y aprovechó la carrera de José María Fernández, quien no pudo regresar a primera, para poner el tercer out en la baja del octavo sin auxilio de sus compañeros.
Mucho menos se conoce de similar performance realizado por Severino Méndez en el año 58 del pasado siglo, más allá de algunas publicaciones que reseñan una jugada calcada a la de Merito. Ambas convierten en exclusiva la de Acebey quien además de constituir el único infielder en lograrlo en el béisbol criollo, lo hizo con un batazo de rolling.
Si esta rara avis del triple play sin asistencia parece un hito casi inigualable, y vaya si lo es, imagine usted contar con el tino y la buena fortuna de realizar la bochornosa matanza dos veces en un mismo partido. Y si ya les resulta difícil, hacerlo de idéntica manera sobre el mismo bateador, sencillamente se torna alucinante.
Vea usted. Era el 30 de enero de 1963 y en el Coloso del Cerro el equipo Habana recibía a Pinar del Río en partido perteneciente a la etapa Regional Occidental, preámbulo del campeonato élite cubano. Por los de casa Eulalio «El Yayo» Linares, jugador de excelentes habilidades defensivas, cuidaba la intermedia sin saber que ese día pondría su nombre en los libros de la historia de este maravilloso deporte.
Manuel Toledo esa tarde tropezó dos veces con la misma piedra. El primera base de los locales recogió dos toques de bola de los pinareños y en ambas ocaciones eligió lanzar a la segunda almohadilla dejando safe a los corredores y los cojines congestionados.
Eran las entradas segunda y cuarta del choque y para sumar coincidencias empuñó ambas veces el vueltabajero Eduardo Rivera corriendo con el infortunio de encontrar con sus líneas siempre el guante del Yayo, quien pisó la segunda y devolvió hacía Toledo para matar las entradas y causar la vergüenza de Rivera.
No obstante la proeza sólo sirvió para el divertimento y la reseña puesto que los visitantes se llevaron la victoria en el choque por la mínima seis carreras por cinco.
En la interesante literatura recogida se habla incluso de la matanza cuádruple, que si bien es improbable en la praxis, bien merece un recuento. Pero eso será en otra ocasión, por lo pronto, llegó el noveno ining a la maravilla.