Me han escrito de todo el país, e incluso tres amigos que no viven en Cuba. El teléfono me suena a cada rato. Todo el mundo, con la misma pregunta: “¿Quién será el manager del equipo contra Tampa?” Y yo, ante todos, con la pose del Bobo de la Yuca: “No lo sé”. Y ellos (algunos de ellos): “Tú sí sabes, dímelo y te prometo que no voy a decírselo a nadie”.
En fin, el mar. O mejor dicho, el béisbol. Este es otro capítulo más de una larga y enjundiosa novela consagrada al secretismo, en la que el desenlace solo se conoce en el último minuto, a la manera de los casos del pintoresco Hércules Poirot.
Se había anunciado que el director del Cuba se haría público el lunes pasado, pero el silencio fue la única respuesta. Y hoy se hizo la luz con la preselección y el cuerpo técnico, pero sin revelarse el director. Todo un país sigue a la espera, haciéndose las mil y una preguntas. Incluyéndome a mí, uno más en la inacabable multitud que nunca entiende por qué hace falta tanta intriga para decir el nombre de alguien que no es un funcionario destituido ni un agente desclasificado, sino apenas el hombre que llevará las riendas en un juego.
Sí, porque lo que tendremos en el Latinoamericano el día 22 será no más que eso: un juego. No se trata de las fuerzas del bien contra los ejércitos del mal, sino un enfrentamiento del equipo nacional con el de Tampa Bay. Peloteros contra peloteros. Gente enfrascada en un pulseo al mejor en nueve entradas. Y, por cierto: el que piense que los jugadores foráneos vendrán a echar la vida, se equivoca. Para ellos, este es solo un momento en su preparación de cara a la campaña venidera. Solo eso.
Personalmente, más por orgullo que por sensatez, a mí me disgustó la idea de volver a detener la Serie para el tope amistoso versus Longoria y compañía (total, las Grandes Ligas jamás interrumpirían su campeonato por una visita del team Cuba). Pero ya que se hizo, ya que el otrora sagrado pasatiempo del cubano hizo una nueva pausa, por lo menos podíamos obrar con diligencia. Esto es, no levantar los lamentables muros del secreto.
Total, lo más importante del choque del martes 22 no será el hecho mismo de ganarlo o perderlo (aunque ganar es, claro está, siempre más lindo). Lo trascendente de ese día será la presencia impensable unos meses atrás de Obama en el estadio, y la puerta que va a quedar abierta a la posibilidad de nuevas realidades en las relaciones deportivas (y extradeportivas) entre Cuba y Estados Unidos.
El resto -sin exceptuar el tema manager- es humo, como ya dijo Aute en su canción.