Por Joel García León
Barranquilla.- Hace menos de 24 horas comentamos sobre la derrota previsible. Y muchos pensaron que el periodista exageraba a partir de alguna que otra frase no compartida sobre el partido contra Puerto Rico. Sin embargo, con el revés 1-2 ante Venezuela este martes bien valdría parodiar la famosa canción del grupo Buena Fe. ¿Y la culpa, la maldita culpa, quién la tiene ahora?
Ni siquiera voy a tomarme el trabajo de recordar que en el desafío contra los sudamericanos se batearon apenas tres hits (dos de Yosvani Alarcón y uno del emergente Juan Carlos Torriente), a pesar de que hace menos de un mes celebramos un tope amistoso de tres partidos contra ellos, cuyo objetivo principal era estudiar hasta la saciedad sus fortalezas y debilidades, cada lanzador y bateador contrario, cada táctica para derrotarlo.
Sin embargo, los papeles del scouteo se viraron en el rollo y fueron ellos los de mejor provecho, los que más nos conocían, pues nos vencieron con monedas conocidas: juego chiquito y un lanzador de ¡35 años! dominante, que supiera solo mover la bola y caminar en la pizarra.
Tampoco vamos a criticar el cambio lógico de la alineación abridora (Alexander Ayala por Guillermo Avilés, envuelto en una racha negativa inrcreíble), o la designación de Ulfrido García para trabajar en esta cuarta presentación, así como cualquier otra filosofía de juego puesta en práctica, con acierto o no, por el mentor Carlos Martí en pos de una victoria que nos diera respiración artificial dentro en un torneo en el que ya andábamos en terapia intensiva desde el fracaso arrollador contra los boricuas.
Menos todavía intentaría explicar por qué el veterano Carlos Parra (desconocido quizás para muchos) fue capaz de lanzar uno de los mejores e inolvidables juegos de su carrera deportiva, como mismo hicieron los bisoños serpentineros estadounidenses (de 19 a 21 años) la pasada semana en el tradicional tope amistoso.
De todo eso y más se pudieran hacer cientos de reportajes y hasta libros, ajenos al espíritu y a la respuesta principal que trajo a nuestra selección a este certamen: retener la corona a nivel centrocaribeño, que dicho sea de paso desde 1982 no caía en manos de otro equipo que no fuera Cuba.
Y digo caía, porque la matemática, aliado infaltable de este deporte, muestra ahora que son escasas, casi nulas, las combinaciones que tendrían que darse para que los nuestros preservaran la condición de reyes centrocaribeños. Es solo comparable a esos “sueños imposibles”, que desde el 2006, tras el segundo lugar del I Clásico Mundial de Béisbol, nos persiguen evento tras evento, juego tras juego, director tras director cambiado en el conjunto nacional.
Seamos realista, habrá un nuevo campeón centrocaribeño en tres días y nadie perdona, de antemano, a los culpables de que no seremos nosotros. No por egocentrismo caprichoso, por ser ombligos del mundo en cuanto a bolas y strikes, sino por la forma en que cedemos nuestro reinado, porque en realidad se demostró lo que algunos dijimos de antemano: la serie especial y estar tanto tiempo jugando pelota será un método muy científico, pero no parece el adecuado o ideal para aspirar al oro a nivel regional.
Y seguro aparecerán quienes pretendan explicar que todo se debió a factores motivacionales, a cosas extradeportivas, al azar del sistema de competencias, a la incorporación tardía al equipo de los contratados en el exterior y a la pelusa de la contrapelusa sin ir al centro del problema.
Puede ser que la culpa tenga también, como toda razón con causa, nombres y apellidos de responsabilidad. Pero si nos quedamos en las ramas no abrazaremos jamás el tronco. No voy a detallar lo que siempre se dice del poco trabajo en la base, la falta de recursos e implementos y demás objetividades. Prefiero asumir que hemos tocado fondo como ocurrió con aquellas dos derrotas en los Juegos Centroamericanos y del Caribe Habana 1982, aunque en contextos diferentes y con problemas más graves.
¿La culpa, la maldita culpa? Es más profunda y le pertenece en primera instancia al organismo rector del deporte en el país y sus correspondiente subsistemas (técnicos, jugadores, federativos, entrenadores, etc); y luego a todos los actores sociales que tributan a esta pasión de los cubanos (entidades, ministerios, etc).
Lo lamentable no son las derrotas o el oro que siempre queremos en el béisbol, sino que el 9 de agosto se inaugure la Serie Nacional y alguien piense que todo anda bien porque se diga: ¡Play ball!