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Por: Juan A. Martínez de Osaba y Goenaga
De niño lo conocí en las Minas de Matahambre. Un día anunciaron con bombos y platillos a tres jugadores foráneos contratados por la compañía minera: el jardinero zurdo Eulogio Osorio Patterson, Dámaso Torres, un lanzador a quien llamaban El Diamante Negro, oriundo del poblado de Las Ovas y el camarero marianense Alejandro García Chaterloin. Los tres parecían estar por encima de aquella liga.
Nació en Holguín, en fecha que no hemos podido precisar. A los doce años de edad la familia se trasladó a la capital, ciudad donde fallecería el 9 de agosto de 2006. Se había desempeñado en la Liga Popular de Cuba y otras zonas, hasta que en 1960 llegó al poderoso equipo Minas de Matahambre, campeón de la Liga Popular de Cuba en 1955, a las órdenes de Antonio Sánchez.
Los huéspedes se alojaron gratis en la casita situada detrás de la cerca del jardín izquierdo, incluidas las comidas. Y, por si fuera poco, cobraban salarios que oscilaban entre 60 y 70 pesos al mes, sin contar los “regalitos” de los fanáticos, quienes no les dejaban pagar en ningún bar o establecimiento público, amén de los premios al destacarse.
Allí los muchachos íbamos por anécdotas, otros les llevaban las bien surtidas cantinas para el almuerzo. Les bastaba con saltar la cerca para asistir a las prácticas cotidianas. Dámaso y Alejandro mostraban su sencillez, pero el ídolo de nosotros era Patterson (así se conoció en el pueblo), quien nos buscaba golosinas y hasta nos llevaba, con el permiso de los padres, a la playa El Bañito en Santa Lucía. Patterson parecía un muchacho más.
No lo volví a ver en persona hasta casi cuatro décadas después, cuando en una esplendorosa mañana dominical, lo divisé recostado a la pared del Salón de Protocolo del Capitán San Luis, vestido para comenzar un partido de veteranos antes del Juego de las Estrellas. Llegué receloso y, para sorpresa, me recibió con un ¡Juanito!, que provocó la mirada de varios curiosos. Nos abrazamos, le mostré los manuscritos de mi libro El Niño Linares y pudimos conversar un rato.
En 1961 se fue a jugar en un torneo mixto, reconocido como Campeonato Inter-Granjas PR-2, con la sede principal en San Cristóbal. Organizado por el capitán Felipe Guerra Matos, se dieron cita jugadores amateurs y profesionales, entre ellos Pedro Chávez, Fidel Linares y Osorio Patterson, junto a rentados como Panchón Herrera, Emiliano Tellería, Amado Ibáñez… Por allá hizo de las suyas. Quizás ese torneo haya sido el último en la Isla, donde estuvo el cazatalentos Joe Cambria, del Washington Senators, equipo que había cedido la franquicia al Minnesota Twins.
Respetuoso, sonriente, educado, caballeroso, Patterson fue célebre por los procesos de transmutación a la hora de vestir la franela y salir para el terreno. Aunque irrespetuosamente le gritaran Cara de vieja, parecía no oírlo en su concentración; todo por el equipo. Aquella alma noble y cariñosa se transformaba en un peligro para los lanzadores y las defensas del cuadro; llegaba con furia a las almohadillas, amén de buscar la inicial a como diera lugar, incluidos pelotazos.
Debutó en la Serie Nacional 1963-1964, y en dieciséis temporadas se desempeñó con los equipos Occidentales, Industriales, Habana y Agricultores. Casi siempre patrulló el jardín derecho, donde se tituló seis veces a las órdenes de afamados directores como Ramón Carneado, Juan Coco Gómez y su excompañero Pedro Chávez.
Estuvo a menudo en las Preselecciones y participó en varios eventos internacionales, entre 1968 y 1977 en los equipos Cuba A y B. Con suficiente calidad para hacerlo más veces, dejó su huella en los Mundiales de Cuba 1971 y Colombia 1976.
Elevó el número 14 a rango de estelar con los equipos capitalinos. Sentía orgullo de que lo hubiese heredado Luis Giraldo Casanova; ellos se admiraron mutuamente. Estuvo entre los mejores bateadores de tacto. Por lo general, ocupó el primer turno al bate, en una época donde se imponía el pitcheo. Por años, solo sería superado como hombre proa por Wilfredo Sánchez.
Su maestría para tocar la bola es antológica. Jamás enseñó el intento. Jugando para el Habana, el 25 de febrero de 1968, frente a los Henequeneros, conectó 5 hits con toques de bolas, un hecho insólito. De pequeña estatura y dominio absoluto de la técnica, rápido, con felina intuición, era capaz de sorprender a los lanzadores, o provocar una confusión en medio del juego, hasta para los árbitros.
Está entre los peloteros que mejor conoció las complejas reglas de su deporte. Solo conectó 25 cuadrangulares, pero su presencia en home inspiraba respeto. El 26 de abril de 1977, en la XVI Serie Nacional, disparó su hit número 1 000. A la hora del retiro, se fue a practicar softbol e integró la Selección Nacional de ese deporte, con cinco medallas de oro en torneos internacionales.
El paso de los años, la fuerza de su juego y las posibilidades para desempeñarse en el softbol, provocaron su despedida en la Serie 1978-1979, cuando ocupaba el cuarto lugar en veces al bate, hits conectados y bases robadas.
En 16 Nacionales, cuatro Selectivas y la Serie de los Diez Millones, alcanzó 4 329 veces al bate, conectó 1 224 hits (.283), con 555 anotadas, 383 impulsadas, 185 dobles, 34 triples, 25 jonrones, 339 bases recibidas, 509 ponches y 139 bases robadas. Fue el primer jugador que conectó más de 100 indiscutibles en una campaña, la de 1968, cuando el Habana se coronó campeón.
No soy industrialista, por mis venas corre sangre verde, pero en el equipo azul tengo varios amigos: Javier, Enriquito, Tabares, Medina… Eso sí, en la memoria siempre estará aquel moreno simple, que llegó a mi pueblo sin un centavo y salió de allí predestinado a la estelaridad.
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