Tony Oliva se mira y no se cree. A 54 años de haber comenzado a hacer historia en el béisbol profesional, todavía se pregunta si todo no será más que un sueño.
Es el único cubano que ha ganado en tres oportunidades el título de bateo en Grandes Ligas, y el que más veces (ocho en total) ha sido escogido para el Juego de las Estrellas.
Dicen que fue un fuera de serie y por eso logró imponerse en la mejor pelota del mundo, sin haber pasado jamás por liga alguna. Sin embargo, él asegura que nadie es bueno de manera natural en el deporte, ni en ninguna otra actividad. “Para lograr lo que hice tuve que trabajar muy duro”.
Aunque ha pasado las dos terceras partes de su vida en los Estados Unidos, nunca ha dejado de sentirse cubano. “Hay quienes pierden el sentido de pertenencia, pero no es mi caso. Para mí, mi familia, mi país y Dios, son lo primero”.
Su nombre completo es Antonio Oliva López Javiqué, nació en el entronque de Corralito, un caserío perdido del centro de Pinar del Río, y aprendió a jugar pelota en plena manigua.
“Desde chiquito tuve que trabajar en el campo, sembrando tabaco, yuca, tomate. A cada rato miro mis dedos y mis uñas, y me pregunto cómo puedo tener estas manos con todo aquello que hice.
“Cuando firmé estaba muy delgadito, nada más pesaba 165 libras, pero le daba duro a la bola y creo que es debido a los arados y las pipas de agua que halé, y los cubos que saqué de los pozos”.
El béisbol siempre lo cautivó, por eso guardaba el poco dinero que hacía de lunes a viernes, para el pasaje de la guagua en la que iba a jugar los fines de semana. “Mientras los otros muchachos de mi edad ahorraban parte de lo que ganaban para ir a pasear a Pinar del Río, o a Consolación del Sur, mi diversión era la pelota”.
Su sueño por aquel entonces, era llegar a uno de los equipos de la liga cubana. Preferiblemente el Cienfuegos, donde ya había un pinareño. Pero un scout que lo vio batear en uno de los partidos de domingo en Los Palacios, notó de inmediato que aquel negrito espigado podía llegar mucho más lejos.
“Se llamaba Roberto Fernández Tápanes y me preguntó si me gustaría ser profesional. Le dije: habla con mamá y papá. Si ellos aceptan, yo firmo y voy”.
Nunca pensó marcharse para siempre. Su intención era regresar cuando acabara la temporada, como hacía la mayoría de los jugadores contratados en el extranjero, y volver al año siguiente si conseguía hacer el grado.
“Todos los peloteros que conozco vienen de familia pobre, lo mismo mexicanos, que venezolanos. El primer pensamiento que tienen es cómo ayudar a los suyos”, cuenta.
Sin embargo, poco después de su partida, las circunstancias cambiaron drásticamente. Mientras tenía lugar la invasión de Playa Girón, y la ruptura de relaciones entre Cuba y Estados Unidos, Tony debutaba por todo lo alto en las menores.
Al término del torneo, pasó a una liga en la que se concentraron los mejores prospectos. Con apenas sexto grado de escolaridad y sin saber inglés, no se percató de que había excedido el tiempo de permanencia permitido en el exterior.
“Yo no sé muy bien lo que pasó. Tengo entendido que hubo una regla que decía que si uno estaba más de seis o siete meses, ya se contaba como refugiado. Eso sucedió y yo no lo sabía, y cuando traté de regresar, ya no pude”.
Para Oliva fue un cambio brusco. Además de la distancia, el clima, el idioma, de cómo le tocó padecer la discriminación racial.
“Para el latino, en sentido general, la adaptación a aquel sistema era fuerte, pero para los blancos resultaba mucho más fácil que para los peloteros de color.
”Los negros tenían que quedarse en el parque de los negros, en los salones de los negros. Había hoteles en los que no te podías alojar, restaurantes donde no podías comer. Tuve que enfrentar situaciones un poco duras, pero traté de que no me afectaran, gracias a mis padres, que me educaron en la creencia de que si a mí una persona no me quiere en un lugar, yo no voy”.
Durante 15 años jugó para los Twins de Minessota, hasta que las lesiones pusieron punto final a su carrera en 1976. Desde entonces, ha sido entrenador en las menores y en grandes ligas.
A sus 77 años, todavía ayuda a la preparación de los Twins, el único equipo en el que ha militado.
En 1973, a más de una década de su partida, logró volver a Cuba de visita. A partir de ese momento, ha continuado viniendo todos los años, cuando terminan las acciones en la MLB.
La distancia a la que está Minessota, “el lugar más frío de los Estados Unidos, pegadito a Canadá”, le impide hacerlo con más frecuencia, “pero si viviera en Miami, me iban a tener que botar de aquí”, le confesó a OnCuba durante su viaje más reciente.
Los títulos de bateo, los juegos de las estrellas, las dos Series Mundiales que ganó siendo entrenador… ¿Qué es lo que más ha disfrutado en su carrera?
Hay tantos momentos especiales, que me resultaría muy difícil escoger uno o dos. El sueño más grande de un pelotero es llegar a grandes ligas y yo lo hice.
También jugar la Serie Mundial, me dio mucha alegría, al igual que los juegos de las estrellas, con Mickey Mantle, Willie Mays, Hank Aaron. Yo me veía junto a esos caballones y me preguntaba qué hacía allí.
Ahora además estoy cerquita del Salón de la Fama. Pero con haber tenido esta oportunidad de jugar pelota, de conocer tantas personas, de abrirme tantos caminos, yo me siento como si estuviera en el salón de la fama hace rato.
Peloteros con experiencia, incluso del equipo Cuba, no han conseguido abrirse paso en las mayores, ¿cómo logró hacerlo usted, que solo había jugado pelota de barrio?
A veces me pregunto si será verdad. Salir de Corralito, jugando de domingo en domingo, sin técnica ni nada, y llegar a donde yo llegué.
Cuando empecé en el béisbol profesional, cada vez que me daban un fly para el right field, yo decía, ‘I get it, I get it’, pero como nunca había jugado de noche, en cuanto la bola subía y pasaba las luces, no la veía más.
Con el bate fue diferente. En mi primera temporada promedié 400, y eso fue lo que me salvó.
Pero después ganó un guante de oro…
Yo quería ser bueno. Le bateaba bien a zurdos y derechos, corría rápido, tenía un brazo tremendo. Mi problema era fildear. En mi primer año, hice 18 errores en 64 juegos, así que trabajé muy duro.
En el béisbol profesional tenemos muchos entrenadores. Si tu problema es coger bolas, te van a dar cientos de fly.
Además, me fijaba en lo que hacían hombres como Roberto Clemente y Willie Mays. En cualquiera que sea su profesión, siempre fíjese en los buenos, y verá como mejora”.
¿Y cómo consiguió ser tan buen bateador?
Practicaba mucho con mis hermanitos para estar bien los domingos. Les decía que si me ponchaban les iba a dar un medio para que compraran dulces. Así nos pasábamos horas y horas, ellos lanzando y yo haciendo swines, y no me ponchaban. Pero de todas formas yo les daba su dinerito.
Cuando tú practicas no puedes hacerlo con recta nada más. Yo aprendí eso con mis hermanitos, con una mazorca de maíz. La picas cortico y te da todas las clases de curva.
Hay entrenadores que se concentran en tirar rectas para que el muchacho se relaje y coja su tiempo. Sin embargo, yo considero que los bateadores tienen que aprender a pegarle a los lanzamientos que se mueven. Esa es mi manera de enseñar.
¿Ha estado al tanto de la pelota cubana en todos estos años?
Sí, claro. En los 60’ hubo un tiempito en que perdí el contacto, porque no había comunicación, pero después he estado pendiente. Cuando mi hermano Juan Carlos comenzó a jugar, con 16 años, me compré un radio de onda corta para oír los partidos. Y también fui a verlo a muchos lugares en los que estuvo con el team Cuba: Puerto Rico, México, Venezuela, Canadá.
En esos equipos había tremendos peloteros, Capiró, Marquetti, Cheíto….Todos se portaron muy bien conmigo siempre. No tenían problemas con que yo visitara a Juan Carlos.
¿Su hermano también pudo haber llegado a las Grandes Ligas?
Seguro que sí.
¿Y por qué no se lo llevó con usted?
Si él hubiera estado interesado, yo lo habría ayudado, pero eso nunca sucedió. Pienso que cada uno debe hacer lo que le dicte su corazón, y los demás tienen que respetarlo.
¿Le hubiera gustado vestir el uniforme del equipo Cuba?
¿Y a quién no? Me hubiera gustado que me vieran jugar aquí. Mis padres nunca pudieron hacerlo, ni mis hermanos.
La primera vez que vine fue en el 73’. Estuve en el estadio para presenciar un partido, y a la salida había como 400 o 500 personas que se enteraron, y tenían curiosidad por conocer a Tony Oliva, y saber si era negro, blanco o jamaiquino, porque nunca me habían visto.
¿Estaría dispuesto a aportar sus conocimientos como técnico en la pelota cubana, que tantos problemas tiene en la actualidad?
No sé bien cuáles son esos problemas que ustedes dicen tener.
Aquí hay muy buenos entrenadores, que han hecho un gran trabajo. Y los muchachos que se han ido a jugar fuera, han hecho tremendo papel. Alexei, Puig, Abreu, Céspedes, y así te puedo contar una pila de cubanos buenos.
Si cuatro o cinco de ellos estuvieran aquí, no se hablaría de problemas en la pelota cubana.
¿Entonces, si se incluyera en el equipo Cuba a los que se fueron, hoy no se diría que nuestro béisbol ha perdido terreno?
Claro. No se hablaría de problema.
Pienso que uno de los motivos por los que no se hace, es para darle la oportunidad a los muchachos que están aquí, jugando todo el año, para ganar o perder con lo que uno tiene. Pero no hay dudas de que si pudiera incorporarse otros peloteros, daría más posibilidades en las competencias.
Aunque las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos han mejorado, los peloteros cubanos siguen sin poder ir directamente a la MLB y luego regresar, como hacen los de otros países. Usted que tuvo que estar separado de su familia durante años, ¿qué opina del tema?
Como dicen los mexicanos, ese es un tamal bien caliente.
Lo más bonito sería que no hubiera restricciones de ninguna clase. Espero que con el favor de Dios, todo se resuelva.
Que los peloteros puedan ir y venir es un sueño, un sueño bien grande que yo pienso que pronto va a ser realidad.