POR JORGE EBRO
Lo extraoficial suele convertirse en el hecho concreto. De creerle a los sitios que se dedican a rastrear los resultados de las boletas y a los pronosticadores, Barry Bonds tocará fuerte en la puerta de Cooperstown y pudiera entrar en las siguientes dos boletas. Así de tanto ha crecido la ventana del controversial Rey del Jonrón.
Todo indica que Bonds concluirá con un nivel de aceptación superior al 65 por ciento y tal vez muy pegado al 70, lo que reafirma de manera inequívoca el cambio de marea en su favor y, sobre todo, el cambio de guardia entre las filas de los votantes. Se cumple aquello de que nada dura para siempre.
Cuando comencé a votar, la figura de Bonds se veía como un anatema. Daba la impresión de que jamás alcanzaría las cruces necesarias junto a su nombre para residir en el Templo de los Inmortales. Ahora queda claro que su chance -necesita al menos el 75 por ciento de los votos- de entrar es legítimo, que la carta escrita por el inmortal Joe Morgan, alertando a los periodistas sobre la posible entrada de peloteros manchados por esteroides, cayó en saco roto.
Cuando comencé a votar, entonces estaba en la mayoría. A mi alrededor se multiplicaban las voces de los colegas, aireados, rotundos en su esfuerzo por trancar la puerta a los capturados y a los sospechosos. Ahora me encuentro en minoría y en medio de un panorama tan fracturado como el de la política nacional, sin grises intermedios, blanco o negro, y si no estás conmigo eres mi enemigo.
Aquellos que hoy votan por Bonds son acusados de cambia casacas, de abandonar la defensa de la integridad del juego; los que se mantienen en la posición inicial reciben ofensas de todo tipo que van desde dinosaurios hasta imbéciles. Los números están ahí y las sospechas también, pero la discusión civilizada parece perdida, como el respeto por la opinión del otro.
Es muy difícil explicar la compleja relación de Bonds con las sustancias prohibidas, pero les remito al libro Juego de Sombras, una de las mejores obras de periodismo investigativo, donde se detalla santo y detalle de los protocolos y brebajes utilizados por el jardinero de los Gigantes -y su relación con los laboratorios BALCO- no para pegar cuadrangulares, que ese talento se lo dio Dios y su esfuerzo, sino para alargar su carrera de manera productiva cuando la mayoría ya iba de regreso.
Puede que tengan razón los del partido pro Bonds. Quizá fue miopía nuestra no rendirnos ante las habilidades supremas del mejor bateador de su generación, y quizá la historia, al menos el de mejor dominio de la zona de strike. Tal vez los esteroides sean efectos placebos. Ya uno no sabe qué pensar en medio del fragor de esta batalla.
Pero sí creo esto. Si Bonds y Roger Clemens -otro sospechoso de siete Cy Youngs que viene al alza- son elegidos al Salón de la Fama, entonces debiera producirse una revisión completa y profunda de algunos que no recibieron o no reciben ese mismo trato benévolo. Si entra Bonds, deben entrar también Sammy Sosa, Mark McGwire y Rafael Palmeiro, por mencionar algunos. Algunos sospechaban de Mike Piazza e Iván Rodríguez y sus placas cuelgan en Cooperstown.
Y cómo nadie tiene la verdad absoluta, aunque piensen tenerla bajo el brazo, y se desconocen los efectos -¿se usaron un día, un año, qué cantidad?- reales de los esteroides, también deben entrar otros dos caballos de la talla de Manny Ramírez y en su momento Alex Rodríguez. Si nos vamos cambiar, hagámoslo a fondo. Si los esteroides no son impedimentos para unos, tampoco deben serlo para los otros, sin importar si fueron sorprendidos antes o después de la política antidopaje.