“Número nueve, Armando Capiró, jardinero derecho”, anunciaba regodeando la voz, con la pronunciación, el locutor del estadio. Y en las gradas todos comprendíamos que era el momento de dejar un momento la pizza, el pan con croqueta, la discusión de si fulano era mejor que zutano, o apurar el café. Era la hora de aprovechar el espectáculo inolvidable de verlo batear. ¿Qué pasará?
No había momento fijo, ante los grandes lanzadores que enfrentó, para que soltara un jonronazo, o una línea cargada de dinamita que levantara la cal de la raya de foul, o hasta la mismísima yerba. Ah…, si un osado se embullaba a correr y lo obligaba a tirar desde los jardines, la pelota parecía impulsada por un cañón. En las gradas, entonces, se nos podía volver a botar el café. Por ejemplo, en Holanda silbaban desde que la bola salía de su mano hasta que llegaba… Le preguntamos por tres momentos alegres. Y contestó tan rápido y preciso como si hubiera estado esperando ese “lanzamiento”.
“Uno: Cuando rompí el récord de jonrones, con 22, de nuestras Series Nacionales. Dos: El vivido en los Juegos Panamericanos de México 1975, en la final, contra el equipo de Estados Unidos. Ahí conecté un jonrón decisivo, en un juego en que estaba lanzando por nuestro equipo Santiago Changa Mederos. Tres: Cuando me seleccionaron entre los 100 atletas cubanos del siglo XX”.
Luego sumó otro momento que no olvida: “Hay un cuarto. Ocurrió contra Venezuela, en los Juegos Panamericanos de San Juan 1979. Nuestro director, Servio Borges, me había sentado por una lesión en una rodilla. Pompeyo Davalillo, el manager venezolano, también como coach en tercera, me decía: ‘Te tengo el juego ganado’. Hubo un momento en que trajo a un pitcher zurdo, cuyo nombre no recuerdo. La gente le dijo: ‘¿Cómo vas a poner a un zurdo si tienen a Capiró en el banco?’ Varios de nuestros peloteros le dijeron a Servio: ‘Trae a Armando’. Salí por Wilfredo Sánchez. Me preparé. Di jonrón al primer lanzamiento”.
Una confesión llegando al cierre. En el primer párrafo escribimos “en las gradas todos comprendíamos”. Es que yo, siendo un niñito, era uno de los miles que estábamos ahí. Y no hemos olvidado, es imposible, al gran Armando Capiró, un pelotero también muy noble.