El béisbol no necesita traducción. No hace falta entender cada regla ni conocer el nombre de cada jugador para saber que lo que se vivió este sábado en Babcock Park fue algo más grande que un juego. Fue una declaración: en el corazón de Hialeah, el béisbol sigue siendo parte de la identidad, y los Marlins —esta vez— jugaron bien su rol fuera del terreno.
En el marco del Play Ball Weekend de Grandes Ligas, la organización de Miami y su fundación comunitaria convirtieron el Marlins Youth Academy en una fiesta de puro béisbol, donde los protagonistas no fueron estrellas multimillonarias, sino niños, padres y entrenadores que mantienen encendida la llama de este deporte en el sur de la Florida.
Desde bien temprano, el parque respiraba pelota. Se escuchaban los gritos de aliento, el sonido del bate golpeando la bola y ese bullicio que solo puede generar una comunidad que siente este juego en el alma. La competencia Pitch, Hit & Run fue el punto de partida: niños entre 7 y 14 años corriendo las bases, lanzando con fuerza, bateando con ilusión. Porque eso es lo que tienen los eventos como este: no se juegan por estadísticas, sino por sueños.
“Queremos darles las gracias a los padres por traer a estos chicos hoy”, dijo Caroline O’Connor, presidenta de operaciones comerciales de los Marlins. “Queremos felicitar a todos los que nos hacen sentir parte de esta comunidad”. Palabras que suenan bien, pero que ganan peso cuando se respaldan con hechos. Y en Hialeah, los Marlins pusieron acción detrás del discurso.
Al mediodía, el parque se transformó en un mini estadio de Grandes Ligas. El duelo de los Marlins Nike RBI Games tuvo presentaciones estilo big league, DJ en vivo, animador en el terreno, la presencia de Billy The Marlin y las Marlins Mermaids. Pero lo que realmente elevó la temperatura fue la llegada de dos nombres grandes: Antonio Alfonseca y Liván Hernández, hombres que conocen lo que significa representar a Miami en las Mayores.
“Resulta muy estimulante ver el grado de compromiso de los Marlins con la comunidad de Hialeah”, dijo Liván, con la misma seguridad con la que sacaba outs en el montículo. “No solo se trata de ganar un campeonato en Grandes Ligas, sino de ayudar en la formación de estos chicos y jóvenes en Miami”.
Los muchachos lucieron con orgullo los nuevos uniformes Nike City Connect 2.0, símbolo de una ciudad que mezcla culturas, ritmos e historias. También estuvieron presentes representantes de la alcaldía y ejecutivos del club, reforzando el mensaje. Fue un guiño sincero a quienes viven, día a día, la pasión del béisbol en las ligas infantiles, en los parques de barrio, en las gradas polvorientas de Hialeah.
Y si alguien pensó que era solo una clínica de béisbol, se equivocó. Hubo atrapadas entre padres e hijos, partidos informales de kickball, un derbi de jonrones, zona de fotos con bobbleheads, inflables para medir la velocidad de pitcheo, muestras artísticas en vivo y hasta una exhibición de los nuevos jerseys. Todo pensado para que cada familia encontrara su espacio.
Lo que pasó en Babcock Park no cabe en una simple crónica. Fue un recordatorio de lo que puede hacer el béisbol cuando se juega sin afán de gloria, cuando se devuelve a la comunidad, cuando se tiende un puente entre generaciones. Y ahí, los Marlins acertaron. Porque no hay anillo que valga más que una sonrisa de un niño que cree que algún día también podrá subir a una lomita, con su apellido en la espalda y su ciudad en el pecho.