Por Boris Luis Cabrera
En el montículo, el lanzador está concentrado mirando fijamente a su receptor, las tribunas están enardecidas. El bateador mueve nervioso su bate, las pupilas contraídas, el sudor corriendo por la frente y los antebrazos. Hay un triángulo visual cargado de una tensión infinita. El lanzador no se pone de acuerdo, saca el pie de la tabla, las tensiones bajan, exclamaciones en las tribunas. El árbitro principal se quita la gorra, los jugadores al campo estiran los músculos, dan un pequeño paso a un lado o atrás, el lanzador seca sus manos en el pantalón, vuelve a la tabla.
La misma película otra vez, la tensión aumenta, el bullicio también. El bateador entra al cajón no sin antes hacer varios movimientos tan raros como rutinarios, el lanzador vuelve a mirar fijo al receptor, busca las señas en sus dedos en el oscuro ángulo, otra vez el movimiento nervioso del bate, el bullicio, los jugadores al campo en posición de ataque, la tensión que regresa. El bateador sale del cajón, pide tiempo, se aleja, reina el desespero y la contradicción, todos se relajan, un corte violento a la escena cinematográfica, el tiempo corriendo, corriendo, y corriendo.
Esta escena se repetirá infinidad de veces en el partido cuando los leones de Industriales están al campo. Es una estrategia colectiva de dilatación, típica de nuestros lanzadores capitalinos, inefectiva y estéril donde solo gana tiempo el bateador en turno.
La guerra eterna entre el que lanza y el que tiene un bate en la mano la gana el que engaña o el que predice, mucho más teniendo en cuenta que ahora mismo, escasean los superdotados en nuestro béisbol. La demora en el box, es directamente proporcional al éxito del bateador en turno, y es ahí donde podemos comenzar a darle explicaciones al por qué de los números en rojo de nuestros lanzadores, últimos del campeonato en la mayoría de los departamentos.
Varios estudios se han hecho a lo largo de estos años sobre el tiempo real de unpartido de béisbol, es increíble el resultado de estos: La verdadera acción de un partido no llega casi nunca a 20 minutos, ni siquiera se acerca, los promedios andan entre 12 y 15 minutos de acción real, todo lo demás es tiempo perdido, y estamos hablando de más de tres horas de juego.
Los mejores lanzadores que han pasado por nuestras series nacionales tenían bien claro este aspecto y jamás le dieron esa ventaja al bateador en turno. ¿Por qué hacer énfasis en esto? ¿Acaso no es suficiente el resultado negativo para cambiar estrategias?
De momento seguimos esperando una eternidad entre lanzamiento y lanzamiento desde el montículo azul viendo a los bateadores contrarios produciendo a su antojo, mientras el equipo ¨insigne¨ de la pelota cubana sigue cayendo en la tabla de posiciones. Nos vemos en el estadio.
Por: Boris Luis Cabrera Acosta