Por Joel García León
Haber debutado en Series Nacionales el mismo día que nació (cumplía 22 años el 9 de enero) y concluir dos carreras universitarias con éxito: Ingeniería Civil y Cultura Física, son marcas extradeportivas de las cuales uno de los mejores lanzadores pinareños y de Cuba, Julio Romero Socarrás, no gusta hablar, a pesar de ser singulares —quizás única— dentro de nuestro béisbol.
Para el niño del central Harlem, en Bahía Honda, todos los deportes eran atractivos: fútbol, baloncesto, natación y atletismo, sin embargo, las bolas y los strikes lo cautivaban más que ningún otro. Durante el Servicio Militar debutó como pítcher en un juego interno y semanas más tarde ya estaba en el campeonato provincial.
Sin transición por las Escuelas de Iniciación Deportiva (EIDE), el veloz serpentinero nunca olvidó aquel estreno feliz en la XI temporada (1972) en rol de relevo frente a Industriales, como tampoco el rápido ascenso del conjunto Vegueros a la selección nacional, tras conseguir en su segunda campaña 11 victorias, 120 ponches y 1,40 promedio de carreras limpias. Comenzó así una larga estancia de 12 años en el staff del equipo Cuba, que terminó con 15 sonrisas y un solo fracaso.
En el primero de los cinco campeonatos mundiales en que intervino (La Habana 1973, Cartagena 1976, Roma 1978, Tokio 1980 y La Habana 1984), recetó lechadas a Dominicana, Panamá y Venezuela, válido para ser elegido el mejor serpentinero derecho del evento, en el cual nuestros lanzadores impusieron récord de 108 inning sin permitir carreras limpias.
Además, celebró tres oros en Copas Intercontinentales (La Habana 1979, Amberes 1983 y Edmonton 1985), doble dorada en Juegos Panamericanos (México 1975 y Caracas 1983) y uno en Juegos Centroamericanos y del Caribe (Santo Domingo 1974). Precisamente en la cita regional archivó su único revés con el uniforme de las cuatro letras alceder frente a Venezuela.
A la hora del recuento internacional Julio Romero muestracon orgullo y como credenciales favoritas los seis triunfos contra formaciones estadounidenses, dado el significado de esos enfrentamientos para la afición cubana. Su encendida recta —le marcaron hasta 98 millas—, la retadora curva, el impredecible cambio de bola y la cortante sinker, fueron siempre armas letales para dominar a los norteños y motivar palabras elogiosas de más de un scout de la Major League Baseball (MLB).
En los certámenes de casa, el vueltabajero lideró varios departamentos, tanto en Series Nacionales como Selectivas: ponches, efectividad, victorias, juegos completos, promedio de ganados y perdidos. Quizás lo menos comprensible en su historia sea la permanencia durante tantas campañas con el equipo Forestales —segundo en importancia de la provincia detrás de Vegueros—, lo cual le privó, sin duda, terminar con más de 148 sonrisas y con mejores números en varios apartados.
No obstante, luego de 15 campañas aparece como octavo de todos los tiempos en lechadas (36) y en desafíos terminados (163); mientras clasifica onceno histórico en promedios de carreras limpias (2,32) y decimotercero en retirados por la vía de los strikes (1 685). Un dato curioso y distintivo en su palmarés es que apenas permitió 81 cuadrangulares en 2 183.2 entradas, equivalente a un batazo de vuelta completa cada tres encuentros de nueve capítulos.
A esas hazañas deportivas habría que agregar un juego cero hit cero carrera, propinado a Camagüey el 9 de marzo de 1983, en el estadio Capitán San Luis, donde el público lo respaldó siempre por su seriedad, decencia, responsabilidad e inteligencia en el box. Ese estilo reposado y analítico para lanzar lo trasladaría a su vida profesional tras el retiro en 1986, pues se convirtió muy pronto en uno de los imprescindibles entrenadores del país, cotizado con fuerza en el exterior.
En la segunda mitad de la década de los 90 del siglo pasado trabajó como coach de pitcheo con el equipo nacional de Italia, el cual consiguió el quinto y sexto lugares en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996 y Sídney 2000, respectivamente, además de terminar cuarto en el campeonato mundial organizado en la propia nación europea durante 1998. Experiencias en Japón, México y la selección nacional cubana también cuentan en su abultado aval como técnico.
Sin embargo, Julio Romero reúne otras virtudes poco comunes entre los peloteros y deportistas en general:excelencia para comunicar y total dominio de la persuasión, conquistadas en gran medida, a partir de vencer dos carreras universitarias y, por tanto, poseer un nivel cultural por encima de la media. Haberse tenido que imponer en épocas de grandes bateadores le exigió un estudio tan o más riguroso que para graduarse de ingeniero; al tiempo que sus experiencias para auto relevarse o salir de momentos tensos dentro de un partido de béisbol son lecciones magistrales hoy para los más jóvenes.
Muchos pinareños no le perdonan todavía, en el más puro sentimiento de sana rivalidad, que sus últimos años como entrenador los viviera en la tropa más polémica de la pelota cubana, Industriales. Con ella se hizo campeón nacional (2003, 2004 y 2006), uno de los galardones que nunca acarició como jugador, aunque sí levantó para su terruño natal las Copas de las Selectivas de 1979, 1980, 1982 y 1984.
Los dos ponches colgados a Mark McGwire y Barry Bonds en torneos internacionales —dos estrellas estadounidenses que brillaron luego en la MLB—, y el agradecimiento eterno a quienes le enseñaron los secretos de este deporte José Joaquín Pando, Pedro Pérez, José Miguel Pineda y Jorge Fuentes, son páginas que Julio Romerocuenta a menudo sonriente, tal y como hacía como cuando los árbitros no le cantaban un strike de escuela.
Muy actualizado en los métodos depreparación y en las técnicas de pitcheo, muchas generaciones de lanzadores siguen desfilando por sus manos en el intento de alcanzar sus cifras, su ética y su incondicional sentido de ser cubano.
Julio jamás olvidó sus orígenes, ese municipio de Bahía Honda que se paralizaba para verlo cuando subía a la lomita, fuera con el uniforme de Forestales, Pinar del Río o Cuba. ¿Sería necesario clonar esta historia? Seamos honestos. Quien ha dejado tantas huellas en el béisbol y en la vida hace mucho rato que está en el mejor lugar de todos, la inmortalidad.