POR JORGE EBRO
Todavía en el espejo de la casa en Tampa aparece el número 99 y Ramón Jiménez espera que no sea borrado nunca. De hecho, contempla enmarcarlo en un cristal para que el tiempo no se ensañe con los trazos de su hijo.
El 99 lo escribió José Delfín Fernández cuando era apenas un adolescente y el sueño de las Grandes Ligas aparecía como algo lejano. Pocos sabían que se trataba de una convicción, de una meta autoimpuesta que algún día iba a conquistar.
“Cuando él empezaba el preuniversitario, escribió ese número en el espejo para cuando se levantara cada mañana, cada vez que se mirara o se peinara, recordara la cantidad de millas que quería alcanzar con su velocidad”, expresó Jiménez, quien si bien no era el padre biológico de Fernández, actuó como tal. “Tengo que cuidarlo para que ahora me sirva de recuerdo a mí”.
Fernández alcanzó su 99 y fue mucho más allá en su corta carrera de Grandes Ligas, y cada 25 de septiembre bien puede servir de reflexión de todo aquello prometedor y luminoso que se esfumó antes de tiempo. Su muerte en un accidente marítimo junto con dos jóvenes, Emilio Macías y Eduardo Rivero, tiene evidentes rasgos de medida cautelar, pero su trayectoria debe servir de ejemplo a quienes se imponen un propósito.
Pocos saben que al llegar a Tampa, luego de cuatro intentos de fuga, tenía problemas en su brazo de lanzar y le costaba trabajo escalar en el rango de las 80 millas por hora, pero su espíritu de competidor, unido a los consejos de su primer maestro en Estados Unidos, lo convirtieron en una celebridad en poco tiempo.
“Por aquellos días el escuchaba mi voz y los dos pusimos mucho empeño en superar muchos problemas, hasta que el talento y su determinación hicieron lo suyo”, explicó el prestigioso entrenador de pitcheo, Orlando Chinea. “Estos son días de mucho dolor para mí. José estuvo conmigo un tiempo que llevaré conmigo como si fuera un tesoro”.
Como la famosa frase falsamente atribuida a James Dean, Fernández vivió rápido, murió joven y dejó un cadáver bonito, tres elementos imprescindibles para la creación del mito a temprana edad. Su trayectoria resultó intensa; su caída en la oscuridad de la Bahía de Miami, controversial. Queda por ver cuánto más crece en la historia.
El brillo de Fernández no viene sin sombras, donde la valentía a prueba de balas y las malas decisiones se juntan en una danza complicada de entender, dónde se puede sentir el dolor de tres familias por las vidas cercenadas. Nada posee patente de perfección.
Va a ser muy difícil, sin embargo, que Miami olvide a Fernández. Sus contrastes y debilidades devuelven la figura humana, sus éxitos deportivos alimentan el fuego de la leyenda. Su personalidad parecía arrasar con todo, se imponía por encima del resto. Más grande que la vida misma.
Elegido en el Draft del 2011 por los Marlins, ganador del premio al Novato del Año en el 2013, operado de una Tommy John en el 2014, regreso triunfal en el 2015, muerte atroz en el 2016 a los 24 años de edad, un matrimonio casi secreto, padre de una niña que continuará el legado de su sangre… todo demasiado rápido, en un carrusel de pasmo.
Sin dejar de relatar el momento en que rescató a su madre a punto de ahogarse en uno de sus intentos de fuga. No puede haber mejor guión, ¿verdad? Los peces, tan malos en casi todo, creyeron haberse sacado la lotería con este chico de Villa Clara. Miami había encontrado a su hijo pródigo.
“Desde mi oficina en la Plaza Oeste del estadio, puedo ver todos los días el sitio donde se le recuerda”, apuntó Mike Hill, el presidente de operaciones de béisbol de los Marlins. “Pienso en él a menudo, en lo que representaba como persona y jugador. No sé si algún día podré sobreponerme a esta tragedia”.
Desde que se supo la muerte de Fernández, varios dentro de la oficina central de los Marlins recomendaron cambiar algunas piezas del núcleo del equipo. Ya no tenía sentido mantener lo que el lanzador cubano, y en segunda medida Giancarlo Stanton, mantenían unido y con sentido de futuro.
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Si el equipo se mantuvo intacto de una temporada a la otra fue por la testarudez del propietario Jeffrey Loria, quien adoraba al joven lanzador cubano y consideraba un sacrilegio hacer movimientos basados en su fallecimiento. Al final, los otros tenían razón.
“Ni en palabras ni en victorias se puede medir el impacto de su ausencia”, reconoció el torpedero Miguel Rojas. “Por supuesto que imaginamos qué hubiera sido de este grupo con José aquí. Estoy seguro que algo diferente habría sucedido, algo mejor. Pero qué podemos hacer, salvo honrar su memoria y recordarlo como era, con esa sonrisa que encandilaba y te daban más ganas de jugar”.
¿Qué habría sido de los Marlins en el 2017 con un Fernández en pleno desarrollo? Quizá no estaba destinado para terminar sus días de pelotero en Miami. Su agente Scott Boras y su enorme talento conspiraban contra esa idea, aunque alguna esperanza había por la relación especial con Loria y el precedente del contrato de Stanton.
Lo que si ha quedado claro es que sin Fernández el parque de La Pequeña Habana ha vuelto a sus días de abulia, a esa mediocridad rampante con un público fantasma que se cuenta en miles cuando en realidad son cientos. Ni los jonrones de Stanton obran el milagro de la multitud. Se acabó la fiesta, la algarabía y el fuego de aquellos días en que se corría la voz: “hoy lanza José”.
¿Qué será del legado de Fernández cuando ese tiempo borre el memorial improvisado en la Plaza Oeste. Ni para el Día Inaugural, ni para el Juego de las Estrellas hubo homenajes en su nombre, la estatua planeada por Loria es apenas un proyecto sin despegue –y criticado en ciertas esferas– por estos días. ¿Qué harán al respecto Derek Jeter y los nuevos propietarios?
Será interesante ver cómo evoluciona el sentimiento de la comunidad hacia Fernández, el héroe de la lomita, el comprometido con tantas causas nobles, el ídolo de los cubanos –tan faltos de ellos–; al lado de ese otro que revela el informe toxicológico, al que perdió el freno de sus últimas horas.
Jiménez, por su parte, sabe lo que quisiera hacer este 25 de septiembre. Mirar el número 99 en el espejo, salir de su casa y encerrarse en un cuarto de hotel para no hablar con nadie y pensar solo en José, en ese José que conoció de niño y al que ayudó a lograr sus sueños de Grandes Ligas y libertad.
“No hacen falta homenajes cuando lo que uno quiere se guarda en el corazón”, afirmó Jiménez, quien dentro de unos meses volverá a ser padre. “Para mí siempre será ese chico bueno que conocí de meses y al que nunca dejaré de querer. Este es un dolor que no va a ninguna parte”.