Foto (Web Screen Shot): José Fernández fue el novato del año en el 2013
Por Raúl Hernández Lima
Dee Gordon se paró en la caja de bateo y empuñó a la diestra para tomar el primer lanzamiento ante Bartolo Colón. Nadie parecía sorprendido con la inusual postura en el home para un bateador con más de 1500 turnos de mlb en el lugar de los zurdos a pesar de lanzar con la derecha. Tampoco el 16 en la franela despertaba sospechas entre los fanáticos.
Nunca más un jugador de los Marlins utilizaría la denominación. José Fernández se la llevó consigo a la eternidad aquella madrugada del 25 de septiembre de 2016 donde perdió la vida para vivir por siempre. Por eso, junto con Gordon, todos lucían por última vez el identificativo, entre homenajes anónimos y lágrimas célebres, como las del tercera base venezolano Martín Prado durante el minuto de silencio dedicado al ausente.
«En lo más profundo de nuestros corazones hay un dolor inmenso», se lamentaba Prado minutos antes del encuentro. Entonces Dee, después del homenaje, retomó su posición habitual y en conteo de 2-0 le pegó con tal rabia a la bola que cayó del otro lado de las cercas. Sólo 8 jonrones en las cinco temporadas anteriores exhibía el segunda base, ninguno de ellos ese año, pero aquel día tenía una motivación especial.
Corrió entonces entre sollozos y dio la vuelta al cuadro hasta pisar el plato y señalar al cielo. Quiso creer que desde allí José le miraba, que seguramente sonreía como quien disfruta de una broma de mal gusto. Porque chocar a las 3 de la mañana contra los arrecifes de Miami Beach, en un bote, con 24 años y una carrera de ensueños en el mejor béisbol del mundo guarda en sí mismo el peor de los sabores.
Aquel día, abruptamente se mofó de todos nosotros, los que velamos con celo su espectacular trayectoria y esperamos (tal vez con el hiperbólico razonamiento que matiza el análisis de cualquier cubano) verle convertido en el mejor lanzador que se paró en la lomita.
No hay que ser adivino para intuir que lo sería. Y no por las 100 millas que alcanzaba la bola con su recta, ni su control brutal que lo hacía parecer una máquina de propinar strikes. Lo sabías por su risa. Esa sonrisa que descubría al niño detrás del pelotero. Y que le dio el sobrenombre que lo identificaría entre sus compañeros: El Niño. O Joseíto, porque José es un nombre muy grande para alguien tan alegre y lleno de tal desenfado.
Con 20 años se le vio por primera vez avisando sobre su extraordinario talento. Apenas unos meses mayor que Bryce Harper se convirtió ese año 2013 en el segundo jugador más joven de la mlb. Las lesiones de Nathan Eovaldi y Henderson Álvarez le abrieron una puerta en el roster de los peces que no estaba dispuesto a ver cerrarse otra vez.
Foto (Web Screen Shot): Fernández fue seleccionado en el juego de estrellas dos veces en sus cuatro campañas
No le fue difícil mantener el estatus a Joseíto y al final de la campaña la única discusión que lo involucraba tenía que ver con el premio al Rookie del año que ganó finalmente ante su compatriota Yasiel Puig. Si los 12 juegos ganados ese año lucían escandalosos, sus 187 ponches en 172.2 inings dejaban al más inmutable con la boca abierta.
Ese año se paseó impúdico entre consagrados y estelares en el juego de las estrellas. La temporada se saldó para él con un tercer lugar en la carrera al mejor lanzador en la Liga Nacional. Fernández se ganó más que la admiración de los fanáticos. Mientras Cy Young temblaba en su trono él reinaba en el Marlins Park.
Sólo una lesión en su codo de lanzar amenazó su tremendo paso por las grandes ligas. Poco más de un año después de pasar por el quirófano del doctor Neal ElAttrache y una cirugía Tommy John poniendo en dudas su carrera separaron el esperado regreso.
Corría el mes de julio de 2015 y el Marlins Park promediaba menos de 20 mil fanáticos en sus gradas cuando reapareció Joseíto para convocar a 32958 fieles la tarde de su reencuentro con el box. La algarabía de los presentes le daba la bienvenida de vuelta mientras tomaba la colina de los suspiros.
“Cuando caminaba del dugout a la lomita por poco me entran ganas de llorar, pensando en los meses fuera, en los sacrificios y las dudas humanas sobre como sería mi regreso’’, reconoció Fernández. “Una vez que solté el primer lanzamiento la ansiedad desapareció. Ahora tengo ganas de llorar pero de alegría’’.
La emoción y las ansias de hacerlo a la perfección le afectaron no más comenzar. Dos carreras en una entrada en la que necesitó lanzar 21 pelotas hasta el home pronto se borraron y logró cerrar con 6 ponches y victoria su apertura ante los campeones defensores, los Gigantes de San Francisco. Y como nada de ordinario estaba dado al electrizante paso de la estrella un hecho peculiar matizó el regreso.
Su abuela Olga le hizo una petición especial antes de partir hacia el encuentro. No quería ponches ni estelares lanzamientos. Ella le pidió un jonrón. Joseíto no pudo más que sonreír y prometer que lo intentaría. Así tomó el bate ante los envíos de Matt Cain en la quinta entrada y puso a volar la esférica hasta el otro lado de la barda.
El estadio se electrizó ipso facto, por más que esperaban ver la estrella más brillante de Miami iluminarlos no imaginaron un espectáculo de los kilates ofrecidos por quien dejaba de ser el joven prometedor para convertirse en ídolo. “Uno podía sentir la electricidad en un nivel diferente, ese es el efecto de José’’, reconocía Dan Jennings, mánager de los Marlins. “Al principio no le fue tan bien y no por estar ansioso. Es que él quería lanzar de manera perfecta. Al final, vimos al verdadero José, dominante, dueño de la situación’’.
La leyenda de José crecía al ritmo de lo elogios. El As de los Red Sox, Pedro Martínez tenía palabras de admiración para el joven. «José Fernández es un pitcher y ser humano especial y de todas las formas lo miras y ves Boston Red Sox». De esa forma el Salón de la fama coqueteaba una posible salida a Fenway Park. Todos querían a José.
El mito de que la Tommy John hacía mejorar al lanzador apoyó su falaz postulado en la proeza de Fernández. Will Carroll señalaría en un artículo que «no parece haber un cambio duradero en la velocidad de alguien que ha regresado» de Tommy John. Pero la recta de Joseíto decía lo contrario. Una curva llegando a más de 80 millas y rompiendo debajo de las rodillas del oponente, coqueteando la zona de strike, se convertía en un cebo que los bateadores no podían resistir, pero tampoco podían atrapar.
Nada de esto, sin embargo, fue producto de la casualidad. La candidez de Fernández se hacía acompañar de altas dosis de mesura y dedicación al béisbol. Desde pequeño en su natal Santa Clara, curiosamente junto al también ligamayorista Aledmys Díaz, comenzó una carrera de sacrificios ligados al éxito.
«Dicen: ‘Oh, quiero atrapar a Tommy John, porque luego voy a tirar más fuerte'». Déjame decirte algo, chico. No es magia. De lo contrario, todos lo harían. Es realmente complicado y realmente difícil y tienes que ser realmente disciplinado». Aconsejaba en una entrevista realizada por Anthony Castrovince de Sports on Earth.
En agosto una nueva lesión de su brazo le hizo tomar un descanso pero en septiembre regresó para imponer récord de victorias consecutivas en casa para un lanzador con 17. A partir de ese momento coleccionó números espectaculares. Ganó 38 juegos con 24 años apenas cumplidos. Propinó 589 ponches en 471.1 entradas. Un promedio de bateo de los contrarios de .209 y un impresionante WHIP de 1.05 hacían pensar en hitos de ensueño en su prometedora carrera.
El 20 de septiembre de 2016 lanzó ocho entradas en blanco en una victoria por 1-0 contra los Nats, líderes de la división, ponchando a 12 bateadores y permitiendo solo tres hits sin bases por bolas. Ese día confesó a un amigo que era el juego de su vida. No sabía, ni siquiera él mismo, que también sería el último.
Pocos días después dejaba perplejos a todos la información sobre su desaparición. El ponche más terrible que propinó en su carrera paralizaba la Pequeña Habana. Un amigo confesó acerca de su repentina partida. «Ese día para nosotros fue como para el resto de los Estados Unidos la caída de las Torres Gemelas, pueden pasar 100 años que en Miami siempre vamos a recordar qué estábamos haciendo cuando escuchamos la noticia».
Ese amigo también me dio la mejor definición que un cubano puede dar de un atleta de su magnitud. Quizá ebrio de la hipérbole de los nacidos en la bella isla del Caribe lo definió: José fue el mejor lanzador que he tenido la oportunidad de ver.