POR JORGE EBRO
Un día después de recibir la noticia más triste, Ricardo Sosa se lanzó a la misión de reconstruir su carrera por un camino diferente. Apenas 24 horas antes le habían comunicado que su trayectoria como pelotero profesional llegaba al final, pero 24 horas más tarde contemplaba la que sería su segunda casa, donde se convertiría en un gurú del bateo.
Afincado en el Babcock Park de Hialeah, hoy Sosa es reverenciado como uno de los mejores coaches ofensivos de los Estados Unidos, y sus cajas de bateo resultan una especie de meca a visitar para aprendices y expertos. Su historia, sin embargo, habría sido diferente de no haberse lesionado tanto.
«Realmente, estuve muy cerca de lograr el sueño de Grandes Ligas», explicó Sosa, quien llegó de Cuba a los 18 años. «Era uno de los mejores prospectos de Arizona, venía desarrollándome bien, hasta que la salud me cortó esta vía. Fue algo devastador en mi vida, un momento oscuro».
Sosa no olvidará el viaje desde Alabama, donde estaba su equipo de Ligas Menores, hasta Miami. Una sola pregunta le martillaba la mente todo el trayecto: ¿qué voy hacer ahora para mantener mi familia? ¿Qué voy a hacer?
AMOR TOTAL POR EL BEISBOL
Algo sí sabía el joven de Ciego de Ávila. No quería alejarse del béisbol, el deporte que tantas alegrías le había dado desde que comenzara a practicarlo en su infancia, y menos del aspecto del bateo, ese aspecto del juego que requiere habilidades especiales para ejercerlo y enseñarlo.
«Empecé en este parque de cero, sin un alumno, sin nada, pero convencido de que no haría otra cosa en el mundo», explicó Sosa. «Recuerdo mi primer pupilo, un chico llamado David Vázquez. Ya hizo un equipo nacional de Estados Unidos y hoy es un gran prospecto en North Carolina State. Recuerda ese nombre».Algo sí sabía el joven de Ciego de Ávila. No quería alejarse del béisbol, el deporte que tantas alegrías le había dado desde que comenzara a practicarlo en su infancia, y menos del aspecto del bateo, ese aspecto del juego que requiere habilidades especiales para ejercerlo y enseñarlo.
«Empecé en este parque de cero, sin un alumno, sin nada, pero convencido de que no haría otra cosa en el mundo», explicó Sosa. «Recuerdo mi primer pupilo, un chico llamado David Vázquez. Ya hizo un equipo nacional de Estados Unidos y hoy es un gran prospecto en North Carolina State. Recuerda ese nombre».
Después llegó Yasmani Grandal, quien dejaba la Universidad de Miami y se enrumbaba a las Mayores, luego J.D. Martínez, posteriormente, Kendrys Morales, Yoenis Céspedes, Miguel Cabrera, Giancarlo Stanton…y el apellido Sosa se fue convirtiendo en garantía de éxito, y el Babcock Park sitio de peregrinaje obligado para decenas de peloteros de Grandes Ligas.
Ellos fueron aprendiendo de Sosa y él de ellos. De los peloteros profesionales admira su disciplina, el deseo de ir más lejos, de no conformarse con los números de la temporada pasada y cada sesión de entrenamiento se convierte en una clase invaluable.
«Yo también sacó mucho provecho de la cercanía con esos grandes jugadores», afirmó Sosa. «Un ejemplo: de Miguel Cabrera aprendí lo importante que es dejar la cara en la pelota, en el momento del contacto. Esa es la clave de su éxito».
LA CLAVE DEL EXITO
¿Y cuál es la clave del éxito de Sosa, quien con apenas 33 años ha alcanzado un estatus de respeto en la competitiva industria del béisbol? El trabajo constante, el estudio interminable. Cuando un pelotero le llama, devora todos los videos posibles, estudia el swing, los potenciales errores, las posibles soluciones.
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De sus lesiones en las Menores aprendió el funcionamiento del cuerpo, de los encuentros con los entrenadores físicos se llevó un puñado de consejos. Todo forma parte de una filosofía basada en el balance perfecto.
Ahora que finalizó la temporada, ya comienzan a dejarse ver las estrellas por sus cajas, uno de ellos Morales, el jugador de los Azulejos de Toronto que viene exclusivamente a Miami para trabajar con Sosa y prepararse para el 2018. Así de temprano.
«Es increíble como uno va recogiendo hábitos malos en el swing y Sosa nos va corrigiendo, llevándonos a aquello que mejor nos funcionaba», explica el cubano Morales. «Yo vengo aquí tres meses todos los años y me pongo en manos de Sosa. Con él siempre tengo buenos resultados».
Y Sosa no para. La lista de peloteros de Grandes Ligas que vienen por las mañanas es larga y brillante, mientras que las tardes están reservadas para niños y jóvenes que aspiran a llegar lo más lejos posible. Son tanto los que piden sus servicios que no da abasto. Le duele mucho rechazar a alguien por no contar con más tiempo y espacio.
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Al coach no le faltan las ofertas de equipos de las Mayores. Todos le quieren en nómina, como empleado para acceder de manera exclusiva a su maestría. En estos momentos acaba de recibir una muy tentadora, pero él no piensa irse de su cuartel general en Hialeah y menos ahora que su hijo de cuatro años empieza a hacer sus primeros swings.
«Quiero dedicarle más tiempo a mi niño, que ya está usando bien el bate», afirmó Sosa. «Aquí estoy cerca de mi familia, aquí he logrado algo importante, que me llena de alegría. No me voy a ir de donde empecé de cero».