Si usted esperaba algo distinto al resultado que obtuvo Cuba en el Premier 12, debe tener más fe que el mismísimo Papa. Porque, seamos sinceros, la eliminación no fue una sorpresa, ni siquiera una decepción; fue simplemente la confirmación de una verdad evidente para cualquiera que mire con un mínimo de objetividad: el béisbol cubano lleva años en un declive profundo, y las estructuras actuales no hacen más que cavar un agujero más hondo. El resultado no fue un fracaso, fue una inevitabilidad.
Para algunos, el cuarto lugar en el Clásico Mundial de 2023 fue motivo de celebración, el equivalente deportivo a encontrar agua en el desierto. Pero esa agua era un espejismo. Ese cuarto lugar no fue fruto de una estrategia brillante ni de un sistema sólido, sino de una combinación de suerte, contexto favorable y algunas decisiones individuales que resultaron oportunas. Ese espejismo sirvió para algo: permitió a los dirigentes actuales conservar sus cargos y mantener la narrativa de que “vamos en la dirección correcta”. Pero esa dirección, como quedó demostrado en el Premier 12, lleva directamente al abismo.
El caso de Armando Johnson como mánager es revelador. Nadie duda de que es una buena persona, incluso alguien con experiencia suficiente en los círculos del béisbol cubano. Pero la pregunta es: ¿fue seleccionado por su capacidad estratégica o por su habilidad para convencer a jugadores clave como Andy Ibáñez y Yoan López de sumarse al equipo nacional? Si la respuesta no está clara, basta recordar que el verdadero arquitecto tras bambalinas es Germán Mesa, una figura tan polarizante que su designación formal hubiera significado una rebelión abierta de jugadores y fanáticos. Así que, en lugar de lidiar con ese problema, se optó por la solución intermedia: alguien manejable, que inspire confianza y que, además, haga el trabajo político necesario.
Hablando de política, el caso de la Federación Cubana de Béisbol no es distinto al de cualquier otra institución en el país. El presidente, Juan Reinaldo Pérez Pardo, es la cara visible de una estructura que, más que dirigir, parece sobrevivir. Si mañana lo destituyen –algo que no parece tan descabellado dado el estado actual de las cosas–, el problema no desaparecerá. Su reemplazo tendrá las mismas limitaciones, las mismas instrucciones de no salirse de la línea oficial y, probablemente, el mismo resultado: mediocridad, falta de innovación y una desconexión absoluta con el béisbol moderno.
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Y es que esa desconexión es uno de los mayores problemas. Profesionalizar el equipo de béisbol Cubano no significa nada si quienes toman las decisiones siguen anclados en la mentalidad de los años 80, cuando los equipos cubanos eran la referencia mundial. El béisbol de 2024 es otra cosa. Es análisis de datos, es tecnología, es desarrollo integral de los jugadores desde edades tempranas. En Cuba, sin embargo, se sigue pensando que el talento y el sacrificio pueden superar cualquier obstáculo. Spoiler: ya no es así.
¿Qué hay que cambiar en Cuba?
El Premier 12 no es más que un síntoma de algo mucho más grande. No es solo un torneo perdido, es un golpe de realidad que evidencia la crisis estructural de la pelota cubana. Para cambiar esto no basta con despedir a unos cuantos nombres. Hace falta una reestructuración profunda, una limpieza total que barra con las viejas prácticas, con las viejas ideas y, sobre todo, con esa complacencia que parece haberse apoderado de los dirigentes. Si el béisbol cubano quiere sobrevivir, tiene que adaptarse. Pero adaptarse de verdad, no con reformas cosméticas ni con discursos vacíos.
La pelota cubana, como todo en la vida, no puede salir bien si no se hace bien. Y aquí no se está haciendo bien nada. Despedir a Juan Reinaldo Pérez Pardo podría ser un primer paso, pero no es más que eso: un paso. Si no se cambia el sistema que lo puso ahí, si no se introduce una nueva mentalidad, otro vendrá y el resultado será el mismo. Mientras tanto, los aficionados cubanos seguirán recibiendo más golpes de realidad, hasta que, eventualmente, dejen de sorprenderse. Porque, al final, el peor enemigo del béisbol cubano no está en el terreno de juego, sino en las oficinas. Y esos enemigos, por ahora, siguen bien cómodos en sus sillas.