?POR JORGE EBRO
Rosa de la Concepción Ramírez Arias solo le había pedido una cosa a Felo: no trabajes más. A sus 90 años todavía le quedaban fuerzas para aconsejar a su hermano mayor que debía tomarse la vida con más calma. Después de todo, ya había narrado demasiada pelota de Grandes Ligas.
La anciana jamás podría concebir que horas después de haber conversado con Felo aquel 26 de abril, el legendario hombre de radio sufriría una caída durante una serie en Filadelfia que le abriría la cabeza y, a la postre, determinaría su fin en la tierra.
Una de las últimas entrevistas a Felo Ramírez realizada por el periodista de el Nuevo Herald Jorge Ebro.
“Me dijo que se quería morir trabajando”, le reveló la señora a una fuente de entero crédito en su natal Bayamo, esa misma tierra en la que comenzó a narrar juegos con un megáfono en la mano por terrenos lejanos.
A Felo le sobreviven en Bayamo Rosa y otra hermana, Urania Ramírez Arias, testigos de una estirpe humana que se resiste al paso del tiempo y llevan el apellido familiar con una hidalguía y una nobleza propia del pasado.
RESISTENCIA DE LA MEMORIA
Muchos saben que son las hermanas del enorme Felo Ramírez, para muchos el mejor narrador en español que haya contemplado un estadio de béisbol en Grandes Ligas, el Caribe y Cuba, el hombre de las legendarias peleas de boxeo, el gran ser humano.
No existe un comentarista deportivo en Cuba, joven o veterano, que no sepa quién es Felo Ramírez. Cuando algunos de ellos llegaban a Miami, regresar a la isla con una foto junto al nonagenario profesional era como un trofeo de caza, la marca del triunfo. Lo he visto. Varias veces.
“Cuando me inicié en la profesión, saber de Felo le dio sentido a mi carrera, fue la confirmación de no haberme equivocado”, comentó el periodista de Univisión, José Luis Nápoles, quien fuera destacado narrador en Villa Clara. “Aunque no se mencionara su nombre de manera oficial, seguía siendo el punto de referencia y excelencia”.
Quemada por los mambises antes de ser rendida a las fuerzas españolas, Bayamo ha sido punto inevitable de historia y cultura, donde se cantó por primera vez el himno nacional cubano y se compuso una canción inolvidable como La Bayamesa, donde nacieron los poetas Juan Clemente Zenea y José Joaquín Palma.
Donde gravitaban figuras como Carlos Manuel de Céspedes, Francisco Vicente Aguilera y Perucho Figueredo, pioneros de la independencia de la isla, donde las ruinas del incendio eran el símbolo del espíritu rebelde de la nación.
UN BAYAMES ETERNO
Así como lo fue Guillermo Alvarez Guedes para el humor y Celia Cruz para la música, Felo entrará en el canon de los cubanos sublimes y dejará un recuerdo eterno en su voz -como los otros dos- atesorada en Cooperstown con las narraciones del hit 3,000 de Roberto Clemente, del cuadrangular 715 de Hank Aaron, del juego perfecto de Don Larsen.
“Felo Ramírez engrandeció mi ciudad y eso ya es suficiente”, apuntó un colega que prefirió el anonimato. “Por encima de cualquier consideración, cuando se hable de Bayamo tendrá que mencionarse su nombre, junto al de otros tantos”.
De acuerdo con otra persona residente en la urbe oriental, en ciertos corrillos y en grupos de aficionados a la pelota en Bayamo se hablaba con dolor del fallecimiento de Felo, con esa pena contenida, que no puede hacerse torrente y homenaje por los muros de contención políticos.
Se apaga para siempre la voz de Felo Ramírez, leyenda del béisbol de Cuba y América Latina.
“Quiero morir trabajando”, le había contestado Felo al pedido de Rosa, quien sin saber por qué recordó entonces a la madre de ambos el día en que su hermano decidió a partir hacia la capital en busca de un mejor horizonte para proyectar su voz y su talento.
“¿Qué vas a hacer en La Habana solo?”, repetía con angustia la madre, sin saber que Felo Ramírez iba a rodearse de una familia mucho más grande y múltiple que aquella que dejaba atrás en un Bayamo siempre en la piel de sus labios, hasta el último de sus días.