Autor: Sigfredo Barros Segrera
El abridor abandonó el juego con ventaja mínima, pero con las bases llenas y un solo out. Inmediatamente el mentor del equipo llamó al rescate a otro serpentinero quien, apelando a una recta muy veloz, ponchó al primer bateador y obligó al segundo a elevar a los jardines para el tercer out, preservando la victoria.
Desde hace casi 50 años a esa buena labor de un lanzador se le acredita como juego salvado, una estadística cuyo objetivo es el de premiar de alguna manera a un pitcher que no es el ganador del partido, pero cuyo trabajo fue fundamental en la consecución del éxito.
La idea de crear el juego salvado fue de un escritor de béisbol llamado Jerome Holtzman, quien en 1960 la comenzó a utilizar de forma extraoficial, hasta que en 1969 las Grandes Ligas la oficializaron, convirtiéndola en la primera y nueva estadística importante del béisbol desde que en 1920 se añadió la carrera impulsada.
El primer salvamento de la historia fue a la cuenta del serpentinero Bill Singer, el 7 de abril de 1969.
Holtzman creó las reglas que rigen el otorgamiento de un juego salvado. Se le acredita un salvamento al lanzador que termina un juego ganado por su equipo –no es el pitcher ganador– lanzó al menos un tercio de entrada y cumple una de las tres condiciones siguientes: 1) entra a trabajar con una ventaja de no más de tres carreras y tira al menos un inning; 2) entra a lanzar con la potencial carrera del empate en base, al bate o en el círculo de espera; y 3) lanza como mínimo tres capítulos.
Desde su creación hasta la fecha el juego salvado ha ido creciendo en importancia. Hoy no se concibe a un equipo cuyo cuerpo de monticulistas no contemple abridores, relevistas y cerradores. Ya resulta muy difícil ver a un serpentinero que trabaje durante las nueve entradas, lo más común es verlo trabajar en seis entradas para después cederle el box a los llamados «apagafuegos». Repasemos entonces a los líderes en este departamento en nuestras Series Nacionales y en el béisbol de las Grandes Ligas.
JOSÉ ÁNGEL, AGUILERA y GONZÁLEZ
Le dicen el «barbero de Guanajay», por su pueblo natal y porque cuando no lanza se dedica a pelar. José Ángel García ya acumula diez temporadas, está cercano a los 40 años y, a pesar de haber conseguido varias metas en su vida como serpentinero (primer relevista en llegar a 200 salvamentos y a mil ponches), sigue defendiendo los colores de los Cazadores artemiseños.
En sus inicios dependía de la velocidad, ahora utiliza mucho los rompimientos, especialmente la sinker, su arma principal. Eso y un control inusual entre los pitchers cubanos lo caracterizan. Su constancia y dedicación pudieran añadir unos cuantos salvamentos más en su brillante carrera.
No le ha sido fácil al derecho Danny Aguilera salvar 135 juegos con el equipo de la Isla de la Juventud, sobre todo en sus inicios cuando los aguerridos Piratas no eran uno de los elencos más competitivos de las Series Nacionales.
Sin embargo, Aguilera no se amedrenta y cada vez que escala el montículo regala una buena dosis de coraje y entrega. Solo así, además de contar con una buena recta y adecuado control en sus envíos, es en este momento el segundo cerrador con mayor cantidad de salvamentos, únicamente superado por José Ángel.
Nació en uno de los lugares más bellos de Cuba, Viñales. Nunca integró un equipo Cuba a un torneo internacional de envergadura, pero sus números hablan por sí solos y colocan al pinareño Orestes González entre los más destacados cerradores, con el mejor whip (promedio de bases por bolas y jits entre innings lanzados) y el tercer mejor average de carreras limpias. Control fue su característica a través de su corta carrera de 11 años.
No puedo dejar de mencionar a Vladimir García. El moronense de 30 años comenzó como relevista, después pasó a ser abridor en la nómina de los Tigres de Ciego de Ávila y ha sido utilizado en ambas funciones en más de una ocasión. Pese a eso, es el séptimo en cantidad de juegos salvados, aunque su promedio de limpias (el mejor de la lista) y su whip combina los partidos relevados y los abiertos.
MARIANO, HOFFMAN y SMITH
Cuando estaba en el apogeo de su carrera, los mentores de la Liga Americana decían: «traten de llegar al noveno episodio arriba cuando enfrenten a los Yankees. Si están debajo van a traer a Mariano… y ahí terminó el juego».
Nacido en una pequeña localidad llamada Puerto Caimito, en Panamá, de solo 60 kilómetros cuadrados y
17 000 habitantes, a Mariano Rivera lo apodaron «Switch off», una expresión que significa «apaga y vámonos». Su eficiencia fue proverbial, con números fuera de serie gracias a dominar como un maestro la recta cortada tirada a 97 millas por hora y un control excelente, le permitió ponchar a casi cuatro bateadores por cada base por bolas. Este año se cumplen cinco de su retiro y es seguro que en el 2019 ingresará al Salón de la Fama.
Solo dos hombres han podido sumar 600 o más salvamentos. El segundo de todos los tiempos es Teevor Hoffman, un derecho que inició su carrera dependiendo en lo fundamental de una poderosa bola rápida de más de 95 millas y que, después de una seria lesión en el hombro que requirió cirugía, reinventó su sistema de lanzar y consiguió poseer uno de los mejores cambios de velocidad del béisbol.
Hoffman logró 40 salvamentos o más durante nueve temporadas y 30 o más en 14 campañas, entre otros muchos logros que le dieron la membresía del Salón de la Fama este año.
El tercero en cantidad de juegos salvados es un afroamericano, quien durante sus 18 temporadas militó en ocho diferentes equipos, entre estos los Yankees y el Boston. Lee Smith era una figura intimidante en el montículo, con casi dos metros de estatura, 120 kilogramos de peso y una recta de 97-98 millas, con la cual estrucó a más de 1 200 rivales.
Mención para el zurdo Billy Wagner, un hombre originalmente derecho, pero dos fracturas en el brazo durante sus primeros años lo obligaron a lanzar con el brazo izquierdo. Pese a eso, Wagner posee el mejor promedio de ponches por cada nueve entradas de labor 11,9, entre los lanzadores con más de 800
innings trabajados.
Si le prestan atención a la tabla estadística podrán darse cuenta de una de las mayores problemáticas del pitcheo cubano: la falta de control. Para los especialistas en estadística, un whip de 1,30 es solamente aceptable, de ahí en adelante es pobre.
Solo tres de los diez primeros en cantidad de salvamentos promedia por debajo de 1,30 y cuando se observa la relación entre bases por bolas y ponches veremos que ninguno promedia tres estrucados por cada boleto. Se necesita un esmerado esfuerzo desde la base para poder avanzar en este importante aspecto del béisbol.