POR JORGE EBRO
Albert Almora Jr. no podía contener las emociones. Cada vez que pasaba cerca de un terreno donde había jugado de niño, los recuerdos inundaban su mente y tenía que hacer un gran esfuerzo para no perderse en la autopista Dolphin.
De ninguna manera Almora Jr. podía equivocar la ruta al parque de los Marlins, porque la cita con la historia y, sobre todo, su familia, sería una que guardaría para el resto de sus días: 23 de junio del 2016, el momento había llegado.
«No sabes el tremendo orgullo que significa estar aquí en Miami, es un momento especial», comentó el chico, de 22 años. «Fue aquí donde comenzó todo, los sacrificios, los sueños. Jugar delante de mi familia es algo que había planeado desde siempre».
Ese siempre, sin embargo, se inició cuando él tenía tres años y por primera vez su padre Albert le puso un bate en sus menudas manos y le lanzó una pelota, escena que se repitió una y otra vez, hasta que el muchacho se fue convirtiendo en una especie de leyenda en el sur de la Florida y su apellido era sinónimo de precocidad y talento.
Desde el equipo de la Mater Academy de Hialeah Gardens, Almora Jr. fue tejiendo una leyenda apuntalada por los seis equipos nacionales que integró, sus premios de Jugador Más Valioso y el ser elegido en el 2011 el galardón de Mejor Jugador del País.
«No he olvidado nada de eso y hoy mientras venía al estadio veía esos lugares donde jugaba y una emoción me recorría el cuerpo», apuntó Almora Jr., quien en el Draft del 2012 fue seleccionado por los Cachorros en la sexta plaza de la primera ronda. «No olvido mis equipos infantiles, cuando viajaba a jugar en otras partes, los entrenamientos. Y hoy me veo en Grandes Ligas en el inicio de otro capítulo».
Cuando el 6 de junio Almora Jr. recibió en Des Moines, Iowa, la noticia de que Chicago lo llamaba al equipo Grande, llamó inmediatamente a sus padres, que vinieron de Cuba en busca de un futuro mejor, para compartir un éxito que era tanto de él como de ellos.
La llamada y todo lo que ha venido después ha sido muy reconfortante para la familia Almora, especialmente para Albert padre, quien se recupera de un cáncer y se encuentra en medio de un tratamiento de radiación.
“Esto es lo más grande’’, comentó Almora padre antes del comienzo del choque del jueves contra los Marlins. “Ya me puedo morir tranquilo, porque lo vi donde quería estar. Ha sido un orgullo para mí. Ya puedo estar tranquilo’’.
Por supuesto, nada ni nadie le iba a impedir que los Almora y decenas de amigos asistieran al gran momento de Albert en La Pequeña Habana.
«Anoche mismo estábamos en la casa y no parábamos de conversar de pelota, de cómo mejorar el bateo», reveló Almora Jr. «En mi familia se respira béisbol, hasta mi madre sabe de esto. Ellos me inculcaron la pasión, la confianza de que podría triunfar. Amo tanto el béisbol que para mí esto no es un trabajo».
Ese amor le ha ganado un puesto en uno Cachorros repletos de talento y que intenta derrotar viejos demonios y maldiciones con un roster donde la juventud no guarda vínculos emocionales con el pasado.
«No sé cómo habrá sido en otras épocas, pero sentimos que podemos hacer algo nuevo, diferente», recalcó Almora Jr. «Este equipo es una gran familia. Yo vengo de otra gran familia. No hay nada que temer».