Autor:Norland Rosendo
En el Latino no caben 60 000 personas. Eso es falso. Anoche, Cuba entera estaba dentro de ese estadio; fue como si el caimán que parece ser se estirara y rodeara toda la grama para ver el último fildeo de Carlos Tabares, que en vez de una bola capturó, con su corazón enguantado, el aplauso más prolongado que se escuchara en el coloso del Cerro desde hacía mucho tiempo.
Tabares, entre los más espectaculares jardineros centrales de nuestro país, cuelga el guante con un puesto de regular en el quinteto de los peloteros cubanos —junto a Paret, Pestano, Jonder y Lazo— que han sido campeones de las series nacionales, de Juegos Centroamericanos y del Caribe, Panamericanos, Olímpicos, Mundiales y plata en el Clásico Mundial.
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Anoche, en el mismo estadio donde rugió como el más fiero de los Leones; donde fue capitán en las buenas y las malas, Tabares bailó con la Colmenita, cantó con David Blanco, se sintió el hombre más feliz en un diamante deportivo con su familia, su primer entrenador y custodiado por otros cinco de los más auténticos industrialistas: Juan Padilla, Rey Anglada, Javier Méndez, Pedro Chávez Vicente y Pedro Medina.
Y entre los agasajos de las instituciones y organizaciones, también se rió con Pánfilo y Ruperto.