Por muy bateador que sea un equipo —aunque sea el máximo jonronero, el de mayor cantidad de jits o el de superior promedio ofensivo— de nada le servirá a la hora de llegar a la final de cualquier torneo si no está acompañado por el pitcheo necesario, capaz de contener a los rivales y mantener una ventaja, por muy pequeña que esta resulte.
En los últimos eventos internacionales a los que Cuba asistió, el factor pitcheo no se comportó a la altura de las circunstancias. Tanto abridores como relevistas, con el descontrol como elemento esencial, impidieron un mejor rendimiento. Quedó demostrado en el Premier 12 y, después en la Serie del Caribe.
Creo oportuno entonces revisar, aunque sea someramente, cómo se comporta esta importantísima área del béisbol en las últimas tres Series Nacionales en estadísticas esenciales como el average de los bateadores rivales, el promedio de carreras limpias y la relación entre ponches y bases por bolas.
Las dos tablas estadísticas que acompañan este comentario reflejan el comportamiento en la primera fase —con 16 equipos—, y en la segunda, con la mitad de los participantes y refuerzos haciendo hincapié en los serpentineros, ya sean abridores, relevistas o cerradores, que conforman el 50 % de las peticiones de los mentores, ávidos de robustecer sus cuerpos de pitcheo.
Lo primero que llama la atención es el average de bateo rival. En la Serie 53 andaba en 263 de promedio y en los dos últimos años se ha disparado hasta los 277, es decir, subió en 14 milésimas. Después —en una de las primeras estadísticas aparecidas en el béisbol, el promedio de carreras limpias (PCL)—, algo similar. De los 3,66 en la clasificatoria de la 53 Serie hasta 4.48 en el recién finalizado clásico 55.
Pero surge una pregunta: ¿cómo es posible que en la segunda fase, en la cual participan los mejores lanzadores del país, muchos de ellos llamados a filas después de ser eliminados sus respectivos conjuntos, el PCL sea peor al de la primera fase, repleta de serpentineros jóvenes con poca o ninguna experiencia?
Increíble a todas luces el 5.05 de la 54 Serie, excediendo en más de una limpia el PCL de la fase inicial. Y, de nuevo este año, el promedio de la primera fase, 3,86, fue de más calidad que el de la segunda. La conclusión más elemental es que los refuerzos no cumplen el objetivo de elevar el nivel.
En la relación entre ponches y bases por bolas se demuestra la falta de control. En la segunda fase de la recién concluida contienda los pitchers promediaron 1,24 estrucado por cada transferencia regalada, una ligera mejoría respecto al pasado año, cuando fue de 1,06 ponche por cada boleto, casi a uno por uno.
En conclusión, a pesar de haber cambiado la estructura, de competir en una fase donde se agrupa lo mejor del pitcheo cubano, no hay avances en la calidad, con el descontrol como punto neurálgico. Quedó más que demostrado en la pasada Serie del Caribe, con un PCL de 6,40 muy por encima de los otros cuatro concursantes en el evento.
Recientemente, en los pasados play off de la 55 Serie Nacional, el promedio de limpias ascendió a 4,64 (166 anotaciones inmaculadas en 322 entradas), con 116 bases por bolas concedidas, a casi seis boletos y medio en cada uno de los 18 partidos efectuados y un WHIP (base por bolas y jits entre innings jugados) de 1,48, o sea, nuestros lanzadores embasan a más de un rival por entrada. Tener en cuenta que la mayoría de los abridores fueron hombres que han integrado la selección nacional (Freddy Asiel, Vladimir García, Vladimir Baños, Erlis Casanova, Frank Montieth, Norberto González, Yoanni Yera, Jonder Martínez), es decir, muchos de los mejores lanzadores del momento.
No resultaría ociosa una revisión de los métodos de entrenamiento y un reforzamiento del trabajo en las estructuras de base, las llamadas “categorías inferiores”, de las cuales surgen las estrellas del mañana. Lo que bien se aprende nunca se olvida.