Por Jorge Ebro
Durante mucho tiempo, Erisbel Arruebarrena nunca supo tenía al enemigo dentro de su casa humana. Por más que tratase, al pelotero las cosas le salían muy diferente a cómo siempre las hacía y pensaba que la culpa era enteramente suya, aumentando un malestar que se reflejaba en él y todos aquellos que se le acercaban.
Somnoliento, cansado y con mareos, Arruebarrena intentaba ser aquel chico alegre que jugaba en cualquier terreno de Cienfuegos, el que llegó al equipo nacional cubano y contenía la promesa enorme de las Grandes Ligas, pero no imaginaba que clase de rival se interponía entre él y sus sueños: la Diabetes.
«En mi familia nadie había padecido de esa enfermedad, por eso estaba muy lejos de pensar que era la causa de mis problemas», explicó el torpedero durante un entrenamiento en el Doral. «Fueron muchos meses de preocupación, hasta que finalmente pudieron dar con mi padecimiento y la manera de combatirlo».
Mientras Arruebarrena caía en las garras de la Diabetes, su reputación y ética de trabajo eran puestas bajo la lupa y solo se reportaban sus dificultades dentro de los diamantes de Ligas Menores de los Dodgers.
El pelotero que en febrero del 2014 había firmado un pacto de $25 millones por cinco temporadas con Los Angeles para que fuese el torpedero del futuro era contemplado como un sonado fracaso.
Y pareció, por un momento, que su carrera como pelotero alcanzaba un punto final, cuando los Dodgers lo suspendieron en mayo del 2015 durante 30 días por un potencial incumplimiento de su acuerdo.
Sin muchas expectativas en el horizonte y con la ayuda de buenos amigos, Arruebarrena continuó su lucha en Miami por salvar su carrera y lo primero fue desenmascarar la raíz de sus problemas al identificar la Diabetes Tipo 1, como la causante del ataque a su cuerpo.
Tres veces estuvo hospitalizado, una de ellas por un desmayo, y tras consultar con varios especialistas, dieron con la mejor fórmula para combatir su enfermedad, al utilizar cuatro inyecciones de insulina al día y un dispositivo que controla los niveles de azúcar de manera inmediata.
«Lo principal contra una Diabetes tan fuerte como la mía es tener plena conciencia de que estás en una batalla por el resto de tu vida», señaló Arruebarrena. «Una vez que pude controlar la enfermedad, entonces necesitaba encontrar otras respuestas sobre mí».
Arruebarrena quería saber, sobre todo, si su descenso en el terreno se debía a la Diabetes o a una baja de calidad, por eso se entregó a un programa de entrenamiento que durante meses le ha permitido recuperar sus habilidades, las mismas que en su momento enamoraron a Los Dodgers.
Sin dejar de entrenar, Arruebarrena también ha comprometido su tiempo en la lucha contra la Diabetes en los niños y por eso se ha asociado al sistema de escuelas de Miami-Dade para conversar de este tema que tanto afecta a la sociedad.
«Siento que esta batalla va a ser larga para mí en lo personal y en la vida de otros», recalcó el de Cienfuegos, que el 7 de marzo partirá a Arizona para unirse a la primavera de Grandes Ligas. «Quiero demostrar que sigo siendo el mismo, un pelotero de calidad y compromiso, un jugador en que cualquier equipo puede confiar. He recuperado la alegría de vivir y la pasión por el juego. Tengo mi enemigo bajo control».