Autor: Rodolfo Zamora Rielo
En Cuba el béisbol es nación, es parte inseparable de esa esencia que nos distingue y dignifica por encima de reflujos y coyunturas. Al orgullo auténtico por el suelo que nos vio nacer y el proyecto de país al que nos debemos, se une la inclinación por hacer de este deporte una muestra de los valores más genuinos de nuestra idiosincrasia.
Algunos elegidos pudieran definirlo en pocas palabras, pero batear es más que tratar de golpear con un madero, fildear no es solo atrapar y la eterna «guerra» entre pitcher y toletero trasciende la mera intensión de hacer quedar mal a uno por la destreza del otro. El béisbol es filosofía de vida, reflejo de la subjetividad, construcción de una aspiración, búsqueda de alternativas, sea cual sea el contexto; es la complexión del modelo al que nos remitimos, ese que nos convoca, haya frío, calor, lluvia o viento.
Para muchos de nosotros, la pelota reúne, junto a otro manojo de cosas, los mejores recuerdos, los más celebrados logros y hasta las más dolorosas derrotas… ¿quién no ha sentido que traza sus días a partir del béisbol, lo toma de plataforma, de referencia, de retablo o que su alegría y tristeza en un momento determinado dependen del desenlace de un partido?
Escribía Alejo Carpentier en su novela El reino de este mundo que su personaje, Ti Noel, le había hecho jimaguas a su mujer la noche tras la espectacular escapada de Mackandal de la hoguera en que pretendían sofocar las esperanzas de libertad.
Así de simple se construyen los mitos de todos los días, los asideros a los que nos anclamos cotidianamente para no dejar de ser nunca lo que somos, los parnasos a los que volvemos constantemente, porque nos definen sin importar lejanías.
Sobre uno de esos parnasos versa el libro Inmortales del béisbol cubano, del historiador Juan A. Martínez de Osaba.
Publicado por Ediciones Loynaz, del Centro Provincial del Libro y la Literatura de Pinar del Río, el texto se une a la ya rica bibliografía cubana sobre el béisbol que intenta remarcar las trazas de una sólida ascendencia de un deporte que nació en Cuba ploteando los impulsos renovadores de la independencia frente al tradicionalismo y los trasplantes coloniales.
Martínez de Osaba no solo centra su atención en los orígenes del Salón de la Fama del Béisbol Cubano, fundado el 26 de julio de 1939 como Galería de la Fama del Béisbol Profesional Cubano, sino en las figuras que fueron exaltadas a este, en franca equiparación con el surgimiento, también en 1939, del Salón de la Fama del Béisbol estadounidense en el pequeño poblado neoyorkino de Cooperstown, donde supuestamente lo había creado el general Abner Doubleday, aunque está comprobado que no fue así.
La verdadera riqueza de este libro radica en las biografías, anécdotas y estadísticas de los «famosos» cubanos incluidos en selectas nóminas. De su mano, conocemos los desempeños de estrellas que hicieron tronar a la fanaticada de uno y otro lado del mar Caribe, ya fuera en la Liga Profesional Cubana, en la Liga Independiente de Color o en las Ligas Mayores del Béisbol (MLB, por sus siglas en inglés).
Honor para nuestra Patria constituye el hecho de que haya sido un cubano, Martín Dihígo, el primer latinoamericano en brillar en las ligas profesionales negras de EE.UU. y el primero de esta Isla en integrar, en 1977, el mítico Salón de Cooperstown. También que otro cubano, Adolfo Luque, haya sido uno de los primeros latinos en pisar una grama de las Grandes Ligas.
Profesor Titular y Consultante de la Universidad de Pinar del Río, ensayista, crítico y promotor cultural, Martínez de Osaba es el autor, asimismo, de importantes títulos como El Señor Pelotero (1998), El Niño Linares (2002), Mitos y realidades de la pelota cubana (2009), Pedro Luis Lazo. El rascacielos de Cuba (2010), Alfonso Urquiola. Caballero del diamante (2014), el primer tomo de la Enciclopedia biográfica del béisbol cubano (2015), y otros.
A pesar de los avances del fenómeno fútbol y de que el béisbol cubano hoy se ha alejado de los resultados competitivos más estelares, la pelota arrastra multitudes. No obstante, ya sea «gato viejo, pelota o baseball, como quiera que lo llamen en el territorio insular» continuará ganando voluntades, acaparando titulares e inquietudes «rompiendo el corojo», porque en Cuba el béisbol es mucho; el béisbol en Cuba es cultura; la misma que por siempre continuará navegando de cara al sol bajo el pabellón de la estrella solitaria.