Todas las mañanas, sin excepción de ninguna, Yosvani Gallego abre su bolso, cambia el uniforme de béisbol si está sucio, echa alguna que otra cosa necesaria y se va al terreno en un ómnibus público. Cuando el sol aún bosteza, entra y saluda a los madrugadores custodios. Acaricia a un par de perros que lo reciben y se va a cambiar al viejo clubhouse del estadio “José A. Echevarría”, antiguo club Vedado Tennis.
Si no hay a quien entrenar, coge una guataca y arranca las hierbas que se entrometen en la medialuna y el box, le pasa una improvisada aplanadora de madera a la tierra del diamante para extirpar las pisadas del día anterior, y si tiene chance, toma un descanso hasta que lleguen los niños en la tarde.
A Yosvani Gallego pocos lo recuerdan. Vive en el olvido. Solo sale de ahí, polvoriento, cuando su record de promedio en carreras limpias para una Serie Nacional (0.37) decide perpetuarlo. Habla de su vida sin resentimiento, arropado en el anonimato, no le importa que el pasado lo tenga en cuenta solo en números, que lo lleve y lo traiga para depositarlo en el mismo sitio: la grama del “Echevarría”.
“En la academia es donde se aprenden las cosas más fáciles. De aquí salió Luis Ulacia, tuve en mis manos a Euclides Rojas y muchos otros que ya ni si acuerdan que dieron sus primeros pasos conmigo”, apunta. Gallego es como un monaguillo en su templo, lleva más de 40 años iniciando niños en la religión del béisbol, dándoles la bienvenida a los 6 y 7 años y despidiéndolos en la primera categoría.
Su virtud principal es la astucia que utiliza para hacerles creer a los pequeñines que no solo se trata de atrapar roletazos y agarrar bien el bate, sino, que rían, que se diviertan volando almohadillas y si es posible, demostrarles que el béisbol también puede llegar a ser un juego de policía y ladrón.
“A los muchachos hay que entretenerlos. Son tan pequeños que si no se sienten alegres se desvirtúan y no atienden. No me gusta la teoría, a sus edades no entienden mucho los porqués de las cosas, me gusta que vean, son esponjas.” Sus nociones no cayeron del cielo. Cuando Gallego comenzó en el béisbol, tuvo como guía a varios de los dioses de la pelota profesional en Cuba.
“Aprendí mucho de Martín Dihigo, Asdrúbal Baro y Pedro Ramos, ellos habían renunciado al profesionalismo y venían al Echevarría a entrenar a los muchachos para mantenerse en forma, me nutrí mucho al tenerlos al lado. Me dieron muchos consejos sobre cómo enseñar la pelota de verdad, el resto lo cogí jugando en los placeres”.
En el propio terreno del “Echevarría”, Gallego había comenzado a jugar el béisbol organizado. Era jardinero pero su precisión y potencia al tirar a las bases delataron su talento como lanzador. Se impuso en los torneos provinciales con el equipo de la Administración Pública y fue llamado a la Serie Nacional.
“Jugué 10 Series Nacionales con Industriales, Occidentales y con el Habana. Pero la gente nada más se acuerda de mí cuando hablan del récord de 0.37 carreras limpias en una temporada”. A Yosvani no le gusta hablar de su trayectoria, de lo que fue, declaración de principios. Reacomoda su retrovisor a conveniencia. Te hace saber que el pasado es cuestión de quien lo juzgue.
“La temporada del récord todos los juegos fueron muy cerrados, eso me ayudó, me hizo esforzarme más. Los pitchers contrarios eran igual de buenos, los partidos se acababan por diferencia de una carrera. Creo que lance casi 99 innings, no lo recuerdo, eso no importa”.
Ni esa temporada ni ninguna otra, Yosvani Gallego pudo integrar la selección nacional de Cuba. “Me llamaron a la preselección dos veces pero las dos veces me tumbaron. Siempre llevaban a los pitchers de buena velocidad y por eso me dejaban fuera. Mi recta era buena, pero me basaba en los rompimientos para dominar. En aquel tiempo no había pistola, así que no sé si tiraba 90 mph, pero no era flojo nada”.
-¿Dicen los que te vieron lanzar que tenías uno de los repertorios más amplios de la época?
“Los periodistas y la gente decían que tenía 10 lanzamientos y por supuesto que les seguía la rima. Pero no era así, tiraba recta, curva, slider, una bola que me entraba, una especie de sinker que cada vez que la lanzaba me daban por el cuadro, además de la knuckleball y lanzamientos por el lado del brazo que se me movían. Todo eso lo combinaba, la cuestión está en poner la bola donde haga daño”.
-¿En tu etapa como jugador de qué managers aprendiste más?
“Sin dudas que con Ramón Carneado, era un hombre de una gran capacidad cultural y trataba a todos por igual. Cuando no te ponía a jugar siempre te explicaba y terminaba convenciéndote. También recuerdo a Pedro Chávez, gran carisma, y a Andrés Ayón, que gracias a él aprendí a fildear en el box. Pero Carneado era especial, ante de los partidos nos hablaba de los contrarios y nos dejaba pitchear. En la actualidad eso es casi imposible, aunque usted sea el mejor director no puede lanzar desde el banco. A lo mejor hay un día que la curva no me está rompiendo bien y el manager sabe que al bateador le hace daño y manda a lanzarla. Carneado nos dejaba pitchear hasta el séptimo innings, los finales eran de él”.
-¿No eres partidario de dirigir el pitcheo desde el banco?
“Para eso está el scouteo. Los muchachos de la UCI han desarrollado programas buenísimos. ¿Pero por qué no enseñan a los lanzadores a utilizarlos? ¿Por qué no dan un curso de aprendizaje para entrenadores y jugadores? Es imprescindible también que el coach de pitcheo sea un sabio, usted se encuentra con peloteros que no fueron lanzadores en el bullpen y en lo que se fijan es en sí los lanzadores dan strike o bola”.
-¿Cómo ve la salud del béisbol cubano?
“En Cuba ya no se juega en la base y si no se juega en la base no hay derecho para sacar peloteros. Mientras las escuelas no participen, el béisbol va a estar mucho más flojo. Si se pone a jugar una primaria contra otra, una secundaria contra otra, el preuniversitario contra otro, de ahí salen valores nuevos. Si en una escuela hay 100 muchachos que jueguen, al menos sale uno. Este país perdió una de sus cosas más preciadas que eran las EIDE (escuelas de iniciación deportivas), las pre-EIDE, la ESPA (escuelas superiores de perfeccionamiento atlético)”.
-¿Entonces los mayores problemas de la pelota pasan por la base?
“Si no se atiende la base vamos a perderlo todo, no es que vaya a desaparecer, es que se va a esfumar la calidad que teníamos. Usted va a cualquier terreno de pelota, sábado o domingo, y lo que juega la gente es fútbol. Estamos haciendo papelazos internacionalmente y el deporte nacional hay que respetarlo por encima de todas las cosas. El INDER ha perdido casi todos los terrenos y entonces han quedado bajo la tutela de entidades que no les interesa mantenerlos y por eso es que vez estadios como el Echevarría cayéndose a pedazos”.
El “Echevarría” ha perdido casi todo su graderío, no tiene luces y sus enormes torres se elevan sin sentido. “Son unas naves interplanetarias” señala Yosvani. Gracias a él y a la ayuda de los padres de sus alumnos, la grama se mantiene intacta.
Así y todo, Yosvani Gallego es alérgico a los padres de los niños cuando entrena, los quiere bien lejos. Intenta sacarles presión de encima a los muchachos. Yosvani desde lejos parece cansado, desplumado y sin ganas de trabajar, pero es solo percepción, Gallego no para, nunca está cansado, es un perfeccionista empedernido de lo que hace.
Dice Fabián, uno de sus alumnos, que “el mayor consejo es mirar pelota, mucha pelota”. Fabián tiene 8 años y su padre nos cuenta que “de todos los profe por los que ha pasado Fabián, Yosvani es el más metodológico, es una tremenda persona de grandes principios, no acepta regalos ni el día del maestro, ese día se pierde, uno no lo encuentra”.
“Todos no tienen la misma capacidad monetaria, no acepto nada para que no hayan diferencias, por donde sale uno, salen todos, eso me lo enseñó Carneado”, dice Yosvani Gallego.