Con todo lo inmenso que fue como pelotero, Víctor Mesa no duraría una hora como manager de Grandes Ligas. Su propensión al dramatismo y su manera de encarar a los jugadores se prestan más para dirigir una novena de secundaria que a un equipo del béisbol más profesional del mundo. Sencillamente, no cabe.
Pero el anuncio de que dejará de dirigir en Cuba por incomprensiones y temor a su integridad física y la de su familia resulta cuando menos triste, además de mostrar la punta de un problema que desde hace tiempo se viene incubando en los estadios como un reflejo de la sociedad: el de la indisciplina social.
Una nota oficial narra un incidente en Pinar del Río, donde Mesa le emprendió a golpes el domingo pasado contra dos estudiantes, al confundirlos con otro individuo que lo increpaba verbalmente. No se puede arrimar una llama al polvorín, porque la explosión no le agradará a nadie. Y este patán creó una candela que terminó devorando al piloto de Matanzas y, en más de una ocasión, de la escuadra principal.
Con ese lenguaje sacado de una arenga de la Zafra de los 10 Millones, la supuesta nota indica que “este lamentable incidente es repudiado por el pueblo pinareño y constituye un hecho aislado, en una afición que se caracteriza por la disciplina y el respeto al contrario”.
Bien estamos, porque ni esto es aislado ni el pueblo de todas las provincias acude a los estadios de la isla como quien va a una misa dominical, sin dejar de reconocer la pasión de los cubanos, que no llegan o se pasan en la mayoría de las cosas.
El anuncio de que uno de los más grandes peloteros dejará de dirigir en Cuba por incomprensiones y temor a su integridad física y la de su familia resulta cuando menos triste, además de mostrar la punta de un problema que desde hace tiempo se viene incubando en los estadios como un reflejo de la sociedad: el de la indisciplina social
Recuerdo vívidamente a fines de los 80 y principio de los 90 un Estadio Latinoamericano repleto con miles de gargantas al puro grito de “palestinos, palestinos” cuando jugaba aquel Santiago de Cuba repleto de estrellas desde Antonio Pacheco a Orestes Kindelán. Si algún sociólogo no quiere ver trazas de un racismo velado en eso, que me explique entonces. Esa referencia al conflicto del medio oriente para nada era una expresión de cariño.
La FIFA condena con juegos sin público a los estadios donde se escuchen cánticos racistas, pero en el Latino el grito se prolongaba por horas y nadie dijo nada, ni la prensa ni las autoridades, al menos que yo recuerde. Y los que no gritaban preferían el silencio para no desentonar con la masa descanterada.
Me cuentan que a una mujer árbitro le gritan improperios de corte homosexual del peor talante y que el resto de los que imparten justicia viven bajo la pertinaz llovizna de los insultos más vulgares, y que a ciertos jugadores negros les recuerdan constantemente el color de su piel, mientras que los parques se convierten en el teatro de la impunidad, en el feudo de gente que no tiene educación ni sopesa consecuencias.
“Un día aquí van a matar a alguien en un estadio, porque la gente se deja arrastrar por grupos de bajo nivel moral”, expresó un conocido periodista cubano que prefirió no dar su nombre. “Ojalá este retiro de Víctor sirva para provocar una reacción, que sirva para algo”.
En una entrevista con el colega Michel Contreras, Mesa afirma que está hastiado de insultos y ataques “hasta de arma blanca” y que “las ofensas llueven y las obscenidades son normales”, lo cual contradice la falacia pastoril de que el pueblo cubano es educado y de luces altas. Lo de su descontento con el Director Nacional de Béisbol, Heriberto Suárez, de quien dijo cosas que ahora no vienen al caso en Miami, lo dejaremos para otro día y otro debate.
Por su forma de ser, Mesa cosecha odios y aplausos a partes iguales, pero de ser cierto lo que cuenta, un héroe de la pelota cubano no debe recibir ese trato, ni las autoridades pueden meter la cabeza en la arena y seguir confiando en ese pueblo que en el tema de la pelota y los estadios, cada vez que llega, se pasa.