Por Joel García León
Ser recordado por algún hecho relevante y trascender en la historia resume las aspiraciones de muchos peloteros, aunque pocos lo consiguen. De ahí que bateadores y lanzadores se clasifiquen en buenos, destacados e imprescindibles. Solo esos últimos recibirán pasaporte directo para ser estudiados y reverenciados en todas las épocas.
A partir de un desempeño perfecto y corajudo en la VII Copa Intercontinental de 1985, un serpentinero santiaguero mereció la entrada al grupo más importante. José Luis Alemán estuvo brillante en cada una de sus tres actuaciones sobre el box y quedó para la posteridad como el “Héroe de Edmonton”.
El dominio del derecho en el torneo puede ejemplificarse con un mítico promedio de carreras limpias (0,86) y tres victorias decisivas en clasificatoria, semifinal y final. Para imprimirle más dramatismo y suspenso a su labor, los triunfos en las etapas conclusivas fueron por la mínima: 8-7 contra Taipei de China en el cruce y al día siguiente 4-3 ante una temible escuadra japonesa en la discusión del oro. La condición de Jugador Más Valioso le correspondió por derecho propio al indómito.
Con una ecuanimidad pasmosa para los momentos más tensos, no pocos de sus 10 éxitos en eventos internacionales sobrevinieron por diferencia de una o dos carreras. Desde su debut en la selección nacional juvenil en 1977, bajo la dirección de José Miguel Pineda, hasta la última campaña con su equipo Santiago de Cuba (1995), siempre estuvo dispuesto a cumplir cualquiera de los roles de un staff: abridor, relevista intermedio o cerrador.
Formado en una provincia de notable tradición beisbolera y al lado de uno de los más grandes lanzadores de todos los tiempos, Braudilio Vinent, el joven Alemán aprendió rápido el ABC de un pítcher: mezclar los envíos, sacar outs y estar siempre por encima del bateador en el conteo. Tan bien lo hizo que su promedio de casi seis ponches y dos boletos por cada nueve innings es uno de los mejores todavía de la pelota cubana.
Además, sus 174 éxitos en 17 temporadas lo ubican onceno entre los máximos ganadores de todos los tiempos en nuestras Series Nacionales y tercero entre los santiagueros, detrás del propio Vinent (222) y Ormari Romero (194). Como si fuera poco, las 34 blanqueadas lo sitúan décimo en el archivo histórico, en el cual es sexto en juegos completos con 179.
Como detalle singular entre tantas marcas, vale añadir que es el único lanzador en nuestros campeonatos nacionales con al menos un liderato en seis departamentos claves: promedio de ganados y perdidos (833 en 1990), efectividad (2,29 en 1988), ganados (9 en 1988 y 1989), ponches (87 en 1989), juegos completos (8 en 1988 y 11 en 1989) y salvados (4 en 1988).
Dentro de su palmarés sobresalen también dos coronas mundiales (Tokío 1980 e Italia 1998), tres títulos en Copas Intercontinentales (La Habana 1979, Edmonton 1985 y Puerto Rico 1989), así como un doblón dorado a nivel nacional con Santiago de Cuba (1980 y 1989) y cinco en Series Selectivas con Orientales (1981 y 1993) y Serranos (1986, 1987 y 1992).
Lejos de ostentar una poderosa o supersónica recta, Alemán presumió siempre de un buen control, comando en sus lanzamientos y sobre todo mucha estabilidad y valor para enfrentar al rival que fuera. Le gustaba callar con sus triunfos al graderío del estadio Latinoamericano en los duelos encarnizados Industriales-Santiago de Cuba o Habana-Serranos; mientras en el parque Guillermón Moncada dedicó más de una victoria a familia y amigos cercanos.
Una notable experiencia vivió entre los años 1993-1994, al simultanear funciones de entrenador-jugador en la Liga Industrial de Béisbol en Japón. Quizás lo único lamentable fue no haber tenido antes esa oportunidad, pues aprendió nuevos secretos de un deporte que los asiáticos han estudiado hasta la saciedad con disciplina, tecnología y los recursos que no hay en Cuba.
La participación en Juegos Olímpicos se la reservó Sídney 2000 como preparador de pitcheo del equipo Sudáfrica, debutante en esas citas y que solo pudo ganar un partido (3-2) sobre Holanda. Un año más tarde, acudió con la propia selección africana al campeonato mundial del 2001 en Taipei de China, donde burlaron el sótano del torneo tras vencer a Francia.
De regreso a su tierra natal, se incorporó al nuevo colectivo de dirección que tomó las riendas del equipo santiaguero. Al frente del área de pitcheo celebró los cetros nacionales del 2005, 2007 y 2008, en tanto promovió a varias jóvenes figuras a la selección nacional.
Sin el despliegue mediático que otros recibieron, José Luis Alemán tejió su historia con el uniforme rojinegro y el de la selección nacional basado en una férrea disciplina y la consagración total a los entrenamientos. “Era incansable y lo más admirable es que siempre estaba dispuesto a salir a lanzar, aunque hubiera tirado nueve entradas el día anterior”, comentó Higinio Vélez, uno de los tantos directores que tuvo en su carrera.
En cierta ocasión confesó públicamente que el prestigio de un jugador es lo más importante sobre un terreno. De ahí que cuando vio mermadas sus condiciones físicas decidió retirarse, aunque para sus admiradores todavía podía haber jugado al menos dos temporadas más y acercarse a las 200 victorias y sobrepasar los 1 500 ponches.
De cualquier manera, lo hecho por este hijo del municipio Mella le otorga un puesto entre los grandes peloteros de su provincia y de Cuba. Por muchos años que pasen, la hazaña monticular de la Copa Intercontinental en Edmonton 1985 permanecerá guardada como tesoro personal y del béisbol nacional.
Todavía sin estudiarse como debiera la exitosa hoja deportiva de José Luis Alemán —que incluiría su paso por categorías juveniles y todas las enseñanzas dejadas en su puesto de entrenador—, al periodista se le antoja una definición del escritor Leonardo Padura para cerrar la historia de quien ha visto en la pelota su realización más auténtica y ha reservado la flema de un “alemán” solo para el apellido.
“El béisbol para los cubanos no es un deporte y muchos menos un juego: es casi una religión, algo definitivamente muy serio”, dijo el recién galardonado Príncipe de Asturias. Y el pitcher santiaguero así lo demostró.
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