Por Elsa Ramos
Luego de batallar contra las lesiones, uno de los mejores lanzadores espirituanos de todos los tiempos, Ismel Jiménez Santiago, se retira con el segundo mejor balance de victorias y derrotas de por vida en el béisbol cubano.
“Me voy con ganas de lanzar”, dijo y se le anudó la garganta. También los ojos húmedos… hasta más de una hora después.
Nadie lo sugirió. Solo Ismel Jiménez Santiago y su almohada tomaron la decisión que le duele hasta los huesos. Ya no subirá más al box que tanta gloria le dio. Nadie puede reclamarle que no lo intentó, ¡y cuánto!, con más anhelos que certezas: “La esperanza nunca la perdí”, acierta a decir y la vida lo confirma.
Desde septiembre del 2015, cuando regresó de Canadá tras jugar con los Capitales de Quebec, con el brazo de lanzar partido en dos, hasta hace unos días, este muchacho transitó por un tratamiento riguroso, una rehabilitación no menos intensa y un entrenamiento bestial.
Pudo, incluso, subir al box en la pasada Serie Nacional con los Gallos: “Me medí contra mí mismo”. Lanzó con su Trinidad natal para sentirse merecedor del oro. Mas, con 32 años y un aval de lujo en 12 campañas, contada la última, se despide, con el corazón estrujado y el mismo coraje con que pidió una y mil veces la bola en tiempos de play off, en medio del Latino o en los terrenos de municipios que otros rehuían en momentos en que salía al montículo con una faja amarrada a la cintura o la espalda hecha trizas. “El béisbol y el deporte tienen un comienzo y un final.
El mío llegó”, se desploma otra vez. Las palabras se cortan, se pierden… y vuelven solo con el vaso de agua que Yadira, la esposa, trae para los dos.
“Me decidí cuando vi la diferencia de velocidad, ganaba, una, dos, tres millas, pero en tres o cinco meses, me demoraba mucho. Decido no lanzar más porque el respeto y la admiración que me he ganado del pueblo espirituano no quiero perderlos, mucho más porque me supo aplaudir en el momento más difícil de mi vida”.
Se repone, a duras penas. Y sigue respondiendo la pregunta que ronda desde el último día que se fue del “Huelga”. “Decido no lanzar más porque el precio de llegar a 87, 88, 89 millas, que era donde yo quería llegar, era demasiado alto. También para cuidar mi salud, principalmente la mental, porque por tratar de alcanzar eso, me estaba yendo de los límites de los entrenamientos, escondido del preparador físico Mario Jiménez, a quien le doy mi corazón y las gracias. Si eran cinco repeticiones, yo hacia 12; a cualquier hora quería hacer cosas. Hice un sobresfuerzo como siempre en mi carrera.
“Desde el primer momento dije que me iba a recuperar e iba a lanzar por las ganas enormes que tenía, por mi juventud. Tenía la herramienta para hacerlo: la experiencia de muchos entrenadores que habían pasado por mí. Y créeme que lo logré. Después de una lesión total del húmero, una fractura por estrés, con un yeso puesto mucho tiempo, de perder toda mi musculatura, treparme en un montículo y lanzar un inning, sacar un out, volver a pitchear, sin calidad; pero con el corazón en la mano, es lograrlo.
Ver a ese público entero aplaudiéndome, elogiándome por todo el esfuerzo han sido mi mayor recuerdo, mucho más que todas las victorias que tuve, como si hubiera logrado la 200”.
Lo intentó más allá de la voluntad y la perseverancia. “Sacrifiqué muchas cosas, lo intenté y logré tirar el slaider como yo lo tiraba, la recta, el spli; lo único que necesitaba era tiempo, seguir en lo que hacía por dos o tres años más.
Tenía que enfrentarme a lanzar bastante para que los músculos recuperaran su movilidad, enfrentar bateadores en medio de un público. Y sí. Los iba a dominar, pero iba a llegar un momento en que me conectarían y sentí un poco de miedo por eso; sin embargo, nunca tuve miedo de volverme a fracturar en esas pocas veces que lancé. Gracias a todas las personas que me dieron la mano, pero debo irme”.
Y está esa terquedad de quien le costó aceptar la derrota: “Esto es duro, muy duro. No estoy acostumbrado a perder; cuando perdía el mundo me caía encima”. Y recuerda aquella vez: “Salí contra Pinar del Río, estaba sobre las 90-91 millas; pero parece que no pensé muy bien encima de la loma y exploté en el cuarto inning, y la ira fue tal que me quité la ropa que traía, me puse un short, unos tenis y me fui corriendo del estadio al hotel Zaza como a las dos de la tarde, castigándome yo mismo. Fui ambicioso a la hora de ganar”.
“Prefiero que la gente me recuerde como el Ismel que lo dio todo en el terreno”, comenta el lanzador espirituano.
Quiere, con razón, dejar la imagen del lanzador que asustó a los récords en poco más de una década de estrellato. También del que en este tiempo rehuyó, como ahora, de los medios porque no quería “crear falsas expectativas”.
“Prefiero que la gente me recuerde como el Ismel que lo dio todo en el terreno y no del que se esforzó, se recuperó a un 60 por ciento, lanzó; pero no con todos los números que tenía o estropearlos por querer lanzar a toda costa”.
Lo de los números es real. Su balance de 131 victorias y 56 derrotas es el segundo mejor promedio de por vida en el béisbol cubano. “Uno no puede creerse que porque uno fue, uno es. Es difícil retirarse con 32 años. Le comuniqué a mi familia la decisión, me apoyó y me dijo que lo importante es mi salud. Me voy triunfador. Pude lograr objetivos que me tracé desde pequeño en la EIDE; llegué más lejos de lo que pensé. Veía a lanzadores como Aragón, Maels, Ifreidi, Noelvis, Peña y decía: quisiera estar en los Gallos.
Después: quiero ser abridor. Me voy con cosas que soñaba: un campeonato provincial, uno nacional con Ciego de Ávila; aunque quedó un hueco que no fue con mi provincia. Fui a eventos que no imaginaba como Clásicos Mundiales y gané; la vida premió mi esfuerzo. Doy gracias a Dios, a todo lo que me acompaña”.
Se le vuelve a trancar el pecho. Otro sorbo de agua y una anécdota que intenta relajar tensiones: “Me jodió la ansiedad de lanzar”, se desahoga sin resentimientos y rememora cuando quería lanzar en seis de los siete juegos de un play off. “El béisbol es mi pasión, mi sangre. Lanzando se me quitaban hasta los dolores. Estoy desentrenándome, corriendo en la pista, por aquí por allá, para matar un poco la ansiedad que tenía y me viene. Cuando lograba estar sobre las 80 y piquito de millas, me decía: yo sí puedo, como en la semifinal contra Villa Clara, que me sentía listo. Llevo días sin ir al estadio para matar esa ansiedad, pero ya la decisión fue tomada.
“Soy licenciado en Cultura Física. Quiero ayudar a la nueva generación de lanzadores, pues como atleta me gustaba ayudar. Tal como fui buen atleta, quiero ser buen hijo, padre, esposo, patriota y buen trabajador. Voy a estar cerca del box, y quizás pueda quitarme las ganas que me deja este retiro tan joven. Como entrenador voy a tapar ese hueco que queda ahí”.
El agua se agota. Al fin sonríe, mientras se dispone a visitar un familiar ingresado en el hospital pediátrico de Sancti Spíritus. “Me duele mucho la cabeza”, me confiesa y le susurro el mismo malestar, al tiempo que lo abrazo hondo en un gesto que siente colectivo. Ismael Ismel, que desde sus cortos cuatro años no entiende de esta “emboscada” que su padre evadió una y otra vez, trae el calmante en medio de la tarde noche: “Voy a ser pitcher”.
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267 210 42 57 131 56 701 13 16 1500.1
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