Por Jorge Ebro
Miami y La Habana están repletos de fanáticos de los Industriales. En ambas ciudades ha sonado fuerte, como el rugir de un león, el reclamo a Rey Vicente Anglada: “regresa una temporada más’’.
Justo cuando caía el último out de Cuba en la Serie del Caribe de Panamá, comenzaba el domingo en el Real Café un homenaje al todavía manager de los azules de la capital cubana, donde se fundieron figuras insignes del club –Agustín Marquetti, René Arocha- junto a aficionados de toda la vida.
“Sí en un año lograste mucho con un equipo de dudosa calidad, qué no podrás lograr en un segundo al mando’’, le comentó un aficionado, mientras decenas repetían su nombre y le pedían una prórroga en una dirección que él no desea renovar.
Por el momento se mantiene cerrado en su idea de no volver. Su familia tampoco desea que retorne a la lucha diaria de los entrenamientos, los constantes y agotadores viajes a provincia y los cambios de actitud de una generación de peloteros a la que le cuesta concentrarse en el juego.
Sin embargo, quién sabe cuánto pueda influir una noche como la del Real Café, donde en un ambiente concentrado y lleno de reconocimiento, las palabras le llegaron fuertes, presionantes, como una exigencia a veces o una súplica en otras.
“Estoy cansado y quiero disfrutar de mi familia’’, apuntó Anglada. “Tengo 66 años. No sé cómo los aficionados quieren que regrese un manager que finalizó en el quinto puesto. De veras es un misterio para mí’’.
Para quienes conocen bien a Anglada, el misterio no existe. Es uno de los pocos que cuando levanta la voz en la Isla o en Miami hay que detenerse y escuchar. Su verbo viene respaldado con la acción, el gesto con el sentimiento.
Conocida es la historia de cómo lo sacaron del juego, cuando se encontraba en la cima de su talento. La falsa acusación, la cárcel y el destierro interior. Anglada se comportó como un hombre en los momentos duros en que el abismo se abría delante de sus ojos.
Anglada, quien fue vetado del béisbol a los 29 años y condenado a prisión por una venta de juegos que jamás le probaron, es -junto a Pedro José Rodríguez- la víctima más visible de un mecanismo macabro que se puso en marcha y no encontró un mínimo de vergüenza para reconocer su error.
Muchos ven en la posterior rehabilitación de Anglada, su llegada a la dirección de Industriales –donde ganó tres títulos- y de la selección nacional una especie de disculpa tácita, pero aquí falta algo en un plano más amplio, una discusión más profunda de los hechos. ¿Quiénes tomaron las decisiones? ¿Quién aprobó las condenas? ¿Hasta dónde llegó el caso?
Tal vez no se dé cuenta, pero Anglada pasó de estar en la historia a convertirse en leyenda. Y una leyenda nunca muere. Por su juego, por su pasado, por sus luces y sombras. A todo eso se le rindió homenaje el domingo en el Real Café, y a todo eso se le hizo un pedido, nuevamente: “Rey, regresa con los Industriales’’.