POR
Como cualquier niño habanero de principio de los años 70, Euclides Rojas quería jugar béisbol «cuando fuera grande», en ese equipo que vestía todo de azul y que llevaba escrito con letras góticas, en el pecho, el nombre de Industriales.
Nacido en el barrio de La Timba, muy cercano al estadio Latinoamericano, cuartel general de los capitalinos, muchas veces fue uno más en la multitud frenética que vitoreaba a sus ídolos y sufría con las derrotas.
Su inteligencia, tranquilidad y poder de observación, fueron las armas secretas que le sirvieron —unidas a sus habilidades para este deporte—, unos años más tarde, para lograr su sueño y vestir la anhelada chamarreta, convirtiéndose en el principal lanzador cerrador del conjunto.
Durante años, Rojas tuvo que venir a lanzar en momentos de alta tensión, bajo la mirada y la euforia de miles de aficionados, con el objetivo de conservar la ventaja de Industriales. Salió ileso en tantas ocasiones que sin duda se ganó un puesto de honor en la historia del béisbol nacional.
Durante 13 Series Nacionales, Rojas lanzó en 365 juegos, 342 de ellos como cerrador. Ganó 59 partidos y perdió 42, y su promedio de limpias fue de 2.93, con 90 juegos salvados, algo insólito por aquellos tiempos en Cuba. En su última temporada, estableció un record que se mantuvo inquebrantable casi por veinte años, con 11 juegos salvados.
Un día de 1994, los aficionados en la Isla perdieron la pista de Euclides Rojas: se tiró al mar en una balsa rústica y su nombre se borró de golpe de la boca de periodistas y comentaristas deportivos.
Su perfecto control sobre los lanzamientos, su calma extrema y su letal curva, de arco de barril, quedaron en el recuerdo, alimentando historias en los estadios, mientras él, otra vez con un sueño a cuestas, llegaba a las costas de Miami en 1995, procedente de la base naval de Guantánamo.
«Me fui de Cuba como cualquier otro cubano, con el sueño de conseguir la libertad», dice, tajante.
Ese mismo año firmó un contrato de Ligas Menores con los Marlins de la Florida. En dos temporadas ganó cuatro y perdió seis partidos, con muchos problemas en su brazo de lanzar.
Entonces tuvo que decirle adiós al béisbol profesional.
Pero ese sería solo un nuevo comienzo. Otra vez, sus armas secretas le abrieron las puertas, y Euclides Rojas se convirtió en un excelente coach de bull-pen, pasando de los Marlins de la Florida en liga menor y las Medias Rojas de Boston, ya en las Mayores, hasta la franquicia de los Piratas de Pittsburgh, donde se ha mantenido por espacio de ocho años, consolidándose como uno de los más prestigiosos entrenadores en las Grandes Ligas en su especialidad.
«Desde que llegamos mi familia y yo a este país, nos han tratado con respeto, como seres humanos. Nos han dado el derecho a ser libres. Hemos logrado el sueño americano, o mejor dicho, el derecho con que todos fuimos creados. Actualmente somos orgullosamente ciudadanos de este país», afirma Rojas.
«Mi dedicación, amor y pasión por el béisbol me ha permitido ser coach de Grandes Ligas durante todo este tiempo», dice, con orgullo.
Mientras, en Cuba, ese deporte que tanto ama ha ido en decadencia. La selección nacional ha perdido la supremacía internacional en todas las categorías, mientras crecen los problemas y las desmotivaciones. Desde lejos, Euclides Rojas no se atreve a filosofar al respecto. Pero la causa de todo la tiene muy clara:
«No creo que los problemas estén sólo en el béisbol. En todas las esferas ha habido problemas. La razón es la misma, el desgobierno dictador y comunista».
El acuerdo firmado por las Major League Baseball (MLB) y la Federación Cubana de Béisbol (FCB) parecía ser una tabla de salvación, pero la cancelación por parte de la administración Trump ha cortado esas aspiraciones. Euclides Rojas también tiene su opinión al respecto:
«Estoy de acuerdo con el presidente Donald Trump. Mi pregunta es por qué no podemos ser como han sido los dominicanos, puertorriqueños, japoneses, italianos, etc. ¿O es que acaso creen en Cuba que la FCB es una entidad privada?»
Desde ese día de 1994 en que abandonó el país, el ex lanzador de los Industriales y del equipo nacional, no ha vuelto a pisar esta tierra. Quizás aún se despierte por la madrugada soñando que lanza un juego definitorio en el gran estadio del Cerro o dibuje en su mente grandes victorias industrialistas…
«Espero regresar el día que mi Cuba sea libre. No puedo concebir regresar y tener más derechos y privilegios que mis hermanos que se quedaron allí», alega, con un toque de nostalgia.
«Claro que extraño mi patria y lanzar en el Latino. Pero como dijo nuestro Apóstol, visitar la casa del opresor es justificar la opresión. Mientras un pueblo no tenga conquistados sus derechos, el hijo suyo que pise en son de fiesta la casa de a quienes se les conculca, es enemigo de su pueblo. Prefiero ser yo extranjero en otras patrias, que serlo en la mía», concluye.
El mejor cerrador de la pelota cubana en su tiempo de jugador nos deja estas palabras antes de la despedida:
«Siempre he amado a mi pueblo. Espero que Dios nos brinde el placer de cumplir nuestros sueños de libertad, igualdad y fraternidad. Ser libres no es el ansia loca de una banda de salvajes, es la aspiración suprema de todo hombre y todo pueblo digno».
(Tomado del Diario de Cuba)