Por Jorge Ebro
Ariel Pestano ha dicho lo que piensa y las redes sociales se han estremecido ante sus palabras que parecen anclas tiradas al pasado. Habla de ofensa y lealtad, de risas y millones con un lenguaje directo, sin rodeos, como siempre suele hacerlo cuando se trata de la pelota cubana. El hombre detrás del plato sigue detrás en la historia.
Los fanáticos de un lado u otro, de esta o aquella tendencia, se aprestan a cerrar filas – muchas veces de manera exageradamente apasionada- a favor y en contra de quien acaba de romper lanzas en contra de un equipo «unificado», o lo que llamo el equipo «demorado», capaz de contener a lo mejor que pueda ofrecer el béisbol de la isla en cualquier parte del mundo.
No se le puede criticar a Pestano su postura. Siempre ha sido la misma. Este no es una veleta que va y viene según el momento, y no vale echar por tierra lo que dice sin antes analizarlo un poco, como ejercicio mental y elemental.
Al menos no juega entre dos aguas como otros. Sus postulados, sin embargo, carecen de base, sobre todo viniendo de alguien que ha estado en los Estados Unidos y visto la realidad de sus compatriotas del otro lado del estrecho.
Llamarlos a una selección nos quitaría el valor [a los peloteros que se quedaron en Cuba] que nosotros nos merecemos. Una cosas así nos ofendería. Ellos se reirían de nosotros. ¿En qué sentido? En el monetario, en la profesionalidad. Porque aquí [en Cuba] hay muchos peloteros retirados que si hubieran tenido, tenido no, querido, serían estrellas de las Grandes Ligas y fueran millonarios, igual que todos ellos».
Incorrecto, incorrecto e incorrecto. Ni les quitaría valor, ni los ofendería, y mucho menos se reirían de ellos.
El valor para figuras como Pestano, Omar Linares, Luis Giraldo Casanova, Orestes Kindelán, Antonio Pacheco, Víctor Mesa, Jorge Luis Valdés…y todas esas luminarias que no jugaron Grandes Ligas, está asegurado en la memoria histórica de los cubanos donde quiera que se encuentren. Se puede estar a la derecha o izquierda de cualquier punto ideológico y jamás ignorar lo que ellos significaron.
Cada vez que tocamos este tema en nuestro programa de radio en la 990 ESPN Deportes queda claro que se lamenta la ausencia de ellos, de ustedes Ariel, en los mejores diamantes del planeta, pero nunca se les rebaja un ápice de valor. Una cosa no menoscaba la otra, ni la ultraja, ni la ofende.
Es cierto que muchos de ellos, de haberlo querido, habrían militado en los clubes de las Grandes Ligas, pero decidieron no hacerlo. Una opción respetable. Tal vez en privado alguno lo lamente, quizá a otros les sirva de motivo de orgullo permanente. Cada cual se arropa en los pliegues de sus caminos recorridos.
A lo largo de estos tres últimos años, en ruta a este Clásico Mundial, he podido conversar con decenas de jugadores cubanos en todos los estratos profesionales, desde las Menores a las Mayores, de Asia al Caribe. Lo menos que existe en ellos deseo de reír, de ofender, de demostrar que los millones los convierten en seres superiores. Muchos me han dicho que jugarían de gratis, que subvencionarían los gastos de esa selección.
De la misma manera, he tenido el privilegio de conversar con decenas de esos veteranos a los cuales Pestano se refiere y, si no me han mentido, siempre me han manifestado su admiración por quienes visten uniformes de la gran carpa. Esas leyendas vivas de las Series Nacionales han compartido con los nuevos, han visitado sus casas, han disfrutado de sus juegos y sentido el cariño y el respeto que se han ganado por ascendencia y relevancia. De ofensa nada.
Al final se trata de, como todo en la vida, usar a los mejores. No quién es más fiel, sino quien puede defender mejor esta posición en el terreno, quien batea a la hora buena. La meritocracia por encima de la respuesta ideológica. Que ya está bueno, hombre. Que estos peloteros cubanos de Grandes Ligas no están para teques ni abanderamientos.
Y por cierto, hablando de mejores, no tengo dudas de que Pestano hubiera estado en cualquier equipo cubano formado en las cuatro esquinas del planeta. Sin ningún tipo de ofensa y por méritos más que propios.