Por Joel García León
La designación esta semana de Rey Vicente Anglada como director de la selección nacional de béisbol no ha dejado de levantar criterios a favor y en contra. Es un puesto imposible de disfrutar con total tranquilidad, dado que cada cubano se siente un mentor en potencia y desde hace tiempo añora los triunfos internacionales que llegan con buenos directores, pero sobre todo con mejores equipos.
El mánager industrialista terminó fuera de los play offen la última temporada y no son pocos los cuestionamientos en las redes sociales y en varias provincias acerca de que la decisión desentendió la labor de directores ganadores en recientes años (Pablo Civil, Carlos Martí y Roger Machado) y retomó lo que antaño ocurría con Servio Borges o Jorge Fuentes, que ganaran o no en la campaña regular eran los escogidos para dirigir el equipo Cuba.
El justo contrapeso o balanza, el riesgo de las probabilidades, las razones que pueden compartirse o no, se aplicó ahora con Anglada. Es quizás el último director victorioso a nivel internacional que aún transita por nuestros terrenos —el pinareño Alfonso Urquiola se reincorporará en la venidera contienda— y por tanto, la apuesta tiene un sustento vital en medio de la orfandad de títulos.
Su resistencia a dirigir por estar más tiempo con su familia y las condiciones de tomar las riendas un año más de Industriales tensionaron hasta cierto punto la decisión. A su favor, además del aval deportivo (oro en los Juegos Centroamericanos y del Caribe 2006, Juegos Panamericano 2007 y Copa Intercontinental 2007) y los conocimientos técnicos, sobresalen su capacidad de aglutinar, la voz propia para mandar y la ascendencia vital en los jugadores.
Ariel Pestano, Osmani Urrutia y Pedro Luis Lazo, por solo citar algunos, declararon sentirse más complacidos con Anglada en el equipo nacional que con cualquier otro mentor. Y eso dice bastante de esas virtudes que no se aprende en escuela o con libros, sino en la vida, en el comportamiento diario ante situaciones claves.
Pero las preguntas saltan como bombas de tiempo ¿Acaso todo lo que toque Anglada lo podrá convertir en oro como el Rey Midas, si los problemas de fondo del béisbol cubano siguen ahí, inamovibles? ¿Quiénes pierden más partidos: los jugadores o los directores
¿Qué pasará cuando quizás ganemos los Juegos Panamericanos, pero no podamos clasificar a los Juegos Olímpicos, pues hoy el Premier 12 parece una barrera demasiado alta para el conjunto que armemos, siempre que no se cuente con jugadores cubanos en ligas profesionales, especialmente los de experiencia en la MLB?
Contrario a lo que pretendía la Comisión Nacional, un mánager que estuviera fuera de la temporada regular, Anglada asumió el reto con reglas del juego bien claras. Vestirá de azul en la próxima serie nacional, no habrá regionalismo en la preselección ni en el equipo final, el que se gane el puesto jugará y el cuerpo de entrenadores que lo acompañará lo decide él. Parecen cosas sencillas, pero han determinado muchos resultados internacionales en los últimos años.
No estamos en presencia de un director perfecto ni ideal, solo del que más se acerca a devolver la alegría, la soltura, el desenfado y el disfrute de un juego de pelota a nuestros equipos nacionales, acompañado de los éxitos reclamados. Por supuesto, puede salir mal o bien, y sobre esa misma persona recaerán luego las mayores críticas o glorias si no se cumple ese deseo inicial.
De momento este lunes los 63 nombres se reunirán en el Latinoamericano en el largo camino que los llevará a un entrenamiento de altura, la liga Can-Am, el tope Cuba-EE.UU., los Juegos Panamericanos y finalmente el Premier. Anglada volverá a hablarles con esa sabiduría de pelotero-director-hermano-padre. Y su filosofía no tiene el oro garantizado porque él sabe cuán injusto se puede ser con un director (lo quitaron antes de los Juegos Olímpicos del 2008), solo que ama tanto este deporte que dejará su nombre a un lado para ser esclavo de una idea: Cuba.