Por: Sigfredo Barros Segrera
El bateador está en dos strikes y tres bolas. La afición en el estadio, puesta de pie, bate palmas sin cesar. El lanzador coge la pez rubia, la suelta, y coloca su pie derecho en la tabla. Toma impulso, lanza una recta rápida, la pelota entra en la mascota del receptor y el árbitro levanta uno de sus brazos y grita: ¡strike!.
Es el ponche, junto al jonrón, una de las dos máximas atracciones del béisbol. Capaz de levantar a miles de aficionados de sus asientos, exaltando al máximo las pasiones que normalmente despierta la actividad deportiva en general y el béisbol en particular.
Si un bateador necesita tener fuerza para sacar muchas pelotas más allá de los límites del estadio, resultaría interesante saber cuál es la principal cualidad de un lanzador para llegar a ser un ponchador. Pero antes es indispensable conocer cómo ha sido la evolución del lugar desde donde el pitcher está obligado a realizar sus envíos.
Comencemos por saber que en una fecha tan lejana como 1858 no existía lo que hoy conocemos como «tabla de lanzar», sino simplemente una «caja» situada a 45 pies del plato y a 50 en el año 1881. No fue hasta 1893 que la distancia se reglamentó a los 60 pies y seis pulgadas de hoy día. Una anécdota curiosa: cuenta la leyenda que lo de las seis pulgadas fue producto de un error del constructor que no entendió bien el plano que le entregaron.
Hubo también cambios en la cantidad de bolas para transferir a un bateador –llegaron a ser hasta nueve–, y en un 1887, el ponche era a los cuatro strikes. Afortunadamente para los lanzadores esto solo duró un año y en 1889 se adoptaron las cuatro bolas y los tres strikes hasta nuestros días.
Un último detalle: la altura del box osciló desde las diez hasta las 15 pulgadas, esta última eliminada después de 1968 en lo que se llamó «el año del pitcheo», cuando la ofensiva disminuyó al punto de que el campeón de bateo de la Liga Americana, Carl Yaztremski, promedió solo 301. Era obvio que las 15 pulgadas de altura les proporcionaban a los serpentineros una gran ventaja con la cual se rompía el adecuado balance entre ofensiva y pitcheo. La altura actual del box es de hasta 10,5 pulgadas.
https://youtu.be/2MTIQ7J8eJo
ROGELIO, EL «CICLÓN DE OVAS»
No mide seis pies ni pesa 180 libras. No le hacían falta. El sobrenombre de el «Ciclón de Ovas» lo dice todo sobre la potencia de su brazo derecho, al punto de convertirlo en el lanzador con más cantidad de ponchados en la historia de las Series Nacionales. Rogelio García, natural del pequeño pueblo de Ovas, a pocos kilómetros de la capital provincial pinareña, poseía una recta que bien hubiera sobrepasado las 95 millas. La mayoría de sus 2 499 estrucados los consiguió con un lanzamiento extraordinariamente difícil de conectar, el tenedor.
Casi todos los especialistas coinciden en señalar al diestro Joe Busch como el inventor de ese lanzamiento, allá por el año 1922, cuando llegó al equipo de los Yankees de New York. Busch describió al lanzamiento del tenedor de la siguiente forma: «el tenedor baila, se parece a la bola de nudillo, pero hay que tirarla más duro».
Con esa «bola de nudillo tirada más duro», Rogelio ganó más de 200 juegos en 16 temporadas, tiró dos partidos de cero jit-cero carreras en la época del bate de aluminio, promedió 2,39 carreras limpias, los rivales le batearon para 208 y se mantuvo desde 1976 hasta 1987 en el equipo Cuba.
https://youtu.be/OXhGWb614j8
OTROS DOS PINAREÑOS
Tierra de lanzadores estelares sin lugar a duda, por eso no es casualidad que los otros dos que siguen a Rogelio en cantidad de estrucados hayan nacido en Pinar del Río, específicamente en Río Feo (Pedro Luis Lazo) y Mantua (Faustino Corrales).
¿Qué más puede decirse del máximo ganador en Cuba? Bastante, si vemos que además de ganar, Lazo, el «rascacielos pinareño», también sabía liquidar a un bateador por la vía de los strikes. Serpentinero poseedor de una buena recta de más de 90 millas, su mejor envío fue la slider, ese lanzamiento «inventado» por un indio perteneciente a la tribu Ojibwe, Chief Bender, considerado mitad recta, mitad curva, con el cual Lazo dejó madero en ristre a 2 460 rivales, la segunda mejor marca de todos los tiempos en nuestro béisbol.
El tercero es un zurdo poseedor de la curva más grande del béisbol cubano en los últimos 50 años.
Faustino Corrales hizo historia el 20 de diciembre del año 2000 al ponchar a ¡22 jugadores! del equipo Holguín. Alto, de brazos largos, soltando la pelota muy por arriba del brazo, con movimientos elegantes, siempre inalterable en el montículo, sereno y dueño de sí mismo, Faustino mandó para el dugout a 2 360 bateadores, frustrados por no haberle podido pegar a esa curva que venía cayendo hasta llegar a la mascota del receptor en zona de strike.
https://youtu.be/d5nhcIYK1Ig
EL EXPRESO DE REFUGIO
Al parecer los pueblos pequeños están destinados a producir lanzadores grandes. Si el máximo ponchador cubano nació en una localidad casi perdida en el mapa, el dueño del récord absoluto de estrucados en el béisbol vio la luz en una villa de menos de 3 000 habitantes llamada Refugio, en el estado norteamericano de Texas.
Lynn Nolan Ryan tiró duro desde que era un adolescente. Siendo aún un estudiante de secundaria le fracturó un brazo al primer bateador y al segundo le partió el casco; el tercero no quiso salir a batear. Y en 1974, utilizando una pistola radar de la policía le marcaron 108,1 millas por hora, pero no es considerada oficial porque todavía la pistola no era usada por las Grandes Ligas. Oficialmente reconocida son las 105,1 millas del zurdo cubano Aroldis Chapman en el año 2010, echando por tierra las 104,8 millas del derecho californiano de ascendencia mexicana Joel Zumaya, en el 2006.
Ryan siempre estuvo rondando las cien millas por hora en su recta supersónica. Solo así se puede eliminar por la vía de los strikes a más de 5 000 rivales, una de esas marcas consideradas imborrables, conseguida después de 27 temporadas consecutivas, en 11 de ellas como líder en ponches.
Además, Ryan tiene el récord de más juegos de cero jit-cero carreras en la historia, siete, y 12 partidos de un solitario indiscutible. Su longevidad fue increíble, pues el último de sus siete cero jits lo consiguió a los 44 años, una edad en la que muchos serpentineros pasaron al retiro.
Tras él, en el segundo puesto de los más ponchadores, aparece un zurdo considerado el pelotero de Grandes Ligas de mayor estatura, con 2,08 metros.
Randy Johnson abanicó a más de 4 500 rivales apoyado en su recta que topaba las cien millas y una slider que rompía abajo y afuera de los bateadores a una velocidad promedio de 90 millas, considerada imbateable por muchos de sus adversarios. Si a eso le añadimos que también tiraba sinker y una bola rápida con los dedos separados llamada split finger, diferenciada de la recta por su rompimiento hacia abajo al llegar al plato, no hay duda de que Johnson fue uno de los tiradores más intimidantes del béisbol.
Otro dueño de una recta por encima de las 96 millas es el tercero en la lista de los lanzadores más ponchadores de todos los tiempos. Roger Clemens tuvo una carrera brillante, más allá de su total de 4 672 ponchados, pues es el único serpentinero con un récord de siete trofeos Cy Young y dos triples coronas (primero en PCL, juegos ganados y estrucados), además de dos partidos en los que dejó a 20 con las ganas de pegarle a la bola. Su apodo de «El Cohete» lo retrata de cuerpo entero.
Ponchar es una de las mayores atracciones para la afición que acude a un estadio. Es también la revancha del lanzador ante la potencia de un jonronero, reducido a la mínima expresión por el talento de su eterno rival, capaz de inclinar la balanza a su favor en el eterno duelo que convierte al béisbol en pasión.